Una de las disciplinas que me hubiera gustado aprender
es la interpretación de música; en piano, violín o en lo que fuera. Pero, eso
no fue para mí. Desde luego, estoy lejos de sentirme frustrada por esa razón, y
menos ahora que sé que sí puedo tocar una obra. No sólo eso, considero que la
interpretaría perfectamente. No creo que haya nadie que pudiera encontrarle
defectos a mi ejecución, o al menos dudo mucho que se atrevieran a decir que lo
hice mal. Tan segura estoy de lograrlo que alguna vez divagué con ofrecer ese
concierto en público. Se trata de una obra que, aunque nació para piano, de
igual forma puede ser para timbales, violín, trompeta, chelo o cualquier otro
instrumento. Es curioso, nadie ha hecho las adaptaciones para cada ocasión, sin
embargo, se creó con la peculiaridad de que se puede tocar con lo que se desee,
incluso por una orquesta.
La
composición, la cual sería la única que yo podría interpretar, se llama
“Cuatro, treinta y tres” (4´33´´) y como el nombre lo indica, su duración es de
cuatro minutos con treinta y tres segundos. Consta de tres movimientos y fue
imaginada por el compositor estadounidense John Cage en 1952. Al inicio de cada
uno de los movimientos, (que duran 1. 31 minutos, cada uno) está escrita la
palabra Tacet del latín calla, es
decir silencio. Esta obra ha sido interpretada ante los más variados públicos y
en muchas salas de prestigio (se pueden ver las muestras en Youtube). Lo extraordinario de estas
partituras es que todo lo que tiene escrito es el título de la obra y el de los
movimientos. No tiene plasmada, ni una, ni una sola nota. El papel
pautado está limpio. Si es una orquesta la que la va interpretar el director
llega, levanta la batuta, la baja y en seguida se queda por un minuto y treinta
y un segundos, catatónico, al igual que los demás músicos. Esto se repite dos
veces más. El director, hasta se limpia el sudor y toda la payasada, sin haber
tocado nada de nada. Lo mismo sucede si es pianista o cualquier otro solista.
Se supone que la música se produce con el ruido del ambiente.
Algunos
críticos dicen que es una propuesta artística interesante y que cada vez que se
tenga esa obra enfrente será una experiencia diferente de ruidos ambientales.
Pero, ¿necesitamos de eso para estar conscientes del ambiente? Porque si yo soy
fiel a mi instinto, recibo este tipo de creaciones como una simple curiosidad.
Imagino si sería posible que el violinista Itzhak Perlman programara, en uno de
sus conciertos, el 4’ 33’’ de John Cage, y concluyo que eso no sucederá jamás. Por
eso digo que la puedo interpretar, y es verdad. ¿Quién podría decirme que no? La
vanguardia es tolerante con cualquier tipo de expresión y los críticos insisten
en ensalzar obras que no tienen ningún mérito y ello hace que se ensucie
nuestro juicio sobre el verdadero arte. Los críticos hacen que el público dude
y generan inseguridad en las personas cuando se tropiezan con obras que no les
gustan y terminan aceptándolas porque tal o cual experto dice que son extraordinarias.
Con
frecuencia los artistas hacen innovaciones (de eso se trata), pero alegan como
su principal valor, precisamente, que “nadie lo había pensado”. Sin embargo,
muchas de esas creaciones no es que a otros no se les hayan ocurrido sino que
lo consideraron tonterías y por esa razón no se llevaron a cabo. Imaginemos que en
el Barroco, a Vivaldi o a Bach, les hubieran mostrado una obra sin una sola
nota, eso sería una simple broma. En cambio ahora se paga por esas expresiones.
Desde luego, sin el silencio no hay música, pero el
silencio sin sonido es sólo ruido del ambiente, porque el silencio absoluto sólo existe en el espacio sideral. Los silencios no son algo nuevo en el arte,
sabemos de libros en los que únicamente tienen el nombre del autor y el título
con más de doscientas páginas en blanco, cuadros con el lienzo mudos, artículos
periodísticos publicados en blanco y poemas que no son nada; considero a estos
curiosidades (insisto), no más.
Pensándolo bien, y ya que yo no soy músico, me
daría mucha vergüenza interpretar el “Cuatro, treinta y tres” de John Cage.