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Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

sábado, 26 de octubre de 2013

YO TAMBIÉN LEO (la mente)

Yo leo la mente. Sé lo que pensaron al toparse con esta declaración. Lo sé. Pero no, no lo crean del todo. Sí estoy loca pero no tanto. Aunque mi clarividencia no va a llegar a niveles de poner un consultorio que anuncie: “Aquí se lee la mente” donde se sugiera al usuario olvidar la lectura del café, tarot, caracoles, mano, iris, pies, etcétera, y que invite a desnudar el cerebro de la esposa, esposo, suegra, hijo, o bien, que ofrezca a cada cual el descubrimiento de lo que su mente esconde. Claro, eso nunca va a suceder. Reconozco que soy ignorante de muchos tipos de lecturas, pero, aunque comercialmente nunca voy a explotar ese don, lo mío, lo mío, es decir, mi especialidad, es leer la mente.
         Por ejemplo, adivino que algunos de los que leyeron el título de este artículo pensaron que iba a hablar sobre la campaña de lectura de El Siglo de Torreón, y bueno, ya que no siempre me gusta decepcionar a las personas (ni a los animales), sí voy a hablar de eso. Es que, sin querer, me vi involucrada en esa campaña. Digo, no fue decisión mía pero lo hice con  mucho gusto. Llegaron a casa dos jovencitas (Miryam y Erika) preguntándome por qué o para qué leía. Parte del objetivo de la respuesta era la espontaneidad. Entonces me quedé pensando unos segundos y respondí: “Leo para tratar de entender la vida”, allí en mi respuesta iba implícito el porqué, porque en efecto, no entiendo la vida, al menos no muy bien. Y aunque di mi contestación en ese momento, la pregunta me acosó el resto del día, la noche y hasta la mañana siguiente (¡obsesiva!, sentenció el lector que todo lo juzga). En realidad, no me especificaron a qué tipo de lectura se referían, pero claro, no era necesario porque cuando se asegura que alguien es un “lector voraz” es lo mismo que decir que le atañe la literatura, que se involucra con la novela, poesía o cuento. Desde luego, atendiendo a mi respuesta, sí creo que leer ayuda a entender la vida, porque en las letras conocemos más sobre la conducta humana. Sin embargo, a veces pienso que lo único seguro es que la literatura sirve como método anticonceptivo. Está comprobado; siempre coincide que los países que más leen son los que menos nacimientos tienen. La explosión demográfica de un país aumenta cuando su población basa su criterio únicamente en lo que le dicta la televisión. Muy contrario al sentido del chiste estúpido de: “¿Qué, tus papás no tenían tele?”. (Acertaron. Me pasó más de una vez, aludiendo a que provengo de una familia exagerada en múltiples sentidos).
         México es un país lector, pero no de lo que  debería. Sí, todo mundo está gastándose los ojos en las redes sociales o en el teléfono celular. No sé si esté cuantificado el tiempo que perdemos involucrándonos en textos banales, en videos tontos o husmeando perfiles. Aunque también es cierto que se ojean periódicos, revistas, instructivos, música (los que pueden), recetas de cocina y libros didácticos. Lástima que la mayoría no toma en cuenta que acudir a la escritura de arte es igual que leer la mente. No hay mejor oportunidad de conocer las grandes testas que leyendo lo que escribieron.
         Estarán preguntándose, y, ¿dónde quedó la arrogancia de la sentencia inicial de “yo leo la mente”? Les digo, sí sé lo piensan los otros. La telepatía existe. Aunque no es exclusiva de mi persona. En realidad todos tenemos ese don, pero no nos fiamos de él, especialmente los jóvenes no creen en lo que comúnmente se llama intuición o sexto sentido que corresponden a lo que es leer la mente. Al pasar de los años es muy importante confiar en lo que creemos que los otros piensan porque cuando acertamos crece la autoestima. ¿De qué se trata eso de leer la mente? Se trata de saber interpretar los signos de una mueca,  palabra o acción. A todos nos ha pasado que al llegar a un lugar y sentimos cómo allí se llena de un pesado silencio y eso nos hace deducir que estaban hablando de nosotros. No, no es paranoia, eso sucede. O, a veces, vemos gestos de fastidio en la cara de enfrente y todavía se nos ocurre preguntar, ¿estás aburrido? ¿Por qué existen las “miradas que matan”?, porque a través de la mirada se lee el pensamiento. Entonces yo, tú, él, vosotros leéis la mente y todo lo que se le atraviese.

sábado, 12 de octubre de 2013

DESEOS SEXUALES

Con frecuencia me sorprende la avalancha de anuncios sexuales a los que estamos expuestos. Pareciera que, para muchos, las relaciones sexuales fueran algo que está de moda. Olvidan que, aunque existen seres vivos que se reproducen asexualmente, y a pesar de la clonación y la probeta, casi todos somos producto de un acto sexual entre un hombre y una mujer. Desde luego, la finalidad de tanta alharaca erótica nada tiene que ver con la reproducción animal sino con los usos recreacionales del apareamiento.
Viajamos al DF, todos. Dos hijos y dos papás. Los cuatro subimos a un pequeño taxi y nos compactamos como pudimos. Antes, el chofer había abierto la cajuela para guardar lo comprado. Nos mostró un fastidio reflejado en la boca y la nariz. Quizá ese era el momento de buscar otro vehículo. Pero estábamos muy cansados. No dijimos nada. Enfilamos a la dirección predicha. El chofer prendió el radio y oímos un programa donde alguien llamaba a una especie de “línea caliente”. A nuestros oídos entraba la voz de una mujer que fingía tener sexo. Ya saben, la poca creatividad de estos casos: “Te cumpliré todas tus fantasías. Papito… y demás frases y gemidos asociados al placer libidinoso. Lo mismo de siempre. Así estuvo durante un rato hasta que ella pareció alcanzar la cumbre del Everest. El caso es que iba con mi familia y allí se respiraban aires un tanto incomodos. A pesar de que todos, en ese apretujadero, éramos adultos, y, supongo, de mente abierta. Aun así, pensé en decirle al taxista “porno”, que apagará a esa señora pujona, falsamente ronca y melosa. Estuve imaginando la exigencia que le haría al chofer: enojada, indignada, amable, muy amable, indiferente… En fin, de todas las formas posibles. Pero yo estaba agotada y sentía que aquel descarado me iba a responder violentamente. Dijéraselo como se lo dijera. ¿Qué tal que nos baja del coche y se queda con nuestras cosas, y si nos asalta? “No hay que juzgar a las personas por su apariencia”, recordé eso. La verdad, el hombre tenía una pinta de maleante que en momentos me asustaba. Tal vez no era dañino, pero lo parecía.  Opté por hacer mutis. Igual que los demás. Mientras, mi hija volteaba a verme alzando unas cejas que me decían: “¿Qué pasa, mamá?”, respondí con el mismo gesto. En mi imaginación seguí reclamadora hasta que llegamos a donde teníamos que llegar. Nada sucedió.
La situación anterior me hizo recordar aquella frase de Aldos Huxley de su novela Un mundo feliz, que dice “A medida que la libertad política y económica disminuye, la libertad sexual tiende, en compensación, a aumentar.” Es verdad, ahora hay más libertad sexual y más acceso a la pornografía. En la ternura de mi despertar hormonal, sabía que mis contemporáneos mandaban a la revisteria, al más avejentado de sus amigos adolescentes para que comprara “literatura de una sola mano”. Sí, se cooperaban entre varios y hojeaban el Pimienta o el Penthouse o no sé cuáles otras. Antes se compraba esa fantasía y los jóvenes experimentaban cierta culpa y la sensación de estar haciendo algo inmoral o ilegal, ahora ese recato se perdió; la pornografía se encuentra sin costo en Internet y en cualquier lado. Ojalá, Huxley, tuviera razón cuando escribe: “En colaboración con la libertad de soñar despiertos bajo la influencia de los narcóticos, del cine y de la radio, la libertad sexual ayudará a reconciliar a sus súbditos con la servidumbre que es su destino.” Ojalá que todos nos reconciliáramos, pero, como veo el panorama… soy pesimista.
Considero que tanta publicidad sexual da origen a otras manifestaciones perversas que han dañado mucho a nuestra sociedad, y esto se ha reflejado principalmente en la trata de personas. Son excesivos los estímulos para las hormonas sexuales, porque además, los viejos que carecen de estas hormonas, las compran en la farmacia para satisfacer sus deseos sexuales.
La pornografía no me asusta, no obstante, para mí, es una resonancia interminable de egos frustrados. Claro, respeto toda expresión erótica, siempre y cuando se trate de adultos libres y conscientes a los que no se les imponga nada.