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Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

sábado, 22 de abril de 2017

EL VAGABUNDO DE LA CARRIOLA


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Desde hace algunos años, mínimo tres, a través de diferentes personas me llega la imagen de un vagabundo de Torreón que recorre las calles empujando una carriola en la que lleva un perro. Yo lo he visto dos veces, una vez en un crucero del bulevar Independencia y una ocasión en que mi familia y yo viajábamos por la carretera hacia Saltillo. Caminaba lento empujando su carriola evitándole el cansancio a su perro. El perro que lleva se parece mucho a él; ambos están negros, llenos de suciedad y su olor fétido alcanza un perímetro de varios metros.
En todas las ciudades hay vagabundos. Internet dice que, en Torreón, existen doce. Eso significa que comen, duermen y defecan a la intemperie; su cuerpo sólo necesita de esas tres funciones primarias para sobrevivir. De los doce cuantificados, yo sólo he visto a cuatro: dos mujeres una de ellas era una ciega que tendía sus harapos en la salida de la iglesia de Guadalupe, en el centro de la ciudad. Otra andaba caminaba también por el centro ofendiendo a cualquiera que se le atravesara. Otro lo he visto por la calle Sicomoros en la colonia Torreón Jardín. Éste último, pasa muchas horas cortando papel y con eso se hace un colchón y el de la carriola. Me intriga mucho la vida de los vagabundos y si no me dieran miedo, me gustaría preguntarles qué fue lo que los llevó a ese estado. Sin duda es una renuncia a las preocupaciones del dinero, la familia, el gobierno y en general, de la sociedad. La pobreza como elección; una renuncia al fracaso. Unos dirán que es una renuncia al éxito, pero el éxito es una palabra tan abstracta y tan inexacta, que realmente no sabemos qué es.
 Los vagabundos nos recuerdan a Diógenes (412-323 a C) considerado un filósofo cínico. Cínico, proveniente de la raíz griega kynikos que significa similar a los perros; uno de los rasgos de Diógenes era su amor a los perros. Con frecuencia se representa con una lámpara y un perro. Diógenes se abstenía de todos los placeres y aunque se dice que dormía en un barril al parecer lo hacía en los pórticos de los templos. Se considera uno de los filósofos más brillantes. No dejó nada escrito pero sus pensamientos y su vida fueron recogidos por otro filosofo llamado Antístenes. Antístenes cuenta la anécdota de cuando Diógenes vio que un niño comía lentejas sobre un pan y tomaba agua de la fuente con sus manos, esto lo hizo prescindir de su cuenco: “Este muchacho, dijo, me ha enseñado que todavía tengo cosas superfluas”. Con esto rechazaba toda vanidad y artífico de la vida humana. Como dije: nuestros vagabundos nos recuerdan a Diógenes y ya que no puedo saber sus vidas se me ocurrió ponerle una historia al vagabundo de la carriola. Les comparto un fragmento del cuento que inspiró este hombre que ama a su perro y recorre nuestras calles.
 “¡Miren¡ ¡Ahí va Diógenes!”. Gritó una voz proveniente de un grupo de jóvenes estudiantes de comunicación. Los cuatro amigos andaban de juerga por el centro de la ciudad. “¡Le falta la lámpara y le sobra la carriola!”, dijo uno.  “¡No, le falta cinismo!”, “Mejor qué se bañe. ¡Qué asco!” Agregó otro. Envueltos en carcajadas, una mirada azul e infinita, los enmudeció. Sus ojos eran lo único que tenía color en él. Diógenes entregó unas hojas dobladas a uno de los muchachos y siguió hurgando en un bote de basura. Luego, el bulto negro siguió su camino empujando una carriola en la que llevaba un pequeño perro.

No son pocos los que aseguran que Torreón es una ciudad de locos. “Se podría amurallar y ganar el record Guinness al manicomio más grande del mundo”. Decían. Eso sí, jamás podría ser vomitada por Dios porque allí no hay lugar para los tibios. Es una ciudad exagerada. El verano es un infierno lleno de cucarachas y mosquitos. Es un lugar que no necesitará alumbrado público cuando las amibas sean fosforescentes (y no falta mucho) ¿Basura? por todos lados. Hay  polvo por montones y contaminación ni se diga: Eso provoca atardeceres de gran colorido que, cada día, la gente los ve maravillada como si sus ojos fueran vírgenes. Sus pobladores, aunque locos, son muy trabajadores... 

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