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Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

sábado, 11 de octubre de 2014

REUNIÓN DEGENERACIÓN

                                    

Al centro con mi amigo Dr. Roel López García, en diciembre de 1985
(fotografía cortesía de mi querida Dra. Ado Gutiérrez)
Es común que cuando un grupo de exalumnos, de cualquier escuela o facultad, al anunciar una reunión agreguen la palabra “degeneración”. Unen la preposición y el sustantivo, en lugar de separarlos: “Reunión de generación”. Un mal chiste, que trae la fantasía del “degenere” en una connotación sexual. Pero para gracia, o desgracia de algunos, ese tipo de degenere nada tiene que ver con estas reuniones de nostalgia.
Acudí a una fiesta con mis excompañeros de la facultad de medicina: “Reunión Degeneración XXV”, así aparecía en el grupo de Whatsapp. La consigna era que nadie podía ir con su pareja, no importaba si ésta era del mismo sexo o no. Al ir en solitario surgía la ilusión de que manteníamos el estado salvaje y puro en el que navegamos a los dieciocho. Allí concluí que estas fiestas sí son de degenere, pero no sexual, sino del que abarca la degeneración del cuerpo, de los órganos, de los tejidos… Un sábado de octubre, después de 28 años de egresados, saludamos: pelo escaso o canoso o pintado; células adiposas multiplicadas sin pudor; arrugas descaradas al sonreír; desfilaron los males de columna, de cadera, de hombros; por aquí y por allá, saltaban los: “¿Sabías qué fulanito estuvo muy grave?” Y, “¿sabían de aquellos dos que se fueron hacía la luz eterna? “Sí, en paz descansen”. Por desgracia, la degeneración también alcanzaba al pensamiento: “Oye, no me acuerdo de eso” “Perdón, me equivoqué de nombre” “¿Ése quién es?”. Aunque, hay que reconocer que algunos/as, lucían mucho mejor que antes. Sea lo que fuere, estas reuniones resultan muy divertidas y conmovedoras.
En 1981, ingresamos 120 jóvenes a la Facultad de Medicina de Torreón, más de veinte no terminaron la carrera. De esta Generación nacieron dos patólogas, un cirujano cardiovascular, un cirujano trasplantólogo, una inmunóloga, una investigadora, un traumatólogo, una dermatóloga, tres médicos legistas, tres siquiatras, cirujanos generales, ginecólogos/as, pediatras, anestesiólogos/as, médicos familiares y generales… Por lo demás, encajamos, casi, en la media nacional de cualquier estadística: en número de matrimonios, hijos, solterías, preferencias sexuales, enfermedades, etc.
En esa reunión, vino a la plática aquella época en la que, mis hermanas y yo, vivíamos en un departamento ubicado en la calzada Colón, casi esquina con bulevar Revolución. Un compañero de la facultad rentaba un departamento continuo al nuestro. Con él compartimos muchas vivencias. Entre otras, que éramos foráneos y que el dinero que nos debería durar quince días no siempre aguantaba tanto. Entonces, íbamos al comedor del DIF. Cobraban cinco pesos por una comida de muy mala calidad, ¿qué esperábamos por cinco pesos? Lo peor sucedía cuando alguna asociación filantrópica hacía cena en viernes y les sobraban pan o canapés, y ya que estas personas son tan caritativas, toda esa comida iba a parar al DIF: sin el menor cuidado para su conservación, sin refrigerarla y a veces sin cubrirla. Duraban almacenados sábado y domingo. El lunes nos ofrecían un pan que era una verdadera arma, tan suave como una quijada de burro. Podríamos haber matado a cualquier Abel que pasara por ahí. En cuanto a los canapés, no miento si digo que se trataba de comida de diez tiempos: entraban en un tiempo pero salían en nueve. Nos desnutríamos por tanta diarrea. La inmunidad del sistema digestivo, la de mi amigo y la mía, se la debemos a la comida del DIF Torreón.
Dra. Velia Soto, yo, Dr. Luis Araujo, Dr. Roel López
Mi amigo tenía otra forma, más elaborada, de evadir el hambre. Se autonombró “Becario de Soriana”. Él iba al departamento de salchichonería y quesos, pedía probar de esto y de aquello. Luego, ordenaba un cuarto de kilo de queso y otro tanto de carnes frías; se paseaba por toda la tienda poniendo algunas cosas en el carrito. Mientras, se iba comiendo su pedido. De la tienda salía sin comprar nada, pero con medio kilo de queso y jamón dentro de su oronda barriga. Él, con frecuencia entraba a nuestro departamento a decirnos: "Las invito a comer" y ya que sabíamos en que consistía tal invitación, la respuesta siempre era la misma: "Estás loco." Nos daba miedo que apareciera una foto nuestra en la página policiaca de El Siglo, con la leyenda: "Jovencita robaba comida y la guardaba en su estómago."
Aquella fue una tarde de risa y de afectos renovados. Abrazo a todos mis compañeros de la Generación XXV de la FMUAC, Unidad Torreón, a los que asistieron a la reunión y a los que no, también.