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Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

lunes, 16 de mayo de 2011

EN EL RINCÓN DE MI RECÁMARA




Estoy en el rincón de mi recámara, me siento enferma; estoy en cama. En el absurdo de mis pensamientos me ilusiono un poco, porque muchos escritores han creado sus mejores obras bajo los influjos del dolor, la fatiga y la desesperanza. Ahí están los sifilíticos: Charles Baudelaire, Guy Maupassat, Lord Byron; James Joyce, Alfonso Daudet; Los tuberculosos: Thomas Mann, Fiodor Dostoyevski, sólo por mencionar algunos. Pero, tenía que ser, la ilusión desaparece, no tarda mucho en llegar la decepción. Ellos tenían enfermedades serias. Además, huelga decirlo, eran genios. En cambio, yo no tengo más que una vulgar infección intestinal y además, también sobra decirlo, no se me ocurren grandes ideas y a veces ni pequeñas..
Además, que nadie me crea eso de que estoy en cama, al menos no por largos períodos; todo mundo sabe cómo son las prisas de las contracciones intestinales. Todos mis males actuales me pasan por comer porquerías. Aunque creí que no lo eran: Fui al cine a ver El discurso del rey y ahora sufro de tartamudez para escribir. Para hablar no tengo problemas, pero no imaginan lo que batallo para articular frases tecleadas. Disfruté de la película al mismo tiempo que me zampaba un yakimechi mixto (arroz con y camarones). ¿A quién se le ocurre comer camarones sin verlos y estando tan absorta? Quién sabe cuántos más estarán igual que yo.
Mi mente divaga sin control: estoy sudando, tengo fiebre, creo que deliro. El flujo de inconciencia aflora y no puedo evitar pensar en los chistes que no me dan risa. No me provocan siquiera una sonrisa los chistes que me contaron hace 30 años, ni la comicidad de “bueno pero no te enojes”, “chusma, chusma”. En este momento sudoroso, pienso que no divierten a nadie. Aunque “como digo una cosa, digo otra”. La repetición de tonterías es altamente adictiva. Lo he comprobado. Igual pasa en la música. No me gusta tampoco el humor inverso, aquél que intenta la ironía. Sí, cuando una persona dice que le gusta mucho algo que en realidad le desagrada. El hecho de decirle flaquitos a los gordos, y todas esas bromas que giran alrededor de ese recurso retórico. No me causa gracia que cuando las personas toman una foto griten: “¡Digan chiz!” es más, me cae bastante mal. Recuerdo (todo en mí en este momento es involuntario) que alguna vez vi una estadística que aseguraba que el 80% de las mujeres mexicanas decían que se habían enamorado y casado con su esposo porque éste las hacía reír. Por supuesto la causa de separación resultaba ser, la razón contraria: “porque las hacía llorar”. Seguramente la risa puede ser un factor muy importante, pero si fuera el más relevante, entonces todas las mujeres nos enamoraríamos de los cómicos.
De cualquier manera, no pienso bien, no estoy bien a pesar del Eskapar y de la Buscapina y de las bebidas hidratantes. Me siento desorientada. Temo que pueda ser tifoidea lo que padezco. Sí es así, tal vez podré escribir mejor o ¿peor? Estoy sola en casa y a mi derecha está una ventana. Puedo ver la palmera que me acompaña desde hace más de tres años y en la que he visto a cinco tórtolas tener diez hijos. Cuatro de las pajarillas habían usado el mismo nido, pero con la helada esa rama se murió y la tórtola actual hizo un nuevo nido. Allí está como las otras; durante tres semanas no se moverá más que por unos minutos para ir a comer, empolla sus dos huevos. Luego saldrán unos pajarillos feos que parecen más un montoncito de paja. A los tres o cuatro días ya toman forma de lo que van a ser. A los quince días, más o menos, los enseñará a volar, primero distancias cortas. Casi todos aprenden el mismo día y se van, y luego viene otra tórtola y así.
Sigo mal y las ideas tontas vienen a mi mente con más frecuencia. De repente tengo frío y tiemblo toda, a pesar de que afuera la temperatura es de 36 grados centígrados de las seis de la tarde. No vuelvo a comer en el cine. No vuelvo. Lo juro. .