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Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

sábado, 26 de noviembre de 2011

VIAJE A LA ADOLESCENCIA

Esa mañana de octubre, Eduardo (mi esposo) y yo nos habíamos contado nuestros sueños. Él dijo que había hecho no sé qué disparate. Sorprendida, pregunté qué cuándo. Él contestó: “Hace un rato, antes de que sonara el despertador”. En ese momento yo tenía una pesadilla—le dije-- Soñaba que había sido nombrada responsable de arreglar todos los baches de la ciudad y que me sentía angustiada hasta el sofoco porque ésa era una empresa imposible. En la pesadilla los torreonenses, sentados en nuestros automóviles, estábamos condenados a zarandearnos y proferir maldiciones por toda la eternidad.
Más tarde, subimos al coche y tomamos la autopista rumbo a Saltillo. El tibio sol me reconfortaba junto con la vista del cielo sin nubes y el paisaje de cerros y palmeras torcidas por el viento. Veía el semidesierto y algunas palomillas estrellarse contra el parabrisas. Al frente, la autopista parecía sin fin. Eduardo y yo platicábamos del cáncer del presidente Hugo Chávez y de que padecía esquizofrenia de la que, según un periodista, el venezolano entraba y salía. Luego cambiamos al tema de siempre, hablamos de la estirpe cruel que se ha multiplicado y ha ensangrentado el país. Entonces, pregunté, ¿y si es verdad que Dios no existe?. Eduardo trajo unas palabras del genetista estadounidense Francis Collins que en su libro El lenguaje de Dios asegura que hay bases racionales para creer en un Creador y que los descubrimientos científicos acercan al hombre a Dios. Puso un ejemplo que escribió Collins: “Nadie que se encuentre un reloj en el desierto puede dudar de que ha sido construido por un experto relojero. Nadie puede pensar que es producto de la evolución. Sin embargo, cuando nos topamos ante la perfección de los organismos y en general del Universo siempre es fácil pensar que se hicieron solos y no que alguien los creó. Pero hay tal belleza y perfección en el Universo que no puede ser producto de la casualidad”. Le recordé la Teoría de la Evolución darwiniana, y que no se explica por qué en los libros de genética médica cunado describen una mutación cromosómica siempre resulta ser una enfermedad para el individuo que tiene alterado el código genético. ¿Por qué la evolución debería de ser contraria? ¿Por qué cambios aleatorios en el genoma darían organismos superiores? Los libros científicos no explican este fenómeno, al menos no en animales. En fin, continuamos conversando y disfrutando el camino, hasta llegar a la capital coahuilense.
En Saltillo me di cuenta que existían pocos baches y que me gustaba mucho la ciudad. Mientras mi esposo se iba a trabajar, me dirigí a saludar a Erika Flores la encargada de la Pinacoteca de la preparatoria Ateneo Fuente (lugar donde fui estudiante). Ella recorrió conmigo la exposición de pinturas. De algunas tenía recuerdos vagos, como la del toro, aquél que desde cualquier ángulo parece observar al espectador; un óleo pintado por F. Mas. Vi pinturas de: Miguel Cabrera, Saturnino Herrán y Rubén Herrera. También una escultura de la Venus de Milo de autor anónimo; los retratos de Manuel Acuña, Ramos Arizpe y Juan A. de la Fuente pintados por Antonio Ma. Costilla. Observé las copias perfectas de obras de Velázquez, El Greco, Rubens y Rembrandt. Me llamó la atención el retrato de Sor María Ágreda, escritora y Santa que tenía el don de la bilocación. Yo escuché dislocación y pensé que a voluntad podía desarticularse el hombro o la cadera; pero la bilocación es la capacidad de estar en dos sitios a la vez. Después, traté de bilocarme pero no pude, por eso mejor vagué caminando por mi antigua escuela: la biblioteca ya sin sus largas mesas, el museo con el oso grizzli disecado, los mismos álamos y cipreses en los jardines, el mismo piso, los estudiantes tirados en los pasillos. Casi todo intacto a mi recuerdo de hace treinta años. Por eso tuve la sensación de que me mudaba a mi adolescencia.

Eduardo y yo nos reencontramos cuando el sol pintaba el poniente de colores. Regresamos a casa entrando por las calles saltarinas de Torreón.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

TAN TONTO

Me gustaría escribir sobre los temas más interesantes, qué éstos dejaran reflexionando al lector, qué lo hicieran reír o llorar, que lo sorprendiera, que le provocarán rabia, qué fueran lo más emotivos posible.Qué lo excitáran, Qué fueran lo que fueran, pero los más… Sin embargo, las dificultades para lograrlo son infinitas. Eso trae como resultado cierta frustración. Desde luego, existe una forma infalible de eludir el fracaso y esa es dejar de aspirar a un hecho que, por más que uno se esfuerza, no logra alcanzarlo. Entonces, para solucionar el problema hay que soñar con la meta contraria. Así puedo dejar de buscar temas importantes y en cambio dar prioridad a las insignificancias. Por eso esta vez decidí que lo mejor que me podría pasar es que se me ocurriera una buena estupidez y escribir sobre eso. Pero, ¿cuál es el tema más tonto del que puedo hablar? La dificultad prácticamente es la misma que si busco el texto más atractivo. Todos pensarán que escribir sobre un asunto de lo más papanatas es fácil, y pudiera ser, siempre y cuando no sea intencionalmente. Porque la mayoría de los casos creemos que estamos tratando ideas trascendentes y es sólo autoengaño porque terminan siendo tonterías. El lío surge cuando al escribir uno se pone pretensioso y quiere torcerle el cuello al lector para que, aunque sea una bobería lo que lee, le den ganas de seguir pasando sus ojos hasta el punto final.
De manera que he estado buscando cuál sería el fondo más absurdo. Créanme es tarea difícil. Me propuse, por ejemplo, hablar de los métodos que tienen los adolescentes para exprimirse los barros y espinillas ante el espejo: con los índices, con los pulgares, con el índice y el pulgar de la misma mano, con pañuelo, sin pañuelo, recomendar la circunferencia exacta en donde habría que ejercer la presión perfecta para evitar que en lugar de expeler la mezcla de células muertas y bacterias se hundiera más. E igualmente, hablar del antes y el después de la operación y los estragos en la apariencia de la cara del muchacho desesperado, que queriendo verse bien, termina lleno de volcanes en erupción. Me desanimé, porque eso no sólo era una idiotez sino que resultaba ser una porquería y porque ahora hay muy buenos tratamientos para el acné. Además, es una práctica que los dermatólogos no recomiendan. Es un tema bobo, no hay duda, pero estaba segura de encontrar otro que lo superara.
Luego se me ocurrió hablar de la incomodidad que a veces se siente al saludar a otros. Sí, “sobre la incomodidad de saludar a extraños”. Más personas de las que se imaginan les incomoda saludar a otros que no conocen, especialmente en las reuniones sociales y a pesar de que se trate de seres muy sociables, siempre hay alguien que prefiere llegar temprano a las fiestas para no saludar a uno por uno a la legión. Los hay que eligen irse a escondidas de la fiesta para no despedirse de los demás. Cuántas personas fingen hablar por teléfono celular, únicamente para evitarse el, ¿hola, cómo estás? Todo debería de ser más natural, pero no. Quizá nos besuqueamos demasiado y ese sea el problema. No me molestan el beso en la mejilla, pero a veces no sé a quién saludar así, ya que hay personas a las que no les gusta o que temen a los virus o las bacterias. Y hacen bien. Ese asunto tampoco me dio para mucho.
Entonces se me ocurrió que hablar de las termitas que invadieron el marco de la sala de mi casa podría ganar el premio a la estulticia, ¿ustedes podrán creer que pegué la oreja a la madera sólo para escuchar cómo las desgraciadas y panzonas termitas no paraban de zamparse la madera a cualquier hora del día y la noche. Se oía el maldito crujir de dientes. Hasta que vino un señor a llenar de agujeros la casa.
Total, no supe cuál de todos mis temas era él más bobalicón. No obstante, no me importó. Quería olvidarme y evadir el asunto más impactante de nuestro país: la gente está perdiendo la cabeza, en todos los sentidos posibles. Los mexicanos somos seres que caminamos sin cabeza porque éstas se han ido con las que se les salió la sangre.