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Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

lunes, 3 de agosto de 2015

EL ESPANTAPÁJAROS DE GIRONDO



Un día, me volví loca. Fui un estallido en el pecho; un colibrí en levitación. Me creí la mujer que volaba. Me creí, el espantapájaros de Girondo. Un día, ya no caminé: Fui el espantapájaros que la hace de pájaro. Perdí la razón y qué. Ni me dolió. La locura no duele, al menos no la mía. Todo eso era necesario si pretendía ser aquella mujer, de aquel poema, de aquel poeta argentino llamado Oliverio Girondo. Ése, que se nació en 1891, que se murió en 1967 y que se escribió versos titulados  “Espantapájaros” y que comienzan así:
“No sé, me importa un pito que las mujeres tengan los senos como magnolias o como pasas de higo;/ un cutis de durazno o de papel de lija./ Le doy una importancia igual a cero, al hecho de que amanezcan con un aliento afrodisíaco o con un aliento insecticida./ Soy perfectamente capaz de soportarles una nariz que sacaría el primer premio en una exposición de zanahorias;”
            Hasta allí, ya había olvidado que existían las arrugas y la ley de gravedad. Preocupada, me pareció excesivo eso del “aliento insecticida”. Pero ya que mi demencia iba en caída libre, regresé a los golpes de luz:
“¡pero eso sí! -y en esto soy irreductible- no les perdono, bajo ningún pretexto, que no sepan volar. Si no saben volar ¡pierden el tiempo las que pretendan seducirme!/ Ésta fue -y no otra- la razón de que me enamorase, tan locamente, de María Luisa./ ¿Qué me importaban sus labios por entregas y sus encelos sulfurosos?/ ¿Qué me importaban sus extremidades de palmípedo
y sus miradas de pronóstico reservado?”
            Y quise ser como su María Luisa y viajar por el aire y deseé tener esos labios en abonos y las extremidades de pato. Pero no supe cómo tener “miradas de pronóstico reservado”. Sólo seguí comiendo ansiosa los versos:
“¡María Luisa era una verdadera pluma! Desde el amanecer volaba del dormitorio/ a la cocina, volaba del comedor a la despensa./  Volando me preparaba el baño, la camisa./ Volando realizaba sus compras, sus quehaceres.../ ¡Con qué impaciencia yo esperaba que volviese, volando, de algún paseo por los alrededores!”
Y sí, volé por la cocina y sus alrededores, aunque tampoco fue posible ser del todo ligera como una pluma. Aun así me maravillaba:
“Allí lejos, perdido entre las nubes, un puntito rosado. "¡María Luisa! ¡María Luisa!"... y a los pocos segundos, ya me abrazaba con sus piernas de pluma, para llevarme, volando, a cualquier parte.”
            También intenté, como María Luisa, llevármelo volando, lo abracé y me quedé muda. En ese momento mi locura ya no tenía remedio:
“Durante kilómetros de silencio planeábamos una caricia que nos aproximaba al paraíso;/  durante horas enteras nos anidábamos en una nube, como dos ángeles,/  y de repente, en tirabuzón, en hoja muerta, el aterrizaje forzoso de un espasmo.”
            Me sonrojé, si es que un pájaro pudiera hacerlo. No obstante, sé que la imaginación tiene grandes efectos fisiológicos. Y con la fisiología continué:
“¡Qué delicia la de tener una mujer tan ligera..., aunque nos haga ver, de vez en cuando, las estrellas!/ ¡Qué voluptuosidad la de pasarse los días entre las nubes.../ la de pasarse las noches de un solo vuelo!/  Después de conocer una mujer etérea,/ ¿puede brindarnos alguna clase de atractivos una mujer terrestre? / ¿Verdad que no hay diferencia sustancial entre vivir con una vaca o con una mujer que tenga las nalgas a setenta y ocho centímetros del suelo?”
            Y tuve la tentación de una cinta de medir y una báscula pesa kilos que no pudiera darme una certeza y confirmará que yo era etérea:
Yo, por lo menos, soy incapaz de comprender la seducción de una mujer pedestre,/ y por más empeño que ponga en concebirlo,/  no me es posible ni tan siquiera imaginar que pueda hacerse el amor más que volando.”

            Sí, un día me volví loca leyendo el poema “Espantapájaros” de Oliverio Girondo, e iba del asombro a la risa. Fascinada, la metamorfosis me llevó a la volatilidad. 

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