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Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

sábado, 30 de marzo de 2013

POSTALES EXILIADAS DE CARMEN ÁVILA

Una versiòn corta de este texto aparece hoy en la revista Siglo Nuevo

Fue una grata sorpresa encontrarme con el libro Postales del exilio, de Carmen Ávila, ganador del Premio Nacional de poesía “Enriqueta Ochoa”  2010. La autora estudió Comercio Internacional, Maestría en Administración Publica  y Políticas Publicas en el ITESM, realizó cursos en la Universidad de Harvard y la Universidad Carlos IV en Praga. La mayoría de las personas creería que alguien que se encamino en estos temas  no tendría la sensibilidad para ser poeta, pero los estereotipos sólo nos señalan las prisiones que escogemos, porque si los que se dedican a los quehaceres políticos fueran capaces de reconocer el dolor del otro, viviríamos en un mundo mejor. Así pues, nos hacen falta más poetas. Por eso celebro que la literatura haya escogido a Carmen Ávila, como ella misma lo dice, para que nos lleve a pasear con su poesía a través de  ciudades donde sus sentidos han estallado en el asombro y la nostalgia.
         Sí, tomando las hojas de Postales del exilio, podemos visitar muchas ciudades. La primera parada es París e irremediablemente el río Sena que ante los ojos de la saltillense se presentan como “la baba de un animal rabioso” o vemos el puente de saint Lazare de donde alguien saltará a su muerte y no le importará arruinar el día de los demás que aún desean seguir cumpliendo años. Y es que sabemos que los puentes están allí como un deseo hacia el infinito, como una tentación para que abandonemos las ataduras del tiempo y el espacio.
La poeta me llevo al museo D’ Orsay para ver Desayuno sobre la hierba, del pintor impresionista Eduard Manet, ése, al que muchas veces he confundirlo con el otro, con Claude Monet, pero no, ella pinta con palabras a Manet con la mujer desnuda cerca de dos hombre bien vestidos y yo prefiero el antojo de ver a dos mujeres arropadas junto a un hombre desnudo, mientras la anfitriona me recuerda las malas copias que hizo Picasso de Desayuno sobre hierba, concluyendo que “una obra de arte no es lo que uno termina / sino la eterna y absoluta continuación/ que otros se empeñan en arruinar”. Por esos espacios supe que la escritora tiene una amiga, que es como una pantera negra de piel hermosa;  platica cómo las panteras no están hechas para el hielo, que añoran el sol africano y el pescado fresco. Carmen Ávila encuentra la belleza del sufrimiento cuando le dice adiós a París. Acepta que el humano “hasta de la memoria/ hace una máquina de tortura”. Siempre seremos nuestros propios verdugos.
Después, en la página treinta la encontré en Berlín, Alemania llena de nieve y entre la blancura la descubrí tomada de la mano de un hombre del que dijo que en ese momento no estaba unida a él por la tibieza de su mano “sino por el placer inigualable/ de sentir/ cómo cruje el hielo bajo las plantas.” En esos días en que la noche llega al mediodía, se pueden ver saltar los ciervos, y sentir miedo del negro arriba y del blanco abajo. Allí, en Alemania, deseo que la máquina del tiempo existiera, aquélla de la que Einstein habló como una posibilidad y si no, cuando menos asegurarse una reencarnación para volver a ser niña.
En Brujas, Bélgica describe cuentos de hadas invertidos y un texto en prosa en donde: “Había una vez, en  un reino lejano, alguien que no fue feliz para siempre”. Un cuento donde una bruja de pelo color bermellón y ojos añiles  no fue llevada a la hoguera como Juana de Arco pero que realizó una sola magia: quitarle el hambre a la viajera. Viajera que en esos párrafos aclara que en realidad Brugge significa puente y no bruja, pero de cualquier manera en Brujas, Bélgica  habrá que buscar una buena escoba para volar.
Así, fui recorriendo otras ciudades tomada de las palabras de Postales del exilio llegué a Praga, Republica Checa y la metamorfosis me envolvió y ante los versos de la autora también fui el escarabajo Gregorio Samsa con sus múltiples capas de queratina y me creí muerta por un manzanazo. Kafka sigue en Praga y Carmen Ávila lo comprobó.
En Praga escribió los versos: “Al hombre que perdió mi arete”:
Caí en tus labios/ fui marioneta a la que le cortaron los hilos/ de tus ojos brotaron girasoles/ y un ángel milagroso te contó un secreto todo ese tiempo/ La luna se había comido el universo entero/ la noche fue/ un pájaro más/ en el silencio/ Praga era más gótica y más oscura que de costumbre/ mi arete de cobre se desplomó mientras me abrazabas. (Después en la noche de Copenhague/ otra igual de oscura y fría/ donde el sol acababa de explotar/ perdiste mi arete de plata/ te dije que si algún día nos separábamos/ te recordaría como el hombre que perdía mis aretes/ sólo por eso lo encontraste/ brillando impávido en los adoquines/)

El caminar de la autora sobre ciudades de países como Estados Unidos, México Suiza, Israel, Polonia, Japón, China, Croacia, Italia y otros más donde pudo lanzar monedas a un río o una fuente para pedir deseos incumplidos.

         Postales del exilio en un poemario que cuenta historias completas y que contiene voces en francés, alemán e inglés y que cuando se trata de citas dentro del texto en español son traducidas. También, aunque es un libro en su mayoría en verso, encontramos dos textos en prosa uno es “Sobre los cuentos de hadas” y al final su “Biobibliografia” en esta última podemos apreciar la tenacidad de la autora y su fortaleza al enfrentarse sola a tierras ajenas y a trabajos extraordinarios como el que desempeño en Tailandia en un templo iluminado y donde descubre que vive, según el calendario budista, cuatrocientos años adelante. Asimismo nos habla del privilegio que ha tenido al codearse con premios Nobel y de besar a García Márquez y Saramago, de ir a unas islas del pacifico y encontrar personas que bailan sentadas y que tienen los dientes rojos.  
Encuentro en esta obra expresiones metafóricas y de mucha sensualidad, mas no me refiero a la sensualidad en su acepción erótica o sexual, sino a la sensualidad que se refiere a las imágenes fabricadas a través de los sentidos. Gran parte de este libro está escrito con un lenguaje directo, sobrio, que corteja la crónica de viaje, en donde la autora comparte su fascinación por el mundo, aunque siempre perfumada de nostalgia.
Este texto lo leí el día 15 de febrero de este año en el teatro Isauro Martínez en la presentaciòn del libro. 
 Carmen Ávila. Postales del Exilio. Editorial JUS- Direcciòn Municipal de Cultura. Torreón 2012

sábado, 16 de marzo de 2013

CON LAS PATAS



Camino descalza por mi casa. Disfruto andar con los pies desvestidos porque es buena la sensación de frescura que emana del piso. Quiero que se me refresque la mente o el corazón, “o pescas un resfriado” diría como mamá. Pero no crean que me siento una Carmelita y que formo parte de aquella orden monjil a la que perteneció sor Juana Inés de la Cruz, antes de irse con las Jerónimas. Aclaro, sin que sea necesario, que estoy a años luz de ser una monja descalza.
Veo mis pies porque ante mi yo, tengo que bajar la mirada para conocerme. Observo unos pies del número veintitrés y medio, pero no sé, si con los que ando, estarán bien puestos sobre la tierra. Aunque muchas veces no quisieron tanta realidad y pretendieron tener alas, como el dios griego llamado Hermes, que en romano se dice Mercurio y en el mundo de la moda, corbata. Al verlos me doy cuenta que, hace mucho tiempo, a mis extremidades inferiores no se les ha ocurrido tener alas, esa es la razón por lo que estoy cabizbaja.
Reconozco mis cimientos móviles con sus cinco dedos cada uno, con el gordo, el chiquito y los tres hermanos parecidos y siento alegría de no tener polidactilia. Qué suerte que no me nacieron seis o más dedos juntos. Deambulan ese par, al polo sur de mi anatomía, con sus veintiséis huesos, de los cuales me gusta más el astrágalo porque suena bien el nombre y forma parte del talón junto con el calcáneo. Veo a los que me sostienen, cubiertos de piel y músculos el tarso, el metatarso y las falanges; me llevan a donde les ordeno. Hasta ahora siempre me han obedecido. Les correspondo con un masaje de vez en cuando, aseo diario junto con el resto que los acompaña y una repasada quincenal con el cortaúñas. Desde luego, nunca les he hecho ni les haré nada de lo que llaman reflexología, en la que aseguran que tocando un punto del pie se podría curar una parte específica del cuerpo. Creo en la reflexología sólo si es el arte de reflexionar, no de reflejar.
Reflexiono. Es cierto, a las patas de los humanos se les llama pies. Gracias a la evolución tenemos dos de éstas. Claro, a veces uno mete las cuatro y se justifica diciendo que es por tener muy mala pata, cuando la superstición dicta que necesita una de conejo. Aunque, debo confesar que cojeo de la misma pata que mis amigas, por eso nos llevamos bien. También me he fijado que, ni ellas ni yo, tenemos juanetes, o lo que los traumatólogos llaman hallux valgus. Eso sí, a todas nos han salido patas de gallo, en eso estamos empatadas. Habrá que dejar claro que ninguna es “pateperro” permanente, sólo a veces, como el gato que se sale y que regresa hasta la madrugada y que su dueña le dice que, si sigue con eso, lo pondrá de patitas en la calle; que no le busque tres pies al problema.
Recuerdo haber oído que a los hombres que tienen el pie plano, o que padecen una discapacidad anatómica, aquí en México, al intentar el Servicio Militar, le inscriben en su Cartilla: “No apto para la Patria”. No obstante, no lo sé a ciencia cierta, pero oí que hace años decía “Inútil a la Patria” y pensé en lo mal que debería estar un país en donde el gobierno valora más a un individuo por su capacidad para correr que por sus reacciones cerebrales. Sin embargo nada es de extrañar cuando el deporte que más pasión provoca es el que se juega, precisamente, con los pies.
Hay patilludos que aseguran que una mujer descalza resulta ser muy sensual, pero son puras patochadas, no creo que dependa de eso. Aunque la Cenicienta parecía que sus pies eran lo más atractivo, por ahí andaba el príncipe midiendo la zapatilla de cristal. Imagínense semejante método de identificación.
Para terminar, les aseguro que este texto no está hecho con las patas. Mas no faltará quien diga que miento.

sábado, 2 de marzo de 2013

La vergüenza

Prefiero que la cara me arda, a que se me caiga de vergüenza, o mejor aún, nunca sentir que me muero por esta causa. Prefiero sentir una vergüenza ajena que una propia. Sé que hay ocasiones en que los hijos avergüenzan a los padres y viceversa y que algunos la sienten por su origen o su condición socioeconómica o porque se creen feos o poco listos. Aunque siempre es bueno tener una medida de este sentimiento en el cuerpo, un poco está bien, tampoco hay que exagerar. De manera que si se tiene algo de vergüenza la vida camina, más o menos, en armonía con los demás, ya que cuando se pierde por completo las cosas suceden como suceden y todos pasamos muchas vergüenzas. Aunque siempre se puede alegar esa tontería de “vergüenza es robar y que te vean”, no obstante que todo mundo se dio cuenta de que robó y que él nada sintió y nomás dijo: ”Yo ya me voy al extranjero a estudiar idiomas”.
Se ha perdido por completo la vergüenza, no hay rastros de ella. Nadie sabe a dónde se fue, si está desaparecida, si la mataron o la secuestraron, la mutilaron o la dejaron hecha una ídem. A pesar de eso algunos se avergüenzan de ser laguneros por lo que otros hacen y por lo que yo he dejado de hacer. Se han vivido grandes vergüenzas, eso sí. Sin embargo, algunos ni la conocen y hablan tan cínicos de sus mentiras. Son como ésos que andan desnudos exhibiendo sus vergüenzas como si éstas fueran orgullos: son unos sinvergüenzas, descarados (o sea que no tienen cara, se les cayó desde antes. Desdenantes, pues).
Así como la envidia es verde igual que la bilis y la tristeza es azul parecida al cielo; la vergüenza es roja como la sangre en los cachetes cuando ésta se sube a la cara, es una cubierta hecha de manos que son máscara, es una cara que se cae y es un parpado agachado en la mirada; es unos hombros acongojados y un arrastrar de pies. La vergüenza es un temblor de piernas y manos, un corazón acelerado, una voz despedazada y es también, una mentira para  que crean que soy lo que no soy.              Pero, lo que en este lugar es vergonzoso en África es vivir en libertad y un eructo es fiesta en los países Árabes. Y si para vergüenzas no se saca siempre existe la posibilidad de convertirse en aquél que todo le importa poco.
            Ahora les ha dado por llamar vergonzante a lo vergonzoso, con el sufijo ante, es decir, él que hace una acción como el caminante, danzante triunfante, migrante… queda claro que se refiere a las personas o cosas que hacen un acto cualquiera. En este caso sería aplicado a los individuos, pese a eso no lo usan para la gente sino para la misma acción, así aseguran: “es vergonzante la manera de robar al erario público”, por poner un ejemplo. No les queda claro que la manera de robar es vergonzosa, produce vergüenza y que el vergonzante es el ratero porque comete la acción de avergonzar.
La definición de diccionario dice que la vergüenza es­ un “sentimiento ocasionado por alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante”. Es algo más, es el filtro que impide que me vean los colmillos de mi animalidad, es la máscara de la vida que es el carnaval permanente. Que igualmente se toma como sinónimo de pena o la canción de Silvio Rodríguez que se llama “La vergüenza” y que canta así: “Tengo una mesa/ que me alimenta,/ que a veces tiene/ hasta de fiesta./ Mas si tuviera/ sólo una araña/ burlona en mi despensa,/ tendría la vergüenza./ ¿A qué más? (…) Tengo luz fría/ y lavamanos,/ cables, botones/ casi humanos./ Pero si fuera,/ ay, mi paisaje/ sólo de ruinas intensas,/ tendría la vergüenza…”
Casi lo dije al inicio de este texto: la vergüenza es uno de los sentimientos que da soporte a las relaciones humanas. Para vivir en sociedad hay que tener cierta medida de ésta, ni mucha ni poca, la necesaria. Pues la vergüenza en exceso hace que los individuos sean superficiales o que no se puedan relacionar con los demás. Quienes poseen demasiada le dan valor a lo que no lo tiene y los que no tienen nada de vergüenza menosprecian lo que para la mayoría es valioso.