“Claro honor de las mujeres/ de los hombres docto ultraje/ que probáis que no es el sexo/de la inteligencia parte”
Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana
(12 de noviembre, Nepantla Edo. de México, 17 de abril, 1651-
Cd. De México, 1695) cambió su nombre al convertirse en monja, a los dieciséis
años, por el de sor Juana Inés de la Cruz. A su muerte se agregaron otros
sobrenombres como: “Décima Musa”, “Fénix de América”, “La primera feminista de
América” en 1974, y desde hace algunos años es llamada: “La
peor de todas”. Éste último se debe a que sor Juana firmó en el libro del
claustro de san Jerónimo como “Yo, la peor del mundo” que fue cambiado por “La peor
de todas”.
A 326 años de su muerte, sor Juana deslumbra. Murió cuando apenas tenía 44 años, al
contagiarse de tifus exantemático, mientras cuidaba a sus compañeras jerónimas
de una epidemia. El tifus se trasmite a través de las heces del piojo. De lo
que se deduce que sor Juan fue víctima de la costumbre de ese tiempo de no
bañarse pues el tifus exantemático se evita con el baño frecuente y cambio de ropa; la comezón o prurito que
se produce por la irritación de los deshechos del piojo en la piel hacen que el
rascado permita el paso de la bacteria al torrente sanguíneo. Por eso sabemos
que La Décima Musa falleció con fiebre, dolores articulares, náuseas y vómitos, causados por tifus, enfermedad que ahora se cura con tetraciclinas u otros antibióticos.
Sor Juana, al ser una mujer ilustrada, no era aceptado por las
autoridades de la iglesia católica, por eso tuvo varios enfrentamientos.
Esto está documentado en La carta
atenagórica, Respuesta a sor Filotea que fue descubierta en 1981, por el sacerdote Aureliano Tapia Méndez,
quien la encontró en la biblioteca del Seminario Arquidiocesano de Monterrey,
N.L. La carta es un reclamo que hace sor Juana al padre Antonio Núñez, de la
compañía de Jesús. Le pide, con una retórica elegante, que la deje en paz, que
ya no la mortifique por escribir versos. (El libro Sor Juana Inés de la
Cruz. Obras Completas de Editorial Porrúa en su última edición no incluye
la carta al padre Núñez) En esta epístola se confirma el ingenio que la Decima Musa poseía para defenderse de sus enemigos. La escritora avienta palabras filosas
con las que azuza a su contrincante; maniobra con inteligencia las cualidades
del adversario para cubrirse y atacar. Escribe: “¿Las letras estorban, sino que
antes ayudan a la salvación? ¿no se salvó San Agustín, San Ambrosio, y todos los
demás Santos Doctores? Y Vuestra Reverencia, cargando tantas letras ¿no piensa salvarse?”. Es
extraordinario comprobar cómo la escritora utiliza el arma del otro como escudo
y espada. Sor Juana está lejos de la retórica bravucona, sin embargo, causó gran turbulencia en las conciencias de sus contemporáneos. Conocedora, se
vale de la historia para explicar su condición de monja ilustrada: “Y si
responde que en los hombres milita otra razón digo: ¿No estudio Santa Catalina,
Santa Gertrudis, mi Madre Santa Paula sin estorbarle su alta contemplación ni a
la fatiga de sus fundaciones el saber hasta griego? ¿El aprender hebreo? [...]
Pues ¿por qué en mí es malo lo que en todas fue bueno? ¿sólo a mí me estorban
los libros para salvarme?”. Le criticaban hasta la forma de escribir: “dicen
que parece letra de hombre, y que no era decente, con que me obligaron a
malearla adrede, y de esto toda esta comunidad es testigo”.
Sor Juana, se dice a sí misma dócil, pero
leyéndola es posible darse cuenta que, si bien trato de tener una vida atada a
la práctica religiosa, no fue así en su práctica literaria, pues fue muy rebelde.
Igualmente se puede apreciar que sor Juana renunciaba a la opinión violenta y ahogaba el grito del enojo con la palabra queda, pero intensa y efectiva.