Por
si acaso, vigilo a mi hija; le ausculto los pulmones, el corazón; le tomo la
temperatura, la presión, el pulso… Le hago limonadas. Me lavo todo el tiempo
las manos. Me vuelvo loca. Me sofoco, sudo. Comienzo a limpiar el mandado con
desinfectante. Me pongo triste, me desespero. Siento que no soy yo y creo que
me va a dar un ataque al corazón. De golpe, la neurosis invade mi cuerpo. Estoy
en fase uno, en la fase depresiva. Ejerzo plenamente mi derecho a la neurosis, igual
que el 95 % de la población que en un momento de su vida la padecen. Envió un
mensaje al 51515 (línea de apoyo para COVID-19) y respondo la encuesta. Una
media hora después, me llama un joven por teléfono, le cuento mis temores. He
comenzado a tener dolor de cabeza, ardor de garganta y soy asmática, le digo y
titubea, pero es amable y toma mis datos y los de mi hija diciendo: “Lo más
seguro es que tienen gripe estacional. De cualquier modo, sólo tienen que
seguir aisladas con las medidas que han tomado”. Yo quería que se registran mis
síntomas. Enseguida consulto el calculador de riesgos que me enviaron por
WhatsApp y éste anuncia que tengo un 96% de sobrevivir al COVID-19, respiro casi
con tranquilidad.
Vivo
los días despersonalizados, no distingo un día de otro. Es igual un terco lunes
que el alegre jueves o que el sábado desvelado. En el encierro, me asomo al
mundo a través de las redes sociales y veo que a algunos la idea del desastre,
en México, les resulta fascinante; parece que retan a la muerte. La energía de
la fatalidad penetra en cada lugar como un hechizo que relaja a los
inconscientes. Y se hacen chistes sobre el coronavirus; los mexicanos viajan,
besan y abrazan. Mexicanos arrogantes, ¡chingones! “Si me han de matar mañana
que me maten de una vez”, Valentina. El virus es casi un hecho paranormal. ¿Qué
mata más un AK-47 o el COVID-19? El rifle, pues nos tiene muy acostumbrados a
la sangre. ¿El COVID-19 será la causa de que las muertes violentas disminuyan?
¿Esta infección viral afectara el mercado del narcotráfico? No lo sé, lo cierto
es que la pandemia pasará y los muertos por narcotráfico volverán a ser noticia.
Quizá el virus dé un pequeño respiro a la violencia. Quizá.
Paseo por mi reclusorio al norte de la
Roma. Hago pase de lista y toco la puerta de la recámara de mi hija. No contesta.
No ha huido, no ha hecho un túnel, duerme. Regreso a escribir y me aventuro a contar
los diez pasos que hay desde mi escritorio a la sala. Paso a la fase dos, es decir,
a la fase maníaca de mi neurosis. Qué alegría. Qué universo tan extraordinario
se ha vuelto este pequeño departamento. Mis libros, mi computadora y las
palabras infectadas por la pandemia. Cuando termine el riesgo de contagio, renaceré
a la vida como si fuera un primer día de enero. Entonces, continuaré el largo viaje hacía mí conciencia; iré al teatro, al cine, a tomar el sol, a ver los pájaros y a
respirar la contaminación como siempre. Espero. Mientras, todo será servicio a
domicilio.
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