![]() |
Al centro con mi amigo Dr. Roel López García, en diciembre de 1985 (fotografía cortesía de mi querida Dra. Ado Gutiérrez) |
Es común que cuando un grupo de exalumnos, de
cualquier escuela o facultad, al anunciar una reunión agreguen la palabra “degeneración”.
Unen la preposición y el sustantivo, en lugar de separarlos: “Reunión de generación”.
Un mal chiste, que trae la fantasía del “degenere” en una connotación
sexual. Pero para gracia, o desgracia de algunos, ese tipo de degenere nada
tiene que ver con estas reuniones de nostalgia.
Acudí a una
fiesta con mis excompañeros de la facultad de medicina: “Reunión Degeneración XXV”, así aparecía
en el grupo de Whatsapp. La consigna
era que nadie podía ir con su pareja, no importaba si ésta era del mismo sexo o
no. Al ir en solitario surgía la ilusión de que manteníamos el estado salvaje y
puro en el que navegamos a los dieciocho. Allí concluí que estas fiestas sí son
de degenere, pero no sexual, sino del que abarca la degeneración del cuerpo, de
los órganos, de los tejidos… Un sábado de octubre, después de 28 años de
egresados, saludamos: pelo escaso o canoso o pintado; células adiposas multiplicadas
sin pudor; arrugas descaradas al sonreír; desfilaron los males de
columna, de cadera, de hombros; por aquí y por allá, saltaban los: “¿Sabías qué
fulanito estuvo muy grave?” Y, “¿sabían de aquellos dos que se fueron hacía la
luz eterna? “Sí, en paz descansen”. Por desgracia, la degeneración también alcanzaba
al pensamiento: “Oye, no me acuerdo de eso” “Perdón, me equivoqué de nombre” “¿Ése
quién es?”. Aunque, hay que reconocer que algunos/as, lucían mucho mejor que
antes. Sea lo que fuere, estas reuniones resultan muy divertidas y conmovedoras.
En 1981,
ingresamos 120 jóvenes a la Facultad de Medicina de Torreón, más de veinte no
terminaron la carrera. De esta Generación nacieron dos patólogas, un cirujano
cardiovascular, un cirujano trasplantólogo, una inmunóloga, una investigadora, un traumatólogo,
una dermatóloga, tres médicos legistas, tres siquiatras, cirujanos generales, ginecólogos/as,
pediatras, anestesiólogos/as, médicos familiares y generales… Por lo demás,
encajamos, casi, en la media nacional de cualquier estadística: en número de matrimonios, hijos, solterías, preferencias sexuales, enfermedades, etc.
En esa reunión,
vino a la plática aquella época en la que, mis hermanas y yo, vivíamos en un
departamento ubicado en la calzada Colón, casi esquina con bulevar Revolución. Un
compañero de la facultad rentaba un departamento continuo al nuestro. Con él
compartimos muchas vivencias. Entre otras, que éramos foráneos y que el dinero
que nos debería durar quince días no siempre aguantaba tanto. Entonces, íbamos
al comedor del DIF. Cobraban cinco pesos por una comida de muy mala calidad, ¿qué esperábamos
por cinco pesos? Lo peor sucedía cuando alguna asociación filantrópica hacía
cena en viernes y les sobraban pan o canapés, y ya que estas personas son tan
caritativas, toda esa comida iba a parar al DIF: sin el menor cuidado para su conservación,
sin refrigerarla y a veces sin cubrirla. Duraban almacenados sábado y domingo.
El lunes nos ofrecían un pan que era una verdadera arma, tan suave como una quijada
de burro. Podríamos haber matado a cualquier Abel que pasara por ahí. En cuanto
a los canapés, no miento si digo que se trataba de comida de diez tiempos:
entraban en un tiempo pero salían en nueve. Nos desnutríamos por tanta diarrea.
La inmunidad del sistema digestivo, la de mi amigo y la mía, se la debemos a la
comida del DIF Torreón.
![]() |
Dra. Velia Soto, yo, Dr. Luis Araujo, Dr. Roel López |
Aquella fue una tarde de risa y de afectos renovados. Abrazo a todos
mis compañeros de la Generación XXV de la FMUAC, Unidad Torreón, a los que
asistieron a la reunión y a los que no, también.