Tengo
una afición especial por los sábados. Me gustan. Generalmente, esos días la
paso bien. En uno de ésos, por la noche, me disponía a dormir pero mi vecino
decidió otra cosa e impuso su música. Sus fiestas son frecuentes pero no siempre
me molestan. A veces, sus reuniones son ambientadas con canciones que me recuerdan mi adolescencia. Lo malo es cuando
son reuniones de los hijos, sus sonidos no me recuerdan nada y son demasiado
estridentes. Entonces, respiro profundo y trato de leer. Aunque, debo reconocer
que hay música joven que me ha sorprendido. Por ejemplo, una vez escuché un
rap. A mí no me gusta el rap. Pero bueno, cuando uno está en estado de sopor
piensa que quizá el rap sea a la música popular lo que el recitativo es a la
ópera. Así conocí las letras raperas de un grupo que se llama Calle 13. No
sabía de quién se trataba y no lo supe en su momento sino el día siguiente
cuándo busqué en Internet la letra de “John el esquizofrénico”. Me pareció extraordinaria
la forma de describir esta alteración mental: “Mi nombre es John Alejandro y
soy esquizofrénico/ no soy nada de atractivo mucho menos fotogénico/ mi mejor amigo
es un payaso que me aconseja/ tiene ojos de rana y vive dentro de mi oreja/ y
habla mucho y a veces se molesta/ y cuando le pregunto cosas casi nunca me
contesta (…) la gente piensa que yo estoy enfermo/ porque corro por la ciudad
con mi cuaderno/ hablando con los perros…” Habla de sus mentiras solo por jugar
y de que colecciona gente muerta… son rimas que me parecen inteligentes.
La
noche a la que me refiero, al inicio del texto, fue con música norteña. La
primera canción que escuché, decía: “Estos eran dos amigos que venían de Mapimí/
que por no venirse de oquis/ robaron Guanacevi/ Ellos traiban dos caballos uno
oscuro y el otro jovero/ en el oscuro cargan ropa y en jovero dinero”. Este es un tema que llegué escuchar cuando era
niña; la frase “de oquis” incluida allí, siempre me ha parecido curiosa. En otra
de las estrofas, dice: “Martín le dice a José/ no te pongas amarillo/ vamos a
robar el tren que viene de Bermejillo”, a lo que José contesta: “Amarillo no me
pongo/ amarillo es mi color/ he robado trenes grandes y máquinas de vapor…” La
canción es de Los cadetes de Linares. En ese insomnio llamó mi atención aquello
de “amarillo no me pongo, amarillo es mi color”. Debo aclarar que mi estado mental
no era del todo lúcido y que somnolienta como estaba, pensaba en el significado
de la piel amarilla. Desde luego, no era una referencia real al amarillo, pues
no era una ictericia por algún trastorno de hígado, páncreas o bazo. En esa historia
se hablaba de la palidez por un estado de alerta. Aletargada, regresé hasta mis
clases de fisiología. Concluí que José tenía mucho miedo y que por eso estaba
pálido y que la acción adrenérgica (reacción simpática) provocaba que la sangre
se concentrara en los músculos: se estaba preparando para pelear o para huir. Tenía
una reacción de defensa para preservar la vida. Y que si la situación era muy
violenta, después surgiría un mecanismo compensatorio (reacción parasimpática) de
liberación de sustancias que ordenaban revertir ese estado de alerta y era
cuando, posterior a un intenso estado de estrés, venia un periodo de
relajamiento, incluso de los esfínteres, por eso en muchos casos las personas
(o animales) se orinan o defecan después del tener miedo.
Entonces,
si una persona está en la fase de palidez resulta muy peligrosa porque pretende
salvarse y para ello puede matar. En cambio, si vemos a una persona enrojecida,
aunque sea por enojo, no hay de qué preocuparse, únicamente lanzará gritos. Si
bien, José, el ladrón que venía de Mapimí, negó tener miedo diciendo que
amarillo era su color, en realidad, se estaba preparándose para pelear o para
huir. Este relato cuenta que huyó y lo atribuye a las oraciones de su madre,
pero, fisiológicamente hablando, fue porque tuvo una reacción bioquímica de
acuerdo a la ocasión. De manera que si mis vecinos siguen desvelándome, tal vez
un día de estos me ponga roja (amarilla no, porque querré matarlos) y vaya a
reclamarles.