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Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

sábado, 20 de junio de 2015

ESTAR LOCO


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Hay muchas maneras de estar loco, incluso, algunas llenas de gracia y creatividad. En cambio, las hay destructivas y perversas. Como la locura que atenta contra la vida de los demás. Por eso les han llamado locos a los pilotos que derrumbaron las Torres Gemelas; loco todo aquél que se ha hecho estallar para matar a otros; locos los que han perpetrado asesinatos masivos. Así, somos impotentes ante lo impredecible de la locura. A pesar de lo que la psiquiatría ha estudiado; una mente perturbada siempre encuentra un camino inédito para expresarse. Entonces, se decretan medidas cautelarías: “para que no vuelva a suceder”, dicen.
El 24 de marzo de este año, el copiloto alemán Andreas Lubitz, estrellóstrellar el Airbus A320 de Germanwings en los Alpes franceses, en donde murieron 150 personas (dos jóvenes mexicanas, entre ellos). Desde el 11 de septiembre del 2001, se decidió que para evitar que los terroristas tuvieran acceso a la cabina de control, ésta sólo se abriría por dentro. Irónicamente, esta vez el asesino iba adentro. La puerta quedó sellada de tal forma que el piloto, que había ido al baño, ya no pudo entrar.
A Lubitz le habían diagnosticado “Depresión con tendencias suicidas”. Y es extraño, porque no es común oír que una persona deprimida se convierta en asesina. Lo usual es que escuchemos que se hacen daño sólo a sí mismas. Por lo que obliga a que el sistema de selección de pilotos sea reformado. Ya no sólo se tratará de pruebas psicológicas o psiquiátricas, sino de exámenes neurológicos y bioquímicos específicos. Lubitz de 27 años de edad, aparentemente estaba deprimido, recién había roto su compromiso matrimonial e iba a tener un hijo con quien llevaba 10 años de relación.
“La depresión es la peor enfermedad que una persona puede padecer”, asegura, el neurocientífico estadounidense Robert Sapolsky. La depresión es un padecimiento grave por la ignorancia que existe en torno a ésta y porque muchas personas creen que es cuestión de voluntad. Según la OMS, actualmente la depresión ocupa el 4º. lugar de incapacidad laboral, después de la diabetes, hipertensión y enfermedades cardiovasculares; dentro de 10 años será la segunda causa. El 50 % de la población ha tenido depresión en algún momento de su vida. Ello explica la gran cantidad de antidepresivos que hay en el mercado.
Sin embargo, la depresión es una de las enfermedades más complejas. En una conferencia impartida por Sapolsky, titulada: “On depression” (Youtube), explica porque la depresión no se pueda modificar a voluntad, como muchos creen. Allí, el científico expone las alteraciones bioquímicas cerebrales que provocan que las personas depresivas tengan anodinia (pérdida del placer), culpa, retardo sicomotor (desgano), autoengaño, deseos de autoagredirse (en algunos casos suicidio) y trastornos del sueños. En la depresión existe deficiencia de algunos neurotrasmisores como serotonina, dopamina y noradrenalina. Por eso cuando éstas disminuyen el estado de ánimo de una persona no se puede mejorar con un “anímate”, “échale ganas” o “ponte las pilas”. Sapolsky explica que eso equivaldría a decirle a un paciente con diabetes tipo I: “Vamos, anímate, ponte a fabricar tu propia insulina”, así de absurdo.

Hay grandes avances en el conocimiento de la depresión, aun así se estigmatiza a quien la padece. Pues es verdad que se crean asociaciones para recaudar fondos para  padecimientos raros, más no para las alteraciones psiquiátricas. Robert Sapolsky describe cómo varios pacientes con cáncer están agradecidos con la vida por padecerlo, pues aprenden a disfrutar cada momento de su vida. En contraste, la depresión no tiene ninguna compensación ya que parte de los síntomas es, precisamente, la incapacidad para sentir placer. Tal vez si Lubitz, hubiera tenido un tratamiento y diagnóstico adecuados, se habría evitado la tragedia. No es tan trivial como decir: “¡Ah, estaba loco!” Tristemente tenía razón cuando dijo: “Todo cambiará…”, y cambiará, especialmente para los pilotos. Aunque la responsabilidad recaerá sobre los médicos que evalúan quién está apto mentalmente, o no, para ser piloto.

sábado, 6 de junio de 2015

A YUCATÁN CON CEFALEA

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Un miércoles, a las 2 de la tarde y con 40 grados centígrados, llegamos a Mérida, Yucatán. Cerca de donde algunos científicos consideran que hace 65 millones de años cayó un meteorito que permitió que la tierra se reseteara. Llegamos al lugar de los mayas y sus imponentes pirámides. Yucatán, estado de pueblos mágicos; de la ceiba y el henequén; de la jarana y la vaquería; de la cochinita pibil, el poc-chuc, el chimole, los papadzules, el relleno negro, la sopa de lima, el chile habanero y el dulce de papaya. Pasear por esta tierra fue como estar en paz con todo. Aunque, en este viaje hubo momentos en que la paz no estaba conmigo.
 Una de esas noches yucatecas, oí a un grupo de niños que cantaban en lengua maya canciones que yo no entendía, pero que podía sentir. Ellos eran pequeños y con gracia. Bailaban un poco de jarana y gritaban: “¡Bomba!: Un yucateco de una iglesia se cayó y ni un hueso se rompió, porque él, de cabeza cayó”. Caminé las calles del centro histórico, vi sus iglesias del siglo XXVI y XXVII. Buscaba los motivos de los conquistadores entre aquellas construcciones de gruesos muros, tan gruesos como de metro y medio. “Iglesias católicas hechas de las piedras de pirámides destruidas”, así lo decía un meridano y señalaba los símbolos mayas inscritos en algunas losas que forman parte de las construcciones. En el templo de la virgen del Carmen, se exhibían grandes cuadros que representaban la vida de Cristo: de niño, en el juicio (cuando Poncio Pilatos se lava las manos)  en el viacrucis y la resurrección. Éstas son obras muy emotivas.
         Un día fuimos a Celestún. Una lancha nos llevaba por un río limpio y apacible. Vi manglares y sólo algunos flamencos. Pocos flamencos porque: “no es época de que estén aquí. Ahora están incubando”, dijo el conductor. Mientras la lancha avanzaba, veía garzas, pelícanos, águilas, patos… Había unas pozas azules donde las personas podían nadar. Después fuimos al mar, a ese mar azul turquesa.

         Un día más, la naturaleza me dio un pequeño revés. Fui atacada por un dolor de cabeza que no cedió a los analgésicos y trasformó mi ánimo. Aun así, subí al camión turístico. Un hombre nos guiaba hacía las pirámides de Uxmal. Yo lo escuchaba aturdida por la cefalea que me amargaba, por eso cuando él decía cosas como: “Dicen que…”, “se cree…”, “tal vez…” yo renegaba para mis adentros. “Bah, ¿y la historiografía? ¿Y los datos duros”. Yo respondía muda a sus enseñanzas: “Este es la montaña más grande que tenemos por el momento”. A lo que yo respondía: “¿Hasta el momento?, quizá por la tarde nazca otra.” El hombre prevenía: “En Yucatán, la comida es muy condimentada y con frecuencia hace muchos estragos”. En mi estado semiconsciente agregaba: “Sí, condimentada con salmonella. Ya supimos de varios casos de diarrea”. Después dijo que las pirámides tenían más de mil quinientos años y que estaba comprobado por pruebas de carbono 14”. A pesar de que: “El carbono 14 sólo se realiza en materia orgánica, no en piedras”. Después nos dijo que tuviéramos a la mano identificación porque las personas “normales” pagaban menos que los extranjeros, “¿los extranjeros eran anormales?”. Sin dolor de cabeza todo esto me hubiera parecido gracioso, pero... Alguien le preguntó en francés no sé qué cosa, a lo que él respondió en ese idioma y dijo que también hablaba alemán. Con eso me aplacó, un poco. Subí a la pirámide permitida casi ahogándome, con la decepción de que a mi condición física la tenía sobrevalorada. Esa vez, después de comer regresamos al espectáculo de luz y sonido en las pirámides, algo muy emotivo a pesar de mi condición de testa adolorida. Se oían pájaros pero también el chillido de murciélagos que sobrevolaban la planicie entre las pirámides. Yo pensé: “No me vayan a contagiar la rabia”. Aunque rabia yo ya tenía. Luego la cefalea desapareció y me permitió disfrutar el resto del viaje. Fue una gran experiencia pisar tierras mayas. El domingo por la noche, de regreso a Torreón me sorprendió que la primavera siguiera fresca.