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Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

miércoles, 26 de enero de 2011

SAÚL ROSALES Y SUS PRIMEROS 70 AÑOS



Una versión sanforizada de este texto se publicó el sábado 22 de enero de 2011 en la revista Siglo Nuevo. El 9 de diciembre de 2010 se homenajeo al Maestro Saúl Rosales por sus 70 años de vida literaria. En la mesa estuvimos: Jaime Muñoz, Daniel Maldonado, Saúl Rosales y yo. Los textos de los cuatro están publicados en el blog de jaime Muñoz: http://rutanortelaguna.blogspot.com/2010/12/vestigos-del-inicio.html




Si pones el oído en la tierra más inhóspita
En el plúmbeo hedor de las ciudades
En la ardiente garganta de los montes
En la irritación salobre de los mares
Y en cualquiera de los muchos elementos
Vas a escuchar que los débiles
También tienen voz y tienen cantos
.
Estas líneas pertenecen al poema “Trinchera de la debilidad” del maestro Saúl Rosales y son sólo una muestra de la solidaridad que él tiene con los débiles, con los que el poder es sólo el fantasma que los aplasta. Ésa, es la misma defensa que Miguel de Cervantes plasma en su obra. De allí el amor que él profesa por los libros del manco de Lepanto. Así, en la literatura de quien homenajeamos hoy también encontramos que expone un derecho pocas veces exigido. Éste es, el derecho al desencanto, él que la era mediática ha tratado de quitarnos. Aunque sepamos que, en ocasiones, en nuestro país y en nuestras circunstancias de vida, optar por el optimismo puede ser una expresión de poca inteligencia. Por ello no deberíamos de sentir culpa si por momentos nos desesperanzamos. La desesperanza es una forma de resignación y la resignación es un recurso para la serenidad. Y así es como vemos al maestro Saúl Rosales, como un hombre sereno y generoso que entrega a sus alumnos cuanto conocimiento le llega: regala libros, música, consejos y todo el tiempo que le es posible.
Conocí al maestro Saúl Rosales aproximadamente hace diez años, una mañana cuando asistí por primera vez al café literario de los martes en el Teatro Isauro Martínez. Fue un anuncio de El Siglo el que me trajo. Allí hablaban del escritor y de su taller literario. Me presenté con él y le dije que estaba interesada en escribir. Entonces me regaló su libro de cuentos Memoria del plomo y me invitó a visitar el taller. Recuerdo que llegué a casa y hojeé el libro, el título que más me llamó la atención fue “Trópico de cucarachas”, así, inicié la lectura no desde principio del libro sino en la página número veintitrés. El texto me gustó mucho y me dejó la certeza de que debería de aspirar a escribir como él (después de diez años sigo persiguiendo lo mismo). Encontré mucha riqueza en el lenguaje y en las imágenes de “Trópico de cucarachas” igualmente disfruté el sentido del humor como el del párrafo siguiente. “Como en esta ciudad las cucarachas son enormes, tamaño Volkswagen, gigantes casi reses, se podrían industrializar para banquetes. De algunas partes son duras, pero un empresario con iniciativa/deshidratadas/ trituradas/ molidas/ en ciertas salsas. Las otras partes, las linfas, los tejidos linfáticos, una suavidad/ y de sabor/ Omnívoras. Lo engullen todo. Hasta el papel de esmeril. Todo. Eso quiere decir que son antropófagas o cucarachófagas. Lo he visto. En este oficio se ve de todo. Soy periodista ¿o era?”. Además de que capté el perfil del humano cucarachoide, la lectura del cuento me sometió a una extraña sensación que acrecentaba mi horror por las cucarachas. Y vuelvo a decir que me divirtió con eso de: “Prefería llegar a la casa con la noche muy madura, o leer hasta muy tarde, o ver películas o programas de la televisión hasta aburrirme las nalgas, el lomo y las costillas”, en verdad eso de “aburrirme las nalgas” me pareció de lo más ingenioso. El autor pone palabras sorpresa donde la mayoría escribiríamos cansancio.
Somos muchos los que estamos agradecidos con el maestro Rosales, los que lo queremos y respetamos, aunque, por supuesto hay quienes han olvidado decir: gracias. Él lo expone mejor en su libro Un año con el Quijote ”El agradecido salda una deuda, mayor o menor, con el bien, con la bondad. No lo hace el desagradecido. El desagradecido entronizado en su egolatría y en su egoísmo cree que los beneficios que ha recibido son tributo obligado a su valiosa existencia”. Por fortuna, creo que la mayoría de sus estudiantes y amigos reconocemos la gran aportación que él ha hecho para que seamos mejores. Desde luego, otros reniegan de la capacidad intelectual del maestro. No obstante eso, lejos de disminuir su ingenio lo estimula y lo refuerza. De manera que, sin intención, sus detractores le rinden tributo. Pues qué mejor elogio que no tener el aprecio de los indignos; quienes íntimamente reconocen su talento pero ante los demás lo niegan.
Saúl Rosales fue de niño un inhábil jugador de beisbol, trompo, balero y canicas “yo era el que tiraba de uñita, me avergonzaba de ello y no sabía cómo hacerlo de huesito” nos dice. Fue alumno de la primaria Carrillo Puerto. De aquellos tiempos recuerda: “me escogieron para “declamar” los versos del sin par borracho Antón pero al filo del escenario del Teatro Isauro Martínez me sustituyeron y, finalmente, me escogieron también para la escenificación de “El brindis del bohemio” o algo similar y a pesar del glamur precarista de una cosa así me sentí ridículo por el gigantesco moño negro de listón y el saco de supuesto bardo con que me caracterizaron. Ya desde ese tiempo mis miedos (entre ellos el del ridículo) ante todo eran alimentados por mi inseguridad”. Un adolescente trabajador de oficio linotipista, que después apareció en el cuadro de honor de la escuela militar de aviación de Zapopán, Jalisco. En donde se destacó también por ser buen basquetbolista, que trabajó para la Fuerza Aérea Mexicana. Él, ha sido militar, reportero, maestro, periodista, editor, candidato a la presidencia municipal, pero ha sido, ante todo, un defensor del lenguaje. En ocasiones me ha sorprendido que frases de las que casi todos aceptamos como parte de “las cosas que son así” y que no cambiaran, al él le causan cierto grado de molestia, me atrevería a decir que en ocasiones le lastiman. Sin embargo sonríe cuando menciona que en el periódico siguen desgastando, por flojera mental, oraciones como: “amantes de los ajeno”, “el vital líquido”, “la cinta asfáltica” “estamos inmersos en…”. De manera que si alguna vez observamos que esas palabras poco a poco van siendo sustituidas por otras, será porque el escritor sigue haciendo su labor.
Felicidades al maestro Saúl Rosales por sus primeros 70 años de vida literaria. Vendrán muchas veces 70. Muchas gracias por ayudarnos a escribir mejor, por defender el lenguaje, por enriquecerlo al usarlo, pero sobre todo, gracias por regalarnos su obra literaria.

martes, 11 de enero de 2011

Felicidades al poeta Jorge Valdés Díaz-Vélez por haber obtenido el premio de poesía Hermanos Machado

http://www.elpais.com/articulo/andalucia/poeta/Jorge/Valdes/gana/Hermanos/Machado/elpepiespand/20110111elpand_16/Tes

lunes, 10 de enero de 2011

CONFUNDÍ A BOUVARD CON PÉCUCHET





Alguna vez leí que Jorge Luis Borges había dicho, a propósito de Fausto de Goethe, que leerlo era una manera muy culta de aburrirse. No sé si sea verdad que él haya dicho tal cosa, pues no sería la primera vez que alguna persona le adjudica a una celebridad sus propias palabras para que éstas tengan validez. Por mi parte yo no me aburrí cuando leí Fausto, pero me he aburrido con otros que sin embargo he terminado por disciplina. Algunos simplemente los he dejado a medias o a cuartas. Me he sentido un poco (casi nada) mal por no disfrutar de obras que, para muchos, son extraordinarias.
Hace tiempo leí dos obras de Gustave Flaubert La tentación de san Antonio que habla precisamente de las tentaciones y de los siete pecados capitales y Madame Bovary. En aquella ocasión, al escribir sobre esta última, resalté las cuestiones gastronómicas incluidas en dicha obra diciendo: “La más famosa novela de Flaubert es para muchos un tratado de la infidelidad femenina y de suicidio, y es verdad, pero Madame Bovary es mucho más que eso. Es también un tratado de comida. Ya que con frecuencia hace menciones culinarias en su narración. Encontré que, en promedio, cada tres páginas hace una alusión al arte gastronómico. La primera que llamó mi atención fue en la boda de los Bovary, Carlos y Emma. Donde se describen minuciosamente los platillos: “Habían instalado la mesa bajo el cobertizo de las carretas. En ella cuatro solomillos asados, seis sartenadas de pollo, cazuelas de estofado de vaca y guisado de carnero, y en medio hermosos cochinillos asados, [...] las copas estaban llenas de vino hasta los bordes. Fuentes de crema amarilla que temblaban al más ligero movimiento de la mesa…”, y así, se sigue con los postres”. La misma descripción sazonada con vinos y grandes viandas aparece en La Tentación de San Antonio, ya que uno de los pecados capitales es precisamente la gula.
Disfruté mucho de aquellos libros de Flaubert por eso decidí seguir leyéndolo. Hace unas semanas terminé de leer La pasión del arte, el cual resulta muy atractivo porque se trata de la correspondencia que Flaubert mantuvo desde 1830 hasta 1880 con varios personajes como con su amiga Luisa Colet, su madre, Victor Hugo, Guy de Maupassant, George Sand (seudónimo de Aurore Lucile Dupin), entre otros. Este es un libro en el que se revela la parte íntima del artista y de cómo surgieron sus procesos creativos. Después de leer La pasión del arte continué con la novela Bouvard y Pécuchet, que fue publicada después de que falleció el escritor. Para muchos estudiosos ésta es su mejor obra. Es la historia de dos hombres que se conocen en la calle y que se reconocen afines en casi todo. En principio, los dos son copistas de oficina por su excelente caligrafía y solteros. Después de que uno de ellos recibe una herencia deciden irse a vivir juntos al campo. Compran una finca y se dedican a explorar todas las disciplinas. Primero estudian agricultura para poder sembrar en sus tierras, después estudian medicina, filosofía, geología. Hacen gimnasia, se drogan, experimentan el hipnotismo, el espiritismo. Se dan grandes banquetes y después hacen prologados ayunos. Se entregan con pasión a cada uno de los conocimientos explorados, pero fracasan en los intentos de ponerlos en práctica.
Sin embargo, me pasó que durante todo el libro nunca pude hacer una diferenciación imaginaria entre Bouvard y Pécuchet, de manera que cada diálogo me parecía que daba lo mismo si lo decía uno u otro. Aunque al principio del libro Flaubert describe a Bouvard como rubio y de pelo ensortijado y a Pécuchet de cabello lacio y negro, el primero más alto que el segundo, al caminar en la historia simplemente se me borraron las personalidades. Al ver la portada me di cuenta que también al ilustrador se le confundieron pues no dibujó los rasgos distintivos de los personajes. Así que me enmarañaba y en momentos bostezaba, pero llegué hasta el final.