No
hablaré de la fisiología de aquella víscera maciza, la más grande del cuerpo
humano, situada en el flanco derecho del abdomen, debajo del diagrama que
funciona como un gran laboratorio; almacena glucosa, vitaminas y sintetiza
proteínas y secreta bilis hacía el intestino para el metabolismo de las grasas.
(Bilis: líquido viscoso y verde al que se relaciona con hacer “corajes”). No explicaré,
casi nada, al decir que este órgano hace que nos pongamos ictéricos o amarillos
cuando se enferma o le salen abscesos amebianos y que se pone cirrótico por consumir
alcohol o padecer hepatitis o tumores. No viajaré tampoco al mundo culinario
donde existe el delicioso paté de hígado de ganso o foie gras, o el hígado encebollado tan popular en el mercado
Alianza torreonense, del que muchos disfrutan sin importar que sea un potente
tapón de arterias, (por aquello del sabroso colesterol).
Mi letralia
de hoy pretende señalar a los hombres-hígado por medio del uso de la figura retórica
llamada sinécdoque que consiste en
nombrar la parte por el todo, como por ejemplo cuando se dice “tantas cabezas
de ganado” en lugar mencionar el nombre completo
del animal. Igual pasa aquí; hay personas a las que se les puede nombrar por la
parte (es un hígado, un cerebro o un corazón) porque quienes los conocen juzgan
que su conducta podría ser representada por un sólo órgano. Así, muchos se
merecen el mote de la parte más vulnerable al gancho de un boxeador zurdo: Hígado
Bien. Ufanos caminan los Hígados por
el mundo. Mientras otros dicen: “allí va ése, sangre pesada” o “ese sangrón”,
como si en verdad supieran su densidad sanguínea o que padecieran un exceso de
hierro en los glóbulos rojos. (No se habla así de los que caen bien sino que se
les dice de “sangre ligera o liviana” y éstos no son hígados sino puro corazón).
A los Hígados, otros prefieren gastarles el bautizo de “mamones”. Y este último
adjetivo tiene mucho sentido porque alude al que aún no se ha desarrollado, por
lo que todavía necesita de una mamila
para sobrevivir, es decir, se refiere al inmaduro, al incapacitado.
El Hígado o Higadito es engreído, siente
que posee razones (reales o imaginarias) para su actuación. Él se contonea por
la vida apabullando a los demás, ya sea porque tiene dinero, poder, se siente
físicamente agraciado o considera que su coeficiente intelectual es
sobresaliente. Es fanfarrón, siempre deja claro sus opiniones y arrebata lo arrebatable,
desde la palabra hasta la serenidad; es iracundo e impositivo. Pero en las
fiestas gusta de contar chistes y sentirse el muy simpático. Se sabe todos los
chismes o los inventa, siempre es amigo (o presume ser) de gente sobresaliente
de la sociedad. Eternamente porta un rostro de perdonavidas.
El
Hígado se hace viejo en lo perpetuo de su conducta, nadie se explica cómo hay
quienes lo toleran y más aún, cómo lo soportan las mujeres, porque el Hepatocito
es necesariamente misógino. Termina siendo una caricatura que se niega a
envejecer y trata de adoptar posturas, lenguajes y vestimentas de los jóvenes y
consigue, asombrosamente, el ridículo. Si alcanza o no cierto estatus socioeconómico,
no importa, casi siempre será un rabo verde.
La
metamorfosis de Hígado a persona en algunos casos sucede espontáneamente: el
ente madura y se da cuenta de que no hay necesidad de tanta pose inflamada. Los
que se vuelven Hígados viejos se hacen cirróticos hasta que Dios dice: “Ya
estuvo bueno, a éste, ya lo voy a trasplantar” y se lo lleva.