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Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

sábado, 15 de agosto de 2015

autorretrato castellanizado



Mis ojos, un océano. Mi  corazón, un abismo. Camino una calle conocida. Tengo en la mirada una versión limitada de Heráclito. El camino es y no es el mismo, igual que yo. Me resigno a lo que pasa, diciéndome: “Uno nace como puede y hace lo que alcanza. Y a veces ni eso”. No me duele nada ajeno (si es que existe algo que sea ajeno). Me duele lo propio; la sangre entremezclada con la mía. Aquella que bulle fuera de mi comprensión. Soy una mujer que sueña. Y el sueño incluye pesadillas.
 Me hubiera gustado nacer a los treinta y tres años como el “Altazor” de Huidobro, él que aseguraba: “Nací a los treinta y tres años, el día de la muerte de Cristo (…) Tenía yo un profundo mirar de pichón, de túnel y de automóvil sentimental. Lanzaba suspiros de acróbata.” Sin embargo, a mí me tocó nacer a los treinta y cinco. El profundo mirar de pichón me persigue. Muchas veces me he preguntado si soy culpable de ese nacimiento tan tardío; si  soy culpable de ser una mujer nacida después de tiempo; de ser producto de un parto postmaduro. Me fui formando poco a poco sin sentir el verdadero sentido de la vida, de la muerte. La inconciencia del nonato me cobijaba. Sé que no podría explicarlo pero un día un resplandor me golpeó la mirada y fue cuando dije: “He nacido”. Así, fue la mía una gestación prolongada y en ese tiempo de gravidez hablé mis primeras palabras y di mis primeros besos. Jugué, reí y exploré lo que pude. Encontré amigos. Luego fui a la universidad y después me convertí en una esposa y tuve hijos. Madre, dos veces madre. Al momento de mi alumbramiento descubrí los tormentos de mis padres y las confusiones de mis hermanos. Conocí a mis hijos, jóvenes de esperanza que me prodigan saberes. Hijos que creen que yo los he creado cuando han sido ellos los que me han ido dando forma. He sido el vehículo para traerlos al mundo. He sido receptáculo de su conocimiento, amor y queja.
 Hasta mi alumbramiento, la ignorancia me liberaba de toda culpa. Si hice bien lo que correspondía o si lo hice con defecto; estoy perdonada. Todos tendrán que perdonarme. Nací en una edad madura y me volví una de esas mujeres que se enternece con facilidad; una de ésas que se emocionan con actos cotidianos y repetidos como los atardeceres. Por eso creen que no sé qué es el pragmatismo. Dicen que no soy una mujer práctica porque me gusta la poesía y la música y en la tormenta finjo tranquilidad. Si no se entiende lo que digo, no importa. Soy la que sabe que en la inutilidad se puede vivir el sentido del todo. Estoy pegada al mismo cielo, a las mismas palabras, a los mismos conjuros. Siempre.
Quince años después de los treinta y cinco, reconozco el trauma del nacimiento: el deslumbramiento que siguió de la oscuridad. Oigo mi llanto. Recuerdo lo poco festivo que fue (que es) ese acontecimiento. Sin bautizo ni felicitaciones ni visitas ni un solo, ¿a quién se parece?. Todo pasó tan desapercibido y yo tenía hambre y tomé pequeños tragos del mundo. Comencé a probar y me quedé temblando con el “Arte Poética” de Vicente Huidobro: Que el verso sea como una llave/ que abra mil puertas./ Una hoja cae; algo pasa volando;/ cuanto miren los ojos creado sea,/ y el alma del oyente quede temblando./ Inventa mundos nuevos y cuida tu palabra;/ el adjetivo, cuando no da vida, mata./ Estamos en el ciclo de los nervios./ El músculo cuelga,/ como recuerdo, en los museos;/ mas no por eso tenemos menos fuerza:/ el vigor verdadero/ reside en la cabeza./ Por qué cantáis la rosa, ¡oh poetas!/ hacedla florecer en el poema./ Sólo para nosotros/ viven todas las cosas bajo el sol./ El poeta es un pequeño Dios.”

Sí, quisiera cuidar mi palabra y buscar el verdadero vigor en mi cabeza. Ahora tengo claro el pensamiento: siempre habrá una oportunidad para volver a nacer. Y yo, ya llevo tres veces. 

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