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En mi infancia jamás padecí de alergias, comía duraznos e
higos de los árboles de casa, años después me volví alérgica a éstos. Pero
curiosamente no a los que mi papá aún cultiva. Entonces, no es que tenga
“Negación de mi propio poder¨” como dice Louise L. Hay, de las alergias sino
que la fruta que compro en el supermercado está cultivada con insecticidas o
fertilizantes artificiales a los que sí soy alérgica. Igual me pasa al comer camarones
baratos que me dejan la cara de Chucky, en cambio los camarones grandes y caros
los disfruto sin problema. Y no es que pretenda ser muy gourmet, simplemente es
que los de pacotilla contienen un conservador que mi cuerpo detecta como
intruso. Mi alergia no es porque sea cobarde, aunque no estoy exenta de serlo,
pero no es la cobardía la que me saca ronchas y comezones
Aunque sabemos que todas las enfermedades, de una u otra forma
se modifican según las emociones, pues es verdad que la depresión disminuye la
inmunidad, o bien, los dolores desaparecen con las alegrías y los orgasmos, por
lo menos a ratitos. Pero decir que nosotros mismos somos los causantes de todas
las enfermedades que padecemos es cruel y ególatra a la vez. El que se enferma
se culpa y el sano se envanece. Aunque hay casos muy específicos donde sí hay
una relación causa efecto. Los ejemplos más comunes son las adicciones donde
pareciera que la persona busca su propia enfermedad, como pasa con el uso de
drogas, alcohol, tabaco, exceso de comida o cualquier otro factor que someta al
cuerpo a trabajos forzados para mantener el equilibrio u homeostasis. A pesar
de ello las enfermedades provocadas por las adicciones no son del todo cuestión
de voluntad. Es cierto que casi todas se iniciaron por un trastorno emocional,
ya sea ansiedad, depresión, mal manejo de la ira o la frustración. Pero eso es sólo
al principio, después es muy difícil sobreponerse porque las propias células
exigen dichas sustancias. Ya no se trata de una simple emoción, sino de algo
mucho más poderoso y complejo: la bioquímica celular.
En el libro El
lenguaje del cuerpo de Francis Collins expone que la mayoría de las células
de las que estamos constituidos no corresponden a nuestro DNA sino que estamos
completamente invadidos de microrganismos (flora normal) que nos rebasan en
número (celularmente hablando) y que viven de manera simbiótica en nuestro
cuerpo; evitan que otras bacterias, virus u hongos que sí son dañinos se instalen
en el organismo. Así impiden, dentro de lo posible, que enfermemos. Un ejemplo
simple de la importancia de las bacterias “amigas” es cuando se da tratamiento
con un antibiótico para cualquier infección, y a los diez o quince días
aparecen hongos en los pies; el tratamiento arrasó con todas las bacterias, las
buenas y las dañinas y los hongos se aprovecharon. L. Hay diría que el paciente,
al alojar hongos, se rehúsa a dejar el pasado.
De cualquier manera, lo mejor es comer saludable, meditar
y hacer ejercicio. Continuaré con el
mismo tema a la próxima. Twitter:@lopgan
ENFERMEDAD Y LIBRE ALBEDRÍO (II)
En
el artículo anterior hablé un poco sobre el libro de la estadounidense Louise
L. Hay, quien sostiene la teoría de que, en el fondo de la inconciencia o la
conciencia, todos somos causantes de nuestras enfermedades. Sin embargo, la
autora no toma en cuenta que todos los padecimientos se desarrollan tanto por
factores internos como externos al organismo. Y en algunos casos la influencia
externa es muy fuerte. Pues nos exponemos a elementos frente a los que estamos
indefensos; aquí mismo, en La Laguna, es bien sabido la gran contaminación de
arsénico que encontramos en el agua y todos los problemas de salud que ello
conlleva, no sólo el aumento en la incidencia de cáncer, también de insuficiencia
renal y hepática, entre otras.
No tenemos tanta voluntad o albedrío como creemos, en
cuanto a la salud se refiere. Otros factores son los genéticos que son una
fuerza con la que hay que luchar constantemente. El ejemplo más común es el de
los padres diabéticos, hipertensos o que padecieron cáncer y que heredan la
predisposición de sufrir dichas enfermedades a los hijos. De manera que las
personas deberán de tomar muchas precauciones para evitarla. Lo malo es que de los
padres no sólo se heredan los genes sino también los malos hábitos
alimenticios; si la comida que ingirió un niño fue alta en grasa y
carbohidratos es seguro que de adulto añorará consumirlos, no sólo por
nostalgia sino porque su organismo estará acostumbrado a tomar energía a partir
de esos nutrientes.
En el libro El
lenguaje del cuerpo de Francis Collins, el científico estadounidense expone
un experimento extraordinario en el que se observó que en un grupo de ratas de laboratorio,
a las que alimentaron en exceso, no todas comían igual, sino que algunas
parecían insaciables, y, por lo tanto, éstas resultaron con obesidad. Al
estudiarlas individualmente encontraron que cada una de las ratas obesas poseía
en su intestino una bacteria que las otras (las de peso normal) no alojaban.
Luego, los científicos inocularon estas bacterias, aparentemente causantes del
apetito voraz, a los roedores sin sobrepeso. Entonces, vieron que éstos comenzaron
a comer más y en consecuencia se volvieron igual de gordos. De esta manera podría
surgir la teoría de que la obesidad es tratable con un antibiótico específico.
Sin embargo, estas investigaciones no se pueden establecer como definitivas o
válidas, pues en humanos no sea ha comprobado este fenómeno. Pero ello
explicaría el frecuente fracaso en el tratamiento de la obesidad. Todavía hay
muchos secretos por descubrir sobre las bacterias que habitan nuestro cuerpo. Collins
recuerda que no hace muchos años el tratamiento de la úlcera gástrica estaba
encaminado solamente a disminuir el ácido generado por el estómago, por eso la terapéutica
no resultaba efectiva. Hasta que se descubrió que la bacteria Helicobacter pylori era la causante de la úlcera fue
posible evitar los riesgos de perforación gástrica por úlcera. Actualmente el
tratamiento del que se obtienen mejores resultados necesariamente incluye
antibióticos.
Desde luego (aunque suene a mojigatería)
evitando los pecados capitales como la gula: que nos trae obesidad; la lujuria:
que favorece las enfermedades de transmisión sexual; la ira: porque en la
serenidad se mantiene mejor inmunidad, todo ello ayudará a que haya más armonía
en el organismo. Aunque nos ataquen el clima, la
contaminación, las epidemias y las hormonas o tóxicos que tomamos sin saber.
Los libros de autoayuda como el de Tú puedes sanar tu cuerpo, entusiasman a los lectores porque creen
que por fin, a voluntad, podrán tener una vida saludable, pero al final este
tipo de literatura resulta ser sólo charlatanería, pues las personas centrarán sus
expectativas de salud en el libre albedrío sin tomar en cuenta las dependencias
orgánicas y sicológicas, la genética, el entorno y el tiempo vivido. Por ello
muchas personas sufren doblemente: la enfermedad y la culpa por no ser capaces
de evitarla, algo que en la mayoría de los casos absurdo.