Hace
dieciséis años conocí al licenciado Miguel Ángel Ruelas Talamantes. En ese
tiempo, él era gerente general de El
Siglo de Torreón y a mí me había dado por escribir y por enviarle mis
textos. Así, sin conocerlo. Le llevaba artículos que no lograban publicarse,
hasta el día que escribí uno que titulé “Una ama de casa y el futbol”, mismo
que, ahora que lo leo, me parece que tiene fallas pero que es gracioso. Creo
que esto último fue lo que le gustó.
Fue en diciembre de 1998 cuando recibí la llamada del
licenciado Ruelas para decirme que iba a publicar mi texto “Una ama de casa…” en
la sección de deportes. Recuerdo que mis hijos tenían nueve y cinco años y estaban
muy divertidos, porque al colgar el teléfono me puse a gritar y saltar. Al fin
aparecería una publicación mía en el periódico. Después él nos invitó, a mi
esposo y a mí, a conocer las instalaciones de El Siglo. Durante estos años varias veces coincidimos en reuniones
convocadas por el periódico y muchas veces lo llamé por teléfono para pedirle
algún consejo sobre mi desempeño en esto de publicar. Siempre, siempre lo encontré
dispuesto a ayudarme, pero sobre todo, veía la intención de trasmitirme su optimismo.
“Tenga paciencia, todo encuentra su camino”, me decía.
El licenciado Miguel Ángel Ruelas,
fue una persona muy importante para mí; él fue el puente que me permitió llegar
a muchas personas a las que les tengo admiración y cariño. Una de ellas es Dña.
Olga de Juambelz y Horcasitas Presidenta del Consejo de El Siglo de Torreón. Él nos presentó. Aquella vez me explicaba que doña
Olga tenía un proyecto en el que yo podía participar. De esa manera comencé a
publicar en la revista que nació con el nombre de Nosotros dos y que después cambio a Siglo Nuevo; desde su fundación hasta hora no he dejado de escribir
en estas páginas.
Él escribía una columna diaria que
tituló “Un minuto de deporte” y una
dominical que se llamaba “De la vida misma”, en especial, nunca me perdí la
segunda. En los últimos años yo le seguía los pasos a través de sus
colaboraciones. Allí veía cuando se sentía enfermo o decepcionado de la gente y
me enteraba se la nostalgia que sentía por su tierra natal (Miguel Auza, Zac.).
Llegué alegrarme por su confesión de que él hablaba con las plantas, por lo que
su esposa lo alentaba, en broma, a pertenecer a un club de jardinería. También,
al leerlo, percibía lo orgulloso que estaba de su trabajo como reportero desde
Europa y de las incontables entrevistas a tantas personalidades como Anthony
Quinn, Clark Gable, Charlton Heston, John Wayne y Ann Margaret… No obstante, de
todos sus últimas colaboraciones sobresalían las palabras felices que hablaban
de sus nietos, en especial, recuerdo las sorpresas que le daba una inteligente
nietecita. Varias veces leí sobre la idea de hacer un libro que recopilara lo
mejor sus aportaciones periodísticas.
Con tristeza, el 6 de agosto de este año, supe que el
licenciado Miguel Ángel Ruelas se había ido para siempre, seguramente, a un
mejor lugar. En mi fantasía me despedí de él y le di las gracias por haber sido
la primera persona que me leyó y que confió en que podía escribir bien. Cabe
decir que al principio yo escribía cuidando que nadie, cercano a mí, me leyera.
Sentía como si estuviera haciendo algo indebido. Sin embargo, sabía que, de
alguna u otra forma, las ideas y las palabras cambian su personalidad al ser
publicadas, por eso acudí al autor de la columna “De la vida misma”. Sólo espero
que la confianza que me tuvo no haya sido defraudada. Imagino la tristeza de su
esposa, sus hijos y sus nietos. Aunque seguramente se sentirán afortunados de haber
sido compañeros en este sueño (que es la vida) de un hombre tan noble, al que siempre
recordaré con cariño y gratitud.