La
novela Canción de tumba de Julián
Herbert, (acapulqueño, residente de Saltillo) es una obra escrita en primera
persona, donde el narrador se asume como el personaje principal. Herbert, desata
los recuerdos junto a su madre prostituta desde un cuarto del Hospital
Universitario de Saltillo. Arrastra al presente sus imágenes infantiles y
adolescentes donde los personajes caminan hacia un juicio final del que
anticipadamente han pagado la condena. El autor-personaje escribe mientras
observa el venopack transportador de quimioterapia que va a las venas
leucémicas de su madre. El vigilante de la leucemia resucita la vida de la moribunda,
Guadalupe Chávez, a la que le gustaban los boleros y cambiarse repetidamente el
nombre. Él, saca a empujones de los burdeles la música, los padrotes, los
maridos instantáneos de Guadalupe, a su padre platónico y al verdadero. Asimismo
habla del presente que es Mónica, su esposa, que espera a su hijo Leonardo. Su
mirada es serena, no se exalta mientras va junto a la prostituta, aquélla que
alguna vez le gritò: “Tú ya no eres mi hijo, cabrón, tú para mí no eres más que
un perro rabioso”. Un autor de literatura basado en evidencias, o casi, pues
luego dice cuánta ficción se le ocurrió en el transcurso de la novela,
confirmando que el escritor también tiene el poder de la translocación. Así,
describe sus aventuras imaginarias en La Habana, Cuba.
En
Canción de Tumba, el autor recurre poco
al diálogo, en cambio afianza su prosa en el monólogo interior lo que le
permite no usar comillas, por ejemplo, cuando hace citas de canciones. Sitúa al
lector en una atmósfera en ocasiones sofocante por el humo del cigarro, el alcohol,
las drogas, la música de los prostíbulos: el ambiento sórdido visto desde la
pupila dilatada del personaje principal adicto a las drogas.
Patricio Pron en
su reseña “Mèxico devorando a sus hijos” asegura que (a propósito de Canción…) la autoficciòn no es una
novedad. Y es que prácticamente para la mayoría de los novelistas crear literatura
desde sus propia experiencia es ineludible, pues no hay mejor forma de hablar
que desde lo vivido. Edmundo Paz Soldán,
asegura que es novedoso el uso de anglicismo o coloquialismos, pero no es
cierto, porque desde siempre se
han incluido ambos en múltiples obras. Sólo por citar ejemplos relevantes: El Quijote, tiene referencias en latín y Ulises de Joyce, escribe innumerables
frases en varias lenguas. Igualmente las malas palabras u obscenidades tampoco
le dan frescura porque sería interminable enlistar los escritores que las
utilizan: el mismo Quijote repite varias
veces la palabra puta. Entonces, cuál es la novedad en esta novela, qué es lo que
atrapa al lector. Lo primero es que se
trata de una prosa muy bien escrita (que es lo indispensable en toda buena
literatura) y lo atractivo y nuevo, para mí, es la desmitificación de la madre. Sí, la
abnegada y rabiosamente hipócrita se vuelve libertina y descarada. Canción de tumba es desde el titulo una ironía, es la parodia de “canción
de cuna”, pero no es la ternura que encierra la frase primigenia sino la
realidad cruel de una madre puta retratada por su hijo: Edipo, narrador, es el juez
que no reclama pero que exhibe sus
raíces con una resignación chapeada de orgullo.
En
esta novela la referencia a la Suave
Patria, es como la madre prostituida y maltratada por las circunstancias. La
Patria impecable y diamantina es
ahora pecaminosa y destructible. La intimidad es violentada en las calles con
los rifles AK-47, allí en donde los cuerpos andan ya sin cabeza. Así somos,
qué se le va a hacer. No existe más la Suave Patria ni la gran familia mexicana,
porque la única familia bien avenida es la michoacana. El narcotraficante es la
vía pública y la soledad del joven drogadicto es la vía privada. Todo gira, no
hay principio ni fin: el drogadicto y el narcotraficante son parte de la rueda
del desencanto, porque el desencanto es también una forma de sobrevivir.
*Julián
Herbert, Canción de tumba. México, 2012. Mandadori. XXVII Premio Jaén de novela.