Se ha
dicho mucho que los libros, hechos de papel y tinta, no sólo sirven para leerse.
Se dice que sirven para adornar libreros de casas cuando el ornato no alcanza al
cerebro del dueño porque éste no lee. Los volúmenes hexaédricos conformados de
pastas o forros, lomo, hojas y tinta, se han usado para obtener calor al
alimentar el fuego. Y con fuego, se ha intentado acallar las ideas de muchos.
Sí, a la hoguera han ido decenas de obras consideradas políticamente incorrectas.
Un libro puede ser un arma por lo que dice o por lo que pesa; un librazo en la
cabeza puede noquear a cualquiera, ya sea en forma de golpe o por los
conocimientos que impone. Para los cursis (o románticos) puede ser el hogar de
una flor deshidratada. Mientras que el despilfarrador o ahorrador anónimo
guardará algunos billetes entre las páginas de El jugador de Fiódor Dostoievski o El avaro de Moliere, según sea el caso. El católico rico comprará
la edición más costosa de la Biblia y
en su sala la exhibirá abierta en los Salmos
(porque justo allí es la mitad) pero nunca los conocerá. Los libros son,
todavía, negocio de librerías y editoriales. Se llevan a cualquier parte y los
hay sagrados, de cabecera, de baño, de la “isla solitaria”; para tontos,
genios, e infelices, y para los que quieren superarse personalmente. Los hay de
todo y para todos. Nada existe si no está escrito, aunque hay muchas cosas escritas
que no existen.
Corren voces que aseguran que el
libro (como objeto) va a desaparecer: Gutenberg debe de estar enrollándose en
su tumba, de pura decepción; después de 563 años del nacimiento del libro de
imprenta, ahora amenazan con liquidarlo. Así, la primera gran muerte ha sido
anunciada con todo y sus 240 años de edad, la Enciclopedia Británica no será más papel, solamente se venderá en su
versión digital. Compuesta de 32 tomos en color negro y letras doradas, esta
enciclopedia que presume contener, en resumen, todo el conocimiento humano, no tendrá
ahora volumen, pero sí precio. Las razones de su muerte fueron las pérdidas
económicas y que se volvía obsoleta muy rápido, ya que el conocimiento se está
renovando constantemente. La Británica, la
más famosa y costosa de todas las enciclopedias se volvió anciana y murió.
Para los que gustamos de los libros palpables
esto es un hecho difícil de aceptar, pues muchos no únicamente leemos con los
ojos, sino que buscamos el olor, el color, el diseño, la edición, el precio, y nos
regodearnos cuando creemos ser afortunados al comprar una edición del Quijote que costó 30 pesos en los libros de viejo. Desgraciadamente, (o por
fortuna, no lo sé) si los pronósticos llegan a ser verdad, el libro impreso
tenderá a la extinción, y, ¿qué se va a hacer con tantas bibliotecas y
librerías? ¿No diremos más la frase: “tonto el que presta un libro y más él que
lo regresa”?
Las ventajas de tener libros en las
computadora o tabletas es que no pesan, se pueden tener cientos de ellos sin
ocupan espacio físico, la búsqueda es rápida, no dañan la ecología, ni les
entra termita ni hongos, aunque sí los virus. En los libros digitales
difícilmente puede existir censura, se terminó la tiranía, todo mundo puede
publicar lo que sea, con lo bueno y malo que esto conlleva. Un inconveniente es
que a muchos lectores les cansa más la pantalla que el papel, además, si alguien
llega a perder (por robo o descompostura) el artefacto electrónico la persona
se quedará sin biblioteca.
Aunque... difícilmente algún día
veremos a todos los niños de México, aquéllos a los que les faltan zapatos y
que no tienen para comer, ir a su escuela a estudiar en tabletas. Considero que
siempre habrá nuevos y viejos lectores que seguirán comprando libros-materia.
No sabemos que tan reales sean los pronósticos, lo cierto es que para millones
de lectores en el mundo, el libro ya no está más en las manos ni en el olfato, sólo en los ojos.