Una versión encogida de esta reseña salió publicada el sábado 10 de julio en la revista Siglo Nuevo. Aquí la versión completa
El libro Habla de lo que sabes, de Geney Beltrán Félix, es una imagen contemporánea plasmada en alta definición. Es la manifestación del artista que demuestra que la bajeza humana fragmenta las emociones y obnubila la conciencia, pero que puede ser útil como alimento para el arte.
Beltrán Félix nos presenta una obra de diez cuentos forrados con un retrato que avisa, para que sepamos, de lo que va a hablar. La primera visión del lector será un recordatorio a la intimidación: un cráneo descarnado, incompleto (pues le falta la mandíbula) trepanado por un clavo. Todo habrá de entrar al cerebro, aunque sea por la fuerza -grita la portada-. Así, desde el contacto externo inicia la invención de una atmósfera agresiva y en ocasiones sofocante. Igualmente, para dejar claro cuál será el manejo de su prosa, encontramos que la dedicatoria puede ser una advertencia: “Para Andrea y Osvaldo, que viven antes del futuro”, y desde allí suponemos que se trata de un escritor provocador que mueve al lector a la duda: ¿Cuándo o dónde viven? ¿Qué es lo que se encuentra antes del futuro? Tal vez el presente, pero expresarlo así sería una ocurrencia simple. En cambio el escritor prefiere la ruta de las ideas indirectas, del trayecto elaborado. Reta al espectador de sus historias creando imágenes delirantes que, sin embargo, las reconocemos como familiares, como cotidianas. Por ello se antoja contagiosa la angustia o la locura de los protagonistas.
Allí, en la ciudad o celda, deambula un contador al que le han sustituido todo y tenemos la sensación de haber visto un muerto que se quedó después de morir, porque el secuestro se ha de perpetuar más allá del último aliento. Un muerto que no puede huir porque le angustia el futuro insalvable de su hijo: “¿Es todo una trampa? Tal vez lo quieran secuestrar. Cree ver la imagen de su hijo en un crucero, lavando parabrisas a raíz de la muerte del padre asesinado al no haber tenido Ingrid dinero para el rescate. Traga saliva”. Pero la sobrevivencia a su propia muerte dura un día: “Al amanecer es ya sólo un cadáver, contraído el rostro en una mueca de fijos gestos asustados”.
“Keppel Croft” es un lugar en Canadá y es una mujer; es una “muchacha de aire detrás de la cortina”, es la imaginación necesaria para poder soportar el hastío de la rutina desgastada y exasperante de la ciudad, de su mujer y de “las aventuras anodinas de ambos”. Le sirve para soportar las calles con las fotografías de los políticos en los postes de “una ciudad que se niega a envejecer”. De manera que le es mejor –en vísperas de navidad– quedarse en casa y hacer el amor hasta que su sueño quede sepultado en la nieve, pese a que mirando a través de su ventana se imponga la frialdad de un escenario sin nieve.
En su primer libro de cuentos, Beltrán Félix nos lleva a visitar los lugares más sórdidos que existen y que se sitúan dentro de la mente humana. En su cuento “Anoche soñé que volaba”, escuchamos los pensamientos de Joaquín, él, que quiso no ser el naco que es y no haber dejado la prepa por güevón y burro y desmadroso. Joaquín maldiciendo a su hermana Celia y tocándola incestuosamente y vendiéndola por una pistola. Celia en la fascinación por el retrete. Muchacha drogada que en la inconsciencia acepta el ultraje. Ultraje que desde niña recibió. Joaquín, el cajerillo del Superama, viendo a la joven rica, superflua y hermosa que despierta en él el retorno a la caverna, al primitivismo. Porque mientras repite una vez más: “Encontró todo lo que buscaba” o “gracias, vuelva pronto”, se va transformando en asesino. Y convertido en homicida experimenta, por fin, el poder de la libertad. El crimen lo libera, por lo tanto lo engrandece. Sueña que vuela porque desde arriba todo se ve pequeño.
“En un mundo de extraños” o “departamento tomado” como diríamos con el irremediablemente recuerdo de Julio Cortázar. Nada es propio, nada es privado, todo es rentado y público. Lo único propio y privado será el dolor y la salida débil de gritar groserías y maldiciones. Habla de lo que sabes narra también la historia un esquizofrénico: Porfirio, el maestro que lee una novela de Navobokov y poemas de Browning, mientras ríe cuando “alguien lo espiaba y lo hostigaba a todas horas”. Y por eso quizá, sólo quizá, su amigo lo asesina casi con ternura.
Beltrán Félix presenta cuadros de mujeres humilladas y despreciadas por el abuelo, por el padre, por el hermano, por el júnior amante ocasional, o por el marido borracho. En “Hondonada” o la fragmentación del individuo, observamos cómo la percepción del otro cambia la percepción propia. El último cuento titulado “El cuerpo de Sicrano”, es la historia de un cartero novelista que hace entregas de sus textos a la joven que espera cartas y el regalo de un corazón para que se lo trasplanten. Es precisamente en esta historia donde el manejo regresivo de la cronología, el perfil sicológico de los personajes y las voces narrativas, nos hacen pensar que estamos ante la semilla a punto de germinar de un novelista.
En este libro de cuentos Geney Beltrán Félix, como decía en un inicio, se hace presente una especial capacidad para crear atmósferas. Toda la arquitectura del libro está hecha para que lo retratado haga sentir al lector que está involucrado; que es culpable.
El libro Habla de lo que sabes, de Geney Beltrán Félix, es una imagen contemporánea plasmada en alta definición. Es la manifestación del artista que demuestra que la bajeza humana fragmenta las emociones y obnubila la conciencia, pero que puede ser útil como alimento para el arte.
Beltrán Félix nos presenta una obra de diez cuentos forrados con un retrato que avisa, para que sepamos, de lo que va a hablar. La primera visión del lector será un recordatorio a la intimidación: un cráneo descarnado, incompleto (pues le falta la mandíbula) trepanado por un clavo. Todo habrá de entrar al cerebro, aunque sea por la fuerza -grita la portada-. Así, desde el contacto externo inicia la invención de una atmósfera agresiva y en ocasiones sofocante. Igualmente, para dejar claro cuál será el manejo de su prosa, encontramos que la dedicatoria puede ser una advertencia: “Para Andrea y Osvaldo, que viven antes del futuro”, y desde allí suponemos que se trata de un escritor provocador que mueve al lector a la duda: ¿Cuándo o dónde viven? ¿Qué es lo que se encuentra antes del futuro? Tal vez el presente, pero expresarlo así sería una ocurrencia simple. En cambio el escritor prefiere la ruta de las ideas indirectas, del trayecto elaborado. Reta al espectador de sus historias creando imágenes delirantes que, sin embargo, las reconocemos como familiares, como cotidianas. Por ello se antoja contagiosa la angustia o la locura de los protagonistas.
Allí, en la ciudad o celda, deambula un contador al que le han sustituido todo y tenemos la sensación de haber visto un muerto que se quedó después de morir, porque el secuestro se ha de perpetuar más allá del último aliento. Un muerto que no puede huir porque le angustia el futuro insalvable de su hijo: “¿Es todo una trampa? Tal vez lo quieran secuestrar. Cree ver la imagen de su hijo en un crucero, lavando parabrisas a raíz de la muerte del padre asesinado al no haber tenido Ingrid dinero para el rescate. Traga saliva”. Pero la sobrevivencia a su propia muerte dura un día: “Al amanecer es ya sólo un cadáver, contraído el rostro en una mueca de fijos gestos asustados”.
“Keppel Croft” es un lugar en Canadá y es una mujer; es una “muchacha de aire detrás de la cortina”, es la imaginación necesaria para poder soportar el hastío de la rutina desgastada y exasperante de la ciudad, de su mujer y de “las aventuras anodinas de ambos”. Le sirve para soportar las calles con las fotografías de los políticos en los postes de “una ciudad que se niega a envejecer”. De manera que le es mejor –en vísperas de navidad– quedarse en casa y hacer el amor hasta que su sueño quede sepultado en la nieve, pese a que mirando a través de su ventana se imponga la frialdad de un escenario sin nieve.
En su primer libro de cuentos, Beltrán Félix nos lleva a visitar los lugares más sórdidos que existen y que se sitúan dentro de la mente humana. En su cuento “Anoche soñé que volaba”, escuchamos los pensamientos de Joaquín, él, que quiso no ser el naco que es y no haber dejado la prepa por güevón y burro y desmadroso. Joaquín maldiciendo a su hermana Celia y tocándola incestuosamente y vendiéndola por una pistola. Celia en la fascinación por el retrete. Muchacha drogada que en la inconsciencia acepta el ultraje. Ultraje que desde niña recibió. Joaquín, el cajerillo del Superama, viendo a la joven rica, superflua y hermosa que despierta en él el retorno a la caverna, al primitivismo. Porque mientras repite una vez más: “Encontró todo lo que buscaba” o “gracias, vuelva pronto”, se va transformando en asesino. Y convertido en homicida experimenta, por fin, el poder de la libertad. El crimen lo libera, por lo tanto lo engrandece. Sueña que vuela porque desde arriba todo se ve pequeño.
“En un mundo de extraños” o “departamento tomado” como diríamos con el irremediablemente recuerdo de Julio Cortázar. Nada es propio, nada es privado, todo es rentado y público. Lo único propio y privado será el dolor y la salida débil de gritar groserías y maldiciones. Habla de lo que sabes narra también la historia un esquizofrénico: Porfirio, el maestro que lee una novela de Navobokov y poemas de Browning, mientras ríe cuando “alguien lo espiaba y lo hostigaba a todas horas”. Y por eso quizá, sólo quizá, su amigo lo asesina casi con ternura.
Beltrán Félix presenta cuadros de mujeres humilladas y despreciadas por el abuelo, por el padre, por el hermano, por el júnior amante ocasional, o por el marido borracho. En “Hondonada” o la fragmentación del individuo, observamos cómo la percepción del otro cambia la percepción propia. El último cuento titulado “El cuerpo de Sicrano”, es la historia de un cartero novelista que hace entregas de sus textos a la joven que espera cartas y el regalo de un corazón para que se lo trasplanten. Es precisamente en esta historia donde el manejo regresivo de la cronología, el perfil sicológico de los personajes y las voces narrativas, nos hacen pensar que estamos ante la semilla a punto de germinar de un novelista.
En este libro de cuentos Geney Beltrán Félix, como decía en un inicio, se hace presente una especial capacidad para crear atmósferas. Toda la arquitectura del libro está hecha para que lo retratado haga sentir al lector que está involucrado; que es culpable.