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Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

sábado, 15 de octubre de 2011

EL BAILE DE LOS VIEJITOS


Este texto no se trata de “La danza de los viejitos”, aquélla del folclor michoacano. No es ese divertido zapateo donde los bailarines simulan ancianidad con cuerpos encorvados y máscaras narizonas y de gran mentón. Se trata de un baile torreonense en el que los viejos son auténticos y no fingen nada.
Cada tres semanas, en sábado, voy a la Plaza de Armas. Acompaño a mi esposo a que lleve sus pares de zapatos a bolear. Alrededor de las 6 y media de la tarde quedo sentada en un banco de madera cercano al señor lustrazapatos. Mientras él hace lo propio yo alzo la mirada al frente. Me topo con el hotel que tiene las ventanas de las habitaciones abiertas hacía la avenida Morelos, alcanzo a ver uniformes de policías colgados y a veces a uno que otro policía sentado en la cornisa en postura aburrida o triste; no distingo la diferencia porque es lejos. Si veo al cielo encuentro palomas que en las tardes de más calor dan la impresión de volar lentamente. Cuando los grados centígrados son de más cuarenta todo se pone aletargado. Mis ojos llegan a la visión cercana. Veo otras palomas en el piso buscando comida, también hay gente caminando y otros más que toman una agua celis en un estanquillo. Recuerdo que hace muchos años algunas veces llegué a tomar esas extrañas limonadas, ahora no se me antojan porque la memoria me trae un sabor a limón pasado. Podría decir que nunca conoceré una agua celis hecha con un limón saludable.
Luego, mi mirada topa con una revista que en la portada parece inocente pero al abrirla es francamente pornográfica. El señor que limpia los zapatos me quiso prevenir con un reojo que gritaba: “No la vea”. Dejo rápidamente a las encueradas en su sitio. El banquillo donde estoy sentada es para señores, me queda claro. Otras veces al menos encuentro a El libro vaquero o el periódico amarillo. Esta vez no leeré literatura que sólo allí puedo ver.
Me fijo que el baile de los de la tercera edad está concurrido como siempre. Ahora no se oye el señor que grita: “Por favor, no se permite a jóvenes ni a borrachos bailar. Esta es una diversión sana para las personas de la tercera edad”. Sin embargo sucede algo extraño; las parejas no están bailando “Fue en un cabaret”, “Carmen, se me perdió la cadenita”, “Mambo No. 5”, y otras cumbias, chachachás y rocanroles. ¿Acaso únicamente vinieron a escuchar? Sólo unos pocos le ponen ritmo al cuerpo. Entre las parejas veo a un señor que nunca falta y que se parece a Rigo Tovar trae lentes oscuros y el pelo largo, de su cinturón cuelga una larga leontina que termina escondiéndose en el bolsillo del pantalón, baila con una rubia llena de exuberancias, no se parecen a las de la revista que acabo de aventar, pero de cualquier manera exuberancias se llaman. Me fijo que ambos traen un pequeño moño incrustado en la manga. Le pregunto al señor del puesto de tinta fuerte el porqué de éste y me dice: “Es que ahora les cobran cinco pesos por bailar, porque el Municipio ya no quiere pagar el sonido, entonces por eso traen distintivo. Cada día el listón es de diferente color para que no hagan trampa”.
No sé si el cobro en el baile de los viejitos de la Plaza de Armas dependa del Municipio ni sé si seguirán poniendo sus moños. Lo cierto es que me parece un acto miserable, ¿por qué cobran, si siempre ha sido una diversión gratuita? Pues aunque no lo crean hay parejas que no traen los 10 pesos del derecho de pista, por eso se quedan bailando nomás de los ojos. Desde luego, la cuota no es grande, pero si se toma en cuenta que se trata de personas que, en el mejor de los casos, reciben una pobre pensión y sumando el precio del camión y el agua fresca que hay que tomar porque de otra manera se insolan, entonces el costo del recreo aumenta. Llegué a pensar que ahora que los árboles están tan calvos y que el calor enferma, no les vendría mal un toldo. Claro, eso sería demasiado. Ojalá que al menos dejen de venderles listones para que los viejitos sacudan la osteoporosis.