El
color de la piel habla de la raza, de las enfermedades y de las emociones. Las
razas, son en grandes divisiones: blanca, amarilla y negra. Igualmente, hay
enfermedades que cambian el color de la piel como es el caso de personas que se
pone amarillas porque le ha subido la bilirrubina, a causa de trastornos del
hígado, páncreas o sangre. Si está pálido tendrá anemia, si azul o cianótico
será muestra de un defecto cardíaco o pulmonar. Cara roja o rubicunda la del
hipertenso; el cara rosada (o soplador rosado) corresponderá al bronquítico
crónico. Colores de manchas serán diagnosticadas por dermatólogos. A la par, el
color dérmico habla de las emociones: Nos ponemos rojos de vergüenza, y
-algunos dicen- morados y hasta negros por enojo; amarrillos (o pálidos) de
miedo. Y el que viaja en la envidia; el envidionauta se pone verde, “Se puso
verde de la envidia”. Aunque tal afirmación no es en sentido literal, pero se
refiere a la creencia de que la envidia causa enojo y ello aumenta la secreción
biliar y la bilis es verde,verde brillante. De allí que el envidionauta sea
verde.
La envidia (RAE) significa
sentir tristeza o pesar por el bien ajeno. La envidia “es el único pecado que
no produce placer” (Manuel Pereira, dixit), todos los demás hacen que quien los
comete la pase bien, por lo menos en el momento, aunque después sufra las
consecuencias. No siempre. Según el catolicismo es parte de los siete pecados
capitales: soberbia, ira, avaricia, gula, pereza, lujuria y envidia. La envidia
surge de la comparación que hacemos de los demás con nosotros mismos, pero esto
es sólo entre las personas que tenemos cerca, a quienes generalmente consideramos
de un nivel semejante -intelectual o económico-
al nuestro, y que, sin embargo, tiene logros de los que carecemos.
En un ensayo titulado “Sobre
la envidia” de Lesker Kolakowski dice: “A un escritor le puede dar un patatús,
por no decir un ataque de locura, si algún otro escritor le hace la cochinada
de recibir un Premio Nobel”. Esto, podrá sucederles a quienes pertenecen a su
mismo círculo, el resto no sufrirá, por el contrario correrán a comprar sus
libros y la admiración hacia el autor aumentará.
Kolawoski hace esta reflexión: “La sola aspiración de
igualar a los demás, a los que han alcanzado algún éxito, no es nociva ni
destructora, siempre y cuando estimule a un mayor esfuerzo; en cambio, si es
nociva y destructora cuando lo que se aspira es a que nadie le vaya mejor y
cuando todo mi esfuerzo se encamina a querer perjudicar a ese otro, más eficaz,
con la esperanza de poder reducirlo a mi propio nivel, para que, de esta manera
estemos ‘parejos’. Es algo que vemos muy común ‘que nadie duerma tranquilo
mientras yo no puedo dormir’”. De lo anterior podemos concluir que a veces no
es malo sentir envidia sino hacer mal uso de ella, la podemos utilizar para corregir
nuestra conducta. El ensayista asegura que la envidia, como emoción social, es
imposible de eliminar (por la desigualdad en las clases sociales), pero afirma
que la envidia individual se debilita a través de la razón, garantizando que la
inteligencia es un factor indispensable para combatirla, ya que un envidioso
cuando se descubre como tal, también da cuenta de su pequeñez, sin embargo
ocultar la envidia es algo realmente difícil, pero si nos percatamos de que la
sufrimos, es posible abstenerse de manifestarla, e insiste el autor, “para esto
se requiere de inteligencia”.
“La envidia no perjudica mayormente a aquel contra el que
va dirigida, ya que él fácilmente la podrá pasar por alto con solo ver que el
envidioso no hace más que poner en ridículo a su propia persona”, asegura Kolakowski,
sin embargo la historia da cuenta de muchos envidionautas que han cometido crímenes
impulsados por este sentimiento.