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Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

sábado, 25 de mayo de 2013

CON POCA SAL EN LA MOLLERA

Es muy frecuente que autoridades, de todos los niveles, propongan soluciones que no resuelven nada. Los gobernantes dicen no al razonamiento y dan cabida a las ocurrencias. Así, muchas estrategias vienen de los que son “de muy poca sal en la mollera” como diría don Quijote. Este es el caso de los legisladores del Distrito Federal que han decido retirar los saleros de las mesas de los restaurantes. Desean prevenir la hipertensión arterial y no encontraron otra forma, sino ésta, absurda y sin probabilidades de éxito. Definitivamente, estamos salados, y cuando no, alguien nos echa la sal.

En el imperio romano, quinientos años antes de Cristo, se podía pagar con sal, misma que tenía un valor similar al oro, de allí surgió la palabra salario. Después, los químicos descubrieron que la sal no era otra cosa que un compuesto de dos elementos: cloruro y sodio (NaCl), que ahora es conocido usualmente como sal de mesa; un producto necesario para todas las funciones celulares del organismo animal. El cloruro de sodio también es utilizado como conservador de alimentos y es el causante de la salinidad del mar, de donde se extrae la mayor parte de este compuesto para consumo humano. Además, en la actualidad, es la mayor fuente de yodo, ya que hace aproximadamente 50 años se agregó este elemento a la sal comercial porque se descubrieron muchas comunidades en las que sus habitantes desarrollaban bocio, es decir, crecimiento de la glándula tiroides, en este caso por deficiencia de yodo, que se resolvió al yodar la sal. Así pues, es necesario ingerir este mineral, igual que las grasas, proteínas y carbohidratos. Desde luego, el problema de enfermedad resulta de la cantidad excesiva en el consumo de alimentos.
Siguiendo la estrategia de atacar el resultado de una mala práctica y no el origen, tratan a los habitantes de una ciudad como si fueran todos niños a los que hay que castigar, en lugar de educar a los que verdaderamente están en etapa infantil. Pues de acuerdo a la ley que prohibirá los saleros también se deberían quitar de todos los restaurantes, el sabroso tocino y todos los alimentos altos en grasa animal, ya que, sabemos, el colesterol es importante participante en la hipertensión arterial. ¿Y qué podríamos decir de las porciones grandes? Igualmente tendrían que castigar a todos los restaurantes de comida rápida que te sugieren engordar con eso de “por cinco pesos le doy papas y refresco grandes? Recordemos que la obesidad aumenta la presión arterial, favorece la aparición de diabetes y cáncer, eso sin contar los problemas articulares, entre muchos otros. De la misma forma, habría que impedir el consumo de alcohol en todas sus formas, porque no sólo es causante de muchas muertes por accidentes automovilísticos sino que es la principal fuente de cirrosis hepática. Además, el alcohol a grandes dosis produce hipertensión (aunque a dosis pequeñas baja la presión arterial). Ante todo, esto de quitar el salero de la mesa resulta ser una medida por demás incongruente.
Sería mejor quitar de los medios de comunicación, especialmente de las televisoras, los anuncios de tantos productos de mala calidad que promueven que seamos un país dependiente de fármacos autorrecetados. Allí tenemos a Lola Ayala, y otros más, sugiriendo que se debe tomar tal o cuál medicina. La ingesta de fármacos de manera desordenada, ocasiona no sólo que las personas fabriquen una orina costosa sino que provocan que su hígado y riñón trabajen horas extras para eliminar lo que el organismo no necesita. El uso indiscriminado de medicamentos igualmente favorece la disfunción del organismo.
La única solución viable, siempre, será la educación. Pero si nuestros maestros andan en marchas bloqueando la vialidad pública, la educación no será efectiva. Está claro que las autoridades mexicanas tratan a sus gobernados como “tontos a medio cocer”.

sábado, 11 de mayo de 2013

LA ENFERMEDAD DEL DEPORTE


 

Alguna vez me comporté como si fuera fanática de futbol. Íbamos, unas amigas y yo, caminando por un centro comercial. Ese día también andaba por ahí el futbolista Rodrigo “Pony” Ruiz, en ese tiempo jugador del equipo Santos Laguna. Decidí pedirle un autógrafo para llevárselo a mi hijo, ya que él admiraba al deportista de manera casi escandalosa. Mientras buscaba en mi bolso, una pluma y un papel, nos fuimos alejando del “Pony”. Tuve que correr lo más rápido posible para no perderlo. Corrí. Y dos metros antes de alcanzar el objetivo hice tremenda derrapada que me provocó un sentimiento de ridiculez interminable, además porque el jugador soltó un sonriente “no se caiga señora”. Se burló de mí. Poco faltó para que desistiera de la firma con dedicatoria. Después, regresé a oír la risa de mis amigas y mientras ellas movian la panza, yo guardaba el papel garabateado por el futbolista.
No me interesa el deporte per se ni quién gana o pierde. Sí me asomo un poco a las Olimpiadas, al Mundial de Futbol y he ido al Estadio porque me intrigan los juegos como espectáculo de masas, pero también por todo lo que se maneja alrededor de lo que, finalmente, es un negocio. En especial, me sorprende saber de lo que son capaces los atletas con tal de lograr un triunfo. Confirmo que aquello de Mens sana in corpore sano (mente sana en cuerpo sano) es cada vez más difícil de encontrar. Aunque la mayoría de las personas cree que practicar una disciplina deportiva es sinónimo de salud, no siempre es verdad.
Desde la muerte de Filípides, al recorrer 40 Km. (ahora 42 en el maratón) para dar la noticia de que los griegos habían vencido a los persas en la batalla de Maratón (490 a. C.) muchos han muerto a consecuencia de su actividad deportiva ya que el entrenamiento de alta competitividad con frecuencia acaba por traer graves perjuicios en la salud.
No es raro que los boxeadores padezcan algún tipo de parkinsonismo, ello debido a la gran cantidad de golpes que su cabeza recibe. Viene a la memoria el boxeador más famoso de todos los tiempos: Cassius Clay, rebautizado como Muhammad Alí. Recordemos a la velocista Florence Griffith-Joyner que murió de una arritmia cardiaca a los 39 años de edad. Y hace dos meses la medallista olímpica mexicana, Soraya Jiménez, falleció de un infarto a los 34 años. La muerte súbita de muchos atletas está relacionada con problemas cardíacos que se disparan por el uso indiscriminado de antiinflamatorios. Cabe mencionar que los futbolistas generalmente terminan con procesos degenerativos tempranos en rodillas. El codo del tenista, el hombro del pitcher, las hernia lumbares de los levantadores de pesas; existe una larga lista de padecimientos que trae el deporte de competencia.
A las enfermedades naturales provocadas por el exceso de ejercicio, hay que agregar las inducidas por el consumo de esteroides anabólicos como el clembuterol y otras que aumentan la masa muscular. Las personas que toman estos estimulantes no se dan cuenta que el corazón también es un músculo y que se puede hipertrofiar, alterando su funcionamiento.
Un caso muy obvio en el uso de derivados de testosterona lo observamos cuando vemos a las mujeres dedicadas a la halterofilia. Ellas, sin excepción, padecen de acné, efecto secundario de estos esteroides. La mayoría de los deportistas de competencias usan fármacos no permitidos, qué el antidoping salga positivo o no, depende de la pericia del médico quien sabe los tiempos de eliminación de tal o cual droga, así, suspende oportunamente su administración,  evitando que el competidor dé positivo al dopaje.
Lance Armstrong, declaró que sin sustancias prohibidas jamás hubiera ganado tantas veces el Tour de France, ¿por qué? Porque todos los ciclistas recurren a ellas. El plus no lo dio el dopaje sino el talento personal, la estrategia y la disciplina en el entrenamiento. Pero al parecer ni el mismo Armstrong lo siente así.
La maquinaria deportiva de alto rendimiento mueve muchas pasiones y sobre todo, dinero; es un fenómeno social donde ya no es tan fácil la fórmula de “mente sana en cuerpo sano”.