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Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

miércoles, 28 de diciembre de 2011

JÉSSICA A LA KITSCH



El 1º de noviembre de 2011 dentro del 2º. Festival del Libro y la Lectura del Teatro Isauro Martínez, fue presentada la novela de Rosa Gámez Reyes-Retana: Jéssica a la kitsch. En la mesa estuvimos la escritora Lidia Acevedo, la autora y yo.
Jéssica a la kitsch es una obra concebida desde un narrador omnisciente que nos habla con un lenguaje sencillo, pero que en ocasiones se vuelve un poco técnico con el uso de palabras que comúnmente vienen de los médicos o sicológicos. Esto nos confirma la profesión de sicóloga de la autora. Jéssica a la kitsch es una historia contada en tiempo lineal, con una sola regresión temporal a través del recuerdo del personaje principal, pero siempre relatada en tercera persona. Se desarrolla en un ambiente de pueblo por lo que hay allí encontramos retratos de caminos pedregosos, de pozos de agua para la agricultura y en general, hallaremos la recreación de la vida de personas que están en pequeñas comunidades pero que se desenvuelven con holgura económica y que tienen cierto estatus social. Es una novela corta que mantiene la tensión en la trama principal. Infunde curiosidad al lector, por lo que se lee en una sentada.
El título del libro resultó ser un gran acierto porque muestra la mirada de la autora sobre la historia y de cómo fue concebida. Ello lo corrobora el prologuista de la novela, Jaime Torres Mendoza quien escribió: “Abordar un texto literario desde una de las estéticas de artificio, como lo es el kitsch, es una audacia que representa un riesgo; el más significativo, caer en el lugar común y quedarse atrapada allí”. Sin embargo. Asegura que la autora: “corre el riesgo de transitar por el melodrama, casi telenovelero, aun a sabiendas de que el precipicio está a la vista”. Pero aclara que “Era necesario plantearla así para encontrar en la obviedad exagerada la verdad del drama que viven los personajes con la auténtica conmoción que deja la tragedia”.
¿Por qué Jéssica se nos presenta a la kitsch? porque la protagonista pretende la felicidad y la belleza a través de la posesión y porque es kitsch viviendo en una época pasada; ella borda con esmero su vestido de novia y sufre al pensar que su futuro esposo se dará cuenta de que ha entregado su virginidad a otro. La joven es, en apariencia una mujer inocente, se dedica a las cosas que cree que son propias de su sexo, pero la narración nos muestra cómo la naturaleza sexual se impone aun en la más casta de las criaturas. “Jéssica sentía que desfallecía cada vez que su cuerpo experimentaba los ardores envolventes de la sexualidad…” apunta la autora. De manera que El manual de Carreño, aquél de las buenas maneras, citado en la novela, no alcanza para detener los impulsos del cuerpo.
Esta novela describe a la mujer que está desapareciendo de nuestra sociedad. Ya no existirá más una Jéssica que con ilusión borde un traje de China poblana hecho de chaquira, lentejuela y canutillo que estrenará un día de fiesta nacional. En la portada del libro ésta el dibujo de una mujer que no sabemos si intenta cubrirse el rostro o está mostrando sus uñas pintadas. Sin embargo, al leer el libro sabremos que ella guarda un secreto y que todo lo que siente, lo siente es un secreto. Primero hay que cubrir las apariencias y cumplir también con las obligaciones de esposa: “Roberto la abrazó, busco su cuerpo con vehemente pasión, la poseyó, pero ella, realmente no disfrutó de su apasionamiento y se dejó llevar como una autómata, desposeída de toda sensibilidad de toda simpatía entre ella y él, y respondió como un ser que cumple con una obligación, para no herir a su pareja, pero nada más”. Allí está la esposa que se conforma y el hombre de la casa hace planes sin tomar en cuenta a su mujer. Pero, el destino, en un momento inesperado, frustra cualquier plan.
Felicito a la escritora Rosa Gámez Reyes-Retana por esta nueva publicación, y le manifiesto mi admiración por su entusiasmo incansable.
Jéssica a la kitsch, Consejo Editorial del Estado de Coahuila, 2010. Rosa Gámez Reyes-Retana.

sábado, 10 de diciembre de 2011

CARTA A UN LECTOR




Estimado Sr. Raúl Calzada Pedroza:
A veces recibo mensajes de los lectores, pero nunca uno como el suyo. La carta que me envió es especial porque las opiniones de quienes me leen siempre llegan a la computadora, en cambio la suya llegó en papel y tinta. Usted se tomó el tiempo y el trabajo de escribir a máquina una carta para llevarla a las oficinas de El Siglo de Torreón. (Tal vez uso una máquina de marca Lettera, Olivetty, Brother, o quizá una Remington). Me dio mucho gusto recibir sus palabras de esa manera. Me dice que es usted jubilado del Servicio Postal Mexicano; que trabajó de cartero durante treinta y dos años, ello me hizo pensar que usted sabe muy bien que recibir cartas es, generalmente, una cuestión de alegría. Imagino que más de una vez le tocó ver una sonrisa al entregar un sobre. Imagino que esos treinta y dos años pedaleó una bicicleta que cargaba cerca de los manubrios una gruesa valija de cuero, repleta de papeles con destinatario y remitente. Seguramente muchas veces entregó un sobre con sellos y estampillas a una señora que traía en sus manos una escoba porque recién había regado y limpiado la calle, o algunas veces vio salir corriendo a una mujer o a un niño en respuesta al sonido del silbato que, inconfundible, anunciaba noticias de familiares en la lejanía. Con seguridad, también, tuvo que alejar a patadas a uno que otro perro. He reflexionado sobre lo difícil, pero también divertido, que debió ser dedicarse a este oficio. Supongo que fue difícil por el peligro de ser atropellado y el sol de nuestra tierra, o por las veces que sintió la lluvia (de tierra o agua). Sin embargo, andar en bici trae cierta sensación de libertad y además pienso que de vez en cuando --y sin querer— podía leer en alguna tarjeta postal un “Te extraño” o “Un siempre tuyo” y observó en el sobre un beso pintado con lápiz labial rojo, muy rojo. Pero, todo aquello ya se fue. Los carteros de hoy ya no representan romance porque ahora casi sólo traen las cuentas por pagar y publicidad.
Su carta fue en respuesta a mi artículo de "El baile de los viejitos". Usted me cuenta que tiene setenta y cuatro años de edad y que baila todos los ritmos que toquen; eso es muy bueno para mantener la salud. He observado a los bailadores de la Plaza de Armas y nada más de verlos contagian su alegría. Le platico que hace unas semanas por causas ajenas (que no contrarias) a mi voluntad fui a un baile de jóvenes, digamos, entre 18 y 24 años de edad y pude darme cuenta que ellos tienen muy limitada su música, tanto, que me asombraba que la repetición incansable de dos notas provocara los más extraordinarios y variados movimientos. En el baile de los de la tercera edad es diferente, tocan todos los ritmos y bailan hombres con mujeres, aunque ocasionalmente se acompañan dos señoras. Los de la primera edad, en cambio, rara vez bailan en pareja, ellos lo hacen todos contra todos. Claro, bailar de dos en dos tiene su encanto, pero la juventud de hoy es más libre. Especialmente las mujeres ya no tienen que sufrir la humillación de depender de que alguno “las saque” a bailar, asimismo, los hombres no se exponen al rechazo, al menos en el baile. Lo malo de los de la primera edad es que bailan y toman alcohol al mismo tiempo, y además cantan canciones indescifrables para mí; es increíble su malabarismo y capacidad que tienen de poner atención a tantas cosas a la vez. Tal parece que necesitan saturar todos los sentidos. Los de la tercera edad, en cambio, toman su ritmo sobrios y relajados, unos sonrientes, otros con verdadera solemnidad.
Como le decía, me dio alegría recibir su carta y ya que no traía dirección a donde contestar, pues decidí hacerlo por este medio. Hace algunos domingos me di la vuelta a su baile y me dio mucho gusto ver que estaba muy concurrido y de que ese día (noche) no estaban cobrando. Creo que ya no lo hacen.
Bueno, señor Calzada, me despido en espera de que siga disfrutando esto de sacudirse los años con música.
Gracias por decir lo que me dice. Reciba un afectuoso saludo.
Angélica

sábado, 26 de noviembre de 2011

VIAJE A LA ADOLESCENCIA

Esa mañana de octubre, Eduardo (mi esposo) y yo nos habíamos contado nuestros sueños. Él dijo que había hecho no sé qué disparate. Sorprendida, pregunté qué cuándo. Él contestó: “Hace un rato, antes de que sonara el despertador”. En ese momento yo tenía una pesadilla—le dije-- Soñaba que había sido nombrada responsable de arreglar todos los baches de la ciudad y que me sentía angustiada hasta el sofoco porque ésa era una empresa imposible. En la pesadilla los torreonenses, sentados en nuestros automóviles, estábamos condenados a zarandearnos y proferir maldiciones por toda la eternidad.
Más tarde, subimos al coche y tomamos la autopista rumbo a Saltillo. El tibio sol me reconfortaba junto con la vista del cielo sin nubes y el paisaje de cerros y palmeras torcidas por el viento. Veía el semidesierto y algunas palomillas estrellarse contra el parabrisas. Al frente, la autopista parecía sin fin. Eduardo y yo platicábamos del cáncer del presidente Hugo Chávez y de que padecía esquizofrenia de la que, según un periodista, el venezolano entraba y salía. Luego cambiamos al tema de siempre, hablamos de la estirpe cruel que se ha multiplicado y ha ensangrentado el país. Entonces, pregunté, ¿y si es verdad que Dios no existe?. Eduardo trajo unas palabras del genetista estadounidense Francis Collins que en su libro El lenguaje de Dios asegura que hay bases racionales para creer en un Creador y que los descubrimientos científicos acercan al hombre a Dios. Puso un ejemplo que escribió Collins: “Nadie que se encuentre un reloj en el desierto puede dudar de que ha sido construido por un experto relojero. Nadie puede pensar que es producto de la evolución. Sin embargo, cuando nos topamos ante la perfección de los organismos y en general del Universo siempre es fácil pensar que se hicieron solos y no que alguien los creó. Pero hay tal belleza y perfección en el Universo que no puede ser producto de la casualidad”. Le recordé la Teoría de la Evolución darwiniana, y que no se explica por qué en los libros de genética médica cunado describen una mutación cromosómica siempre resulta ser una enfermedad para el individuo que tiene alterado el código genético. ¿Por qué la evolución debería de ser contraria? ¿Por qué cambios aleatorios en el genoma darían organismos superiores? Los libros científicos no explican este fenómeno, al menos no en animales. En fin, continuamos conversando y disfrutando el camino, hasta llegar a la capital coahuilense.
En Saltillo me di cuenta que existían pocos baches y que me gustaba mucho la ciudad. Mientras mi esposo se iba a trabajar, me dirigí a saludar a Erika Flores la encargada de la Pinacoteca de la preparatoria Ateneo Fuente (lugar donde fui estudiante). Ella recorrió conmigo la exposición de pinturas. De algunas tenía recuerdos vagos, como la del toro, aquél que desde cualquier ángulo parece observar al espectador; un óleo pintado por F. Mas. Vi pinturas de: Miguel Cabrera, Saturnino Herrán y Rubén Herrera. También una escultura de la Venus de Milo de autor anónimo; los retratos de Manuel Acuña, Ramos Arizpe y Juan A. de la Fuente pintados por Antonio Ma. Costilla. Observé las copias perfectas de obras de Velázquez, El Greco, Rubens y Rembrandt. Me llamó la atención el retrato de Sor María Ágreda, escritora y Santa que tenía el don de la bilocación. Yo escuché dislocación y pensé que a voluntad podía desarticularse el hombro o la cadera; pero la bilocación es la capacidad de estar en dos sitios a la vez. Después, traté de bilocarme pero no pude, por eso mejor vagué caminando por mi antigua escuela: la biblioteca ya sin sus largas mesas, el museo con el oso grizzli disecado, los mismos álamos y cipreses en los jardines, el mismo piso, los estudiantes tirados en los pasillos. Casi todo intacto a mi recuerdo de hace treinta años. Por eso tuve la sensación de que me mudaba a mi adolescencia.

Eduardo y yo nos reencontramos cuando el sol pintaba el poniente de colores. Regresamos a casa entrando por las calles saltarinas de Torreón.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

TAN TONTO

Me gustaría escribir sobre los temas más interesantes, qué éstos dejaran reflexionando al lector, qué lo hicieran reír o llorar, que lo sorprendiera, que le provocarán rabia, qué fueran lo más emotivos posible.Qué lo excitáran, Qué fueran lo que fueran, pero los más… Sin embargo, las dificultades para lograrlo son infinitas. Eso trae como resultado cierta frustración. Desde luego, existe una forma infalible de eludir el fracaso y esa es dejar de aspirar a un hecho que, por más que uno se esfuerza, no logra alcanzarlo. Entonces, para solucionar el problema hay que soñar con la meta contraria. Así puedo dejar de buscar temas importantes y en cambio dar prioridad a las insignificancias. Por eso esta vez decidí que lo mejor que me podría pasar es que se me ocurriera una buena estupidez y escribir sobre eso. Pero, ¿cuál es el tema más tonto del que puedo hablar? La dificultad prácticamente es la misma que si busco el texto más atractivo. Todos pensarán que escribir sobre un asunto de lo más papanatas es fácil, y pudiera ser, siempre y cuando no sea intencionalmente. Porque la mayoría de los casos creemos que estamos tratando ideas trascendentes y es sólo autoengaño porque terminan siendo tonterías. El lío surge cuando al escribir uno se pone pretensioso y quiere torcerle el cuello al lector para que, aunque sea una bobería lo que lee, le den ganas de seguir pasando sus ojos hasta el punto final.
De manera que he estado buscando cuál sería el fondo más absurdo. Créanme es tarea difícil. Me propuse, por ejemplo, hablar de los métodos que tienen los adolescentes para exprimirse los barros y espinillas ante el espejo: con los índices, con los pulgares, con el índice y el pulgar de la misma mano, con pañuelo, sin pañuelo, recomendar la circunferencia exacta en donde habría que ejercer la presión perfecta para evitar que en lugar de expeler la mezcla de células muertas y bacterias se hundiera más. E igualmente, hablar del antes y el después de la operación y los estragos en la apariencia de la cara del muchacho desesperado, que queriendo verse bien, termina lleno de volcanes en erupción. Me desanimé, porque eso no sólo era una idiotez sino que resultaba ser una porquería y porque ahora hay muy buenos tratamientos para el acné. Además, es una práctica que los dermatólogos no recomiendan. Es un tema bobo, no hay duda, pero estaba segura de encontrar otro que lo superara.
Luego se me ocurrió hablar de la incomodidad que a veces se siente al saludar a otros. Sí, “sobre la incomodidad de saludar a extraños”. Más personas de las que se imaginan les incomoda saludar a otros que no conocen, especialmente en las reuniones sociales y a pesar de que se trate de seres muy sociables, siempre hay alguien que prefiere llegar temprano a las fiestas para no saludar a uno por uno a la legión. Los hay que eligen irse a escondidas de la fiesta para no despedirse de los demás. Cuántas personas fingen hablar por teléfono celular, únicamente para evitarse el, ¿hola, cómo estás? Todo debería de ser más natural, pero no. Quizá nos besuqueamos demasiado y ese sea el problema. No me molestan el beso en la mejilla, pero a veces no sé a quién saludar así, ya que hay personas a las que no les gusta o que temen a los virus o las bacterias. Y hacen bien. Ese asunto tampoco me dio para mucho.
Entonces se me ocurrió que hablar de las termitas que invadieron el marco de la sala de mi casa podría ganar el premio a la estulticia, ¿ustedes podrán creer que pegué la oreja a la madera sólo para escuchar cómo las desgraciadas y panzonas termitas no paraban de zamparse la madera a cualquier hora del día y la noche. Se oía el maldito crujir de dientes. Hasta que vino un señor a llenar de agujeros la casa.
Total, no supe cuál de todos mis temas era él más bobalicón. No obstante, no me importó. Quería olvidarme y evadir el asunto más impactante de nuestro país: la gente está perdiendo la cabeza, en todos los sentidos posibles. Los mexicanos somos seres que caminamos sin cabeza porque éstas se han ido con las que se les salió la sangre.

sábado, 29 de octubre de 2011

POESÍA Y MÚSICA DE SAÚL ROSALES




El 20 de septiembre en el museo Arocena leí el siguiente texto con motivo de la presentación del libro del maestro Saúl Rosales Poesía de la música grande, acompañé al autor y a la maestra Natalia Riazanova. Hoy, la revista Siglo Nuevo publica parte de esta reflexión. (Foto cortesía de Graciela Guzmán)Aaron Copland en su libro Cómo escuchar la música señala que con frecuencia las personas que escriben sobre música son músicos frustrados. Sin embargo, creo se puede hacer la diferencia entre un músico frustrado y un melómano puro o auténtico; el primero se enoja o se queja cuando detecta alguna imperfección en la ejecución de una obra, en cambio el segundo disfruta, incluso, los pequeños errores que pudieran existir en un concierto (desde luego, estoy hablando de interpretaciones profesionales, de aquéllas que ante todo guardan fidelidad a las partituras). El melómano auténtico puede apreciar ciertos desatinos en alguna ejecución pero lejos de hacer alharaca o alterarse por ello, reconoce que la emotividad del artista a veces presiona demás una tecla o alarga un poco más el arco sobre la cuerda. Saúl Rosales en su libro Poesía de la música grande nos demuestra que es un melómano auténtico, él ama a la música y se deleita en ella desde la contemplación auditiva, porque aun siendo capaz de detectar diferencias en las notas de una grabación y los de una interpretación en vivo, siempre deja ver el gran placer que significa para él escuchar música.
En uno de sus artículos que tituló: “Concierto de guitarras dionisiacas” habla de la presentación del cuarteto de guitarras clásicas Andrés Segovia y explica los extremos entre las personalidades apolíneas y las dionisiacas, dice: “En el juego de dualidades, la personalidad dionisiaca goza los placeres sin contaminar su disfrute con racionalizaciones; en el lado opuesto, las personalidades apolíneas necesitan aplicar el conocimiento para completar el disfrute de lo placentero”. Así, aunque la conducta del maestro Rosales como oyente musical tratará de ser dionisiaco, pero en el desarrollo de su libro podemos comprobar que Apolo está muy presente en los juicios sobre cada una de las obras que describe.
Poesía de la música grande es un documento que permite constatar que aquí en Torreón, a partir de la creación de la Camerata de Coahuila, ha ido creciendo la importancia de la música a la que llamamos clásica, culta, seria, o de concierto pero que el maestro Saúl Rosales prefiere llamarla “música grande” por lo que escribe en el prólogo: “Este libro es un homenaje a la música grande, fugaz visitante del éter, que se entrega a los oídos como sonidos órficos y a quienes le dan vida”. Y en efecto con esta obra se festeja a los músicos de La Camerata de Coahuila, a su director maestro Ramón Shade, que en cada concierto entrega su capacidad y sensibilidad, a los que nos visitan a manera de partitura y a los músicos invitados que han venido a mostrar su talento. Reconoce el privilegio que tenemos en la Comarca de que hayan llegado músicos extranjeros a enriquecernos. Entre todos ellos destaca la presencia de Natalia Riazanova, “nuestra Natalia” como la llama el autor. De la maestra Riazanova recuerda que ella, violinista y directora rusa, estrenó aquí en México, y en Torreón, varias obras de su compatriota Dimtri Shostakovich. Igualmente, nos hace ver el brillo de Uliana Akátova, pianista rusa compañera de CD de Natalia. Habla también de otra rusa: Tatiana Marouchak que con su voz soprano nos acerca a poetas como Pushkin y a otros autores anónimos. De ella resalta la interpretación de “La Reina de la noche” de La Flauta mágica de Mozart.
Esta obra reúne sesenta y tres artículos publicados, en su mayoría en El Siglo de Torreón, casi todos en los años 1996 y 1997. Se trata de las crónicas de conciertos especialmente de la Camerata de Coahuila pero también da testimonio de otras presentaciones. Resulta atractivo percatarse de que en varias ocasiones el autor habla de la promesa del concierto y de su experiencia al escucharla en grabaciones, para después darnos sus impresiones de la interpretación en vivo. En Poseía de la música grande podemos apreciar asomos a las biografías de los compositores, así también se hace manifiesta la especial admiración que tiene el escritor por Beethoven no sólo porque es uno de los compositores más interpretados por la Camerata, sino porque en el sordo de Bonn está presente la manifestación del dolor trasformado en belleza a través de las notas.
Con este libro podemos dar cuenta que en Torreón se toca música no sólo de Mozart, Beethoven, Bach o Vivaldi sino que hemos podido apreciar a Schubert, Gluck, Bartok, Ginastera, Britten y a compositores mexicanos como Moncayo, Chávez y a músicos contemporáneos como el maestro Manuel de Elías quien ha compuesto para la orquesta coahuilense.
La música es el arte más completo. Es el único que en el mismo momento puede contener todas las emociones y en él se pueden fundir todas las artes. Baste ir a cualquier ópera. La pintura, escritura o escultura, son artes que pueden ser creados por un solo artista. En cambio la música para lograr ser necesita mínimo de dos: el compositor y el intérprete. Un compositor de música imaginará la conjunción de ciertos sonidos en espera de que otros artistas puedan ser fieles a su creación. Igualmente el intérprete se completará con el compositor. Aunque sabemos que muchos grandes compositores han sido también sobresalientes instrumentistas como Mozart, Beethoven y quizá el más famoso sea Paganini. No obstante, la trascendencia de la música siempre irá acompañada de los buenos ejecutantes y directores.
Felicidades al maestro Saúl Rosales por esta nueva aportación a las letras, por fomentar y dar testimonio de la música grande en nuestra región.

sábado, 15 de octubre de 2011

EL BAILE DE LOS VIEJITOS


Este texto no se trata de “La danza de los viejitos”, aquélla del folclor michoacano. No es ese divertido zapateo donde los bailarines simulan ancianidad con cuerpos encorvados y máscaras narizonas y de gran mentón. Se trata de un baile torreonense en el que los viejos son auténticos y no fingen nada.
Cada tres semanas, en sábado, voy a la Plaza de Armas. Acompaño a mi esposo a que lleve sus pares de zapatos a bolear. Alrededor de las 6 y media de la tarde quedo sentada en un banco de madera cercano al señor lustrazapatos. Mientras él hace lo propio yo alzo la mirada al frente. Me topo con el hotel que tiene las ventanas de las habitaciones abiertas hacía la avenida Morelos, alcanzo a ver uniformes de policías colgados y a veces a uno que otro policía sentado en la cornisa en postura aburrida o triste; no distingo la diferencia porque es lejos. Si veo al cielo encuentro palomas que en las tardes de más calor dan la impresión de volar lentamente. Cuando los grados centígrados son de más cuarenta todo se pone aletargado. Mis ojos llegan a la visión cercana. Veo otras palomas en el piso buscando comida, también hay gente caminando y otros más que toman una agua celis en un estanquillo. Recuerdo que hace muchos años algunas veces llegué a tomar esas extrañas limonadas, ahora no se me antojan porque la memoria me trae un sabor a limón pasado. Podría decir que nunca conoceré una agua celis hecha con un limón saludable.
Luego, mi mirada topa con una revista que en la portada parece inocente pero al abrirla es francamente pornográfica. El señor que limpia los zapatos me quiso prevenir con un reojo que gritaba: “No la vea”. Dejo rápidamente a las encueradas en su sitio. El banquillo donde estoy sentada es para señores, me queda claro. Otras veces al menos encuentro a El libro vaquero o el periódico amarillo. Esta vez no leeré literatura que sólo allí puedo ver.
Me fijo que el baile de los de la tercera edad está concurrido como siempre. Ahora no se oye el señor que grita: “Por favor, no se permite a jóvenes ni a borrachos bailar. Esta es una diversión sana para las personas de la tercera edad”. Sin embargo sucede algo extraño; las parejas no están bailando “Fue en un cabaret”, “Carmen, se me perdió la cadenita”, “Mambo No. 5”, y otras cumbias, chachachás y rocanroles. ¿Acaso únicamente vinieron a escuchar? Sólo unos pocos le ponen ritmo al cuerpo. Entre las parejas veo a un señor que nunca falta y que se parece a Rigo Tovar trae lentes oscuros y el pelo largo, de su cinturón cuelga una larga leontina que termina escondiéndose en el bolsillo del pantalón, baila con una rubia llena de exuberancias, no se parecen a las de la revista que acabo de aventar, pero de cualquier manera exuberancias se llaman. Me fijo que ambos traen un pequeño moño incrustado en la manga. Le pregunto al señor del puesto de tinta fuerte el porqué de éste y me dice: “Es que ahora les cobran cinco pesos por bailar, porque el Municipio ya no quiere pagar el sonido, entonces por eso traen distintivo. Cada día el listón es de diferente color para que no hagan trampa”.
No sé si el cobro en el baile de los viejitos de la Plaza de Armas dependa del Municipio ni sé si seguirán poniendo sus moños. Lo cierto es que me parece un acto miserable, ¿por qué cobran, si siempre ha sido una diversión gratuita? Pues aunque no lo crean hay parejas que no traen los 10 pesos del derecho de pista, por eso se quedan bailando nomás de los ojos. Desde luego, la cuota no es grande, pero si se toma en cuenta que se trata de personas que, en el mejor de los casos, reciben una pobre pensión y sumando el precio del camión y el agua fresca que hay que tomar porque de otra manera se insolan, entonces el costo del recreo aumenta. Llegué a pensar que ahora que los árboles están tan calvos y que el calor enferma, no les vendría mal un toldo. Claro, eso sería demasiado. Ojalá que al menos dejen de venderles listones para que los viejitos sacudan la osteoporosis.




sábado, 1 de octubre de 2011

ADICTA A LA COMPASIÓN

Confieso que fui adicta a la compasión. Me di cuenta de este problema desde niña. No entendía por qué me causaba tanto dolor ver a cualquier ser vivo en estado de desventaja. Llegué a llorar por un perro callejero que no me dejaron llevar a casa. Nadie puede imaginar mi sufrimiento. Recuerdo que cuando tenía seis años vi a una niña ciega caminar al lado de su madre y muchísimas noches estuve rogando a Dios para que le devolviera la vista. Por supuesto siempre con el corazón estrujado. En fin, estoy llena de historias, algunas jamás me atreveré a contar. He sentido pena ajena hasta en situaciones absurdas; una vez estaba en un concierto de música clásica, en un momento, la pianista se quedó paralizada porque olvidó las partituras. Como si fuera yo la olvidadiza, tuve que disimular mi shock emotivo, y que decir de la vez que en el ballet, la primera bailarina, se acostó involuntaria y violentamente en el piso; un sudor frío me recorrió la espina dorsal y al día siguiente aún me sentía extraña.
Empecé a darme cuenta de que el problema era grave cuando mis hijos, abusando de mi condición compasioncólica, acudían conmigo con sus ojos suplicantes y terminaba quitándoles el castigo que bien se habían ganado. La compasiva y su autoridad devaluada. Con los años a cuestas, intenté salirme de eso. Practiqué por ejemplo, con la señora que, aquí en Torreón, pide limosna desde hace más de 20 años. Aquella mujer de medias beige y cara de mártir, que recorre la ciudad alegando que tiene un hijo enfermo (que ahora es nieto) en el Hospital Infantil. Un día me topé dos veces con ella y aproveché para tratar de deshacerme de mi adicción. Le dije: “Oiga señora, ya le di dinero esta mañana. Usted sí puede trabajar”. La mujer contestó molesta con una palabra ofensiva de por medio dijo que a mi qué me importaba. Y me curé un poco. Hice lo mismo con el limosnero que se hace el mudo. Pero él sólo chisto.
Anduve luchando con la enfermedad, leí mucho sobre la compasión, unos libros decían que éste era un valor que nos hacía buenas personas y mejores cristianos, otros que era uno sentimiento dañino porque escondía una necesidad de sentirse superior menospreciando al otro. En conclusión no me quedó claro el grado saludable de compasión que todos deberíamos de tener, pero estaba segura que el mío no era bueno.
Sin embargo, llegó el día en que me curé. El tratamiento me costó quinientos cincuenta pesos. Cuando dejé esta adicción, el proceso duró varias horas, sentí el estómago lleno de ácido, los músculos contraídos, la mirada oscura y la conciencia obnubilada. De esta manera encontré el tratamiento: Tocó a la puerta de mi casa un señor y decidí no abrir. Una hora después, volvió al timbre el mismo. En esta ocasión sí le pregunté lo que se pregunta. Dijo que había visto que la cochera de mi casa estaba descompuesta por los cables rotos que se asomaban y que él era técnico en eso, que se llamaba no sé qué Meraz, pero que le decían “El Chino”. Me explicó el mecanismo del mal funcionamiento. El hombre era muy flaco y con mirada adolorida, se adivinaba que tenía sed. Mientras hablaba me mostraba sus palmas callosas y sucias: “Deme trabajo, soy gente honrada, ¿usted cree que estás manos son de ratero?, le cobro barato, en una hora lo arreglo, deme trescientos cincuenta y la dejo trabajando”. La compasión me llenó las mandíbulas, ¿cómo yo, una buena mujer no iba a darle trabajo a un padre al que esperaban unos hijos hambrientos? Además, sí se necesitaba la reparación. Y en contra de todo el sentido común que dictan las medidas de seguridad, oí de mi boca saliendo palabras en tono amable: “Está bien, pase”. Trabajó diez minutos y luego me llamó para decir que necesitaba una pieza que no funcionaba y que habría que preguntar el costo a la ferretería. Llamé al número que dictó y dijeron que la refacción costaba quinientos cincuenta pesos. Le entregué el dinero. “Voy a comprar la pieza y regreso”. El señor estafador nunca volvió y después de la rabia, me creo curada.

lunes, 19 de septiembre de 2011

POESÍA DE LA MÚSICA GRANDE

Mañana 20 de septiembre en el auditorio del Museo Arocena, a las 7 de la tarde, se presentará el más reciente libro del Maestro Saúl Rosales Poesía de la música grande, lo presentaremos Natalia Riazanova, Saúl Rosales y Angélica López Gándara (o sea yo). Con mi afecto, los invito.

sábado, 17 de septiembre de 2011

LA RELATIVIDAD EN EL CONCIERTO

Un joven reportero, sin experiencia, acudió a un concierto de beneficencia y preguntó a una señora de las que estaban allí: ¿Quién es este Einstein que toca esta noche? La mujer escandalizada de que existiera en Alemania alguien que jamás hubiera oído hablar del famoso hombre de ciencia, contestó: "¿Pero cómo, no lo sabe? Es el gran Einstein. Al día siguiente apareció una nota en el periódico que hablaba de la presentación del “Eminente músico Albert Einstein. Una celebridad en la música, un virtuoso del violín que tocaba con una maestría incomparable”. Ese fue uno de los sucesos extraños que vivió Einstein. Un violinista aceptable dentro de un científico prodigioso. Él nunca hablaba de sus múltiples reconocimientos, solamente disfrutaba presumiendo la nota periodística donde se alababa su ejecución como violinista. Bromeaba con sus colegas científicos: “Crees que soy un hombre de ciencia, ¿eh? ¡Ja! ¡Soy un violinista famoso. Eso es lo que soy!” Y con orgullo mostraba el desgastado recorte del periódico.
Otra anécdota curiosa ocurrió un día en que Einstein tocaba con Godowsky (un famoso pianista con quien el físico hacía duetos). En un momento Godowsky se desesperó, golpeó el piano y regañó al violinista: “¡Einstein, por favor, por favor! ¿Qué no sabes contar? Uno, dos, tres, cuatro; uno, dos, tres, cuatro.” Como si el gran físico tuviera problemas con los números. Adaptarse al ritmo de los demás era lo que se le dificultaba.
Las obras de los grandes genios, en general, son fáciles de apreciar; igual si vemos un cuadro de Leonardo Da Vinci o una obra de Miguel Ángel, si oímos la música de Mozart o Beethoven, o leemos los pasajes de Cervantes y la poesía de Goethe. En general, al involucrarnos con el arte encontramos que no necesitamos explicaciones para disfrutarlas. El resplandor de sus creadores nos alcanza siglos después. En cambio para la ciencia requerimos explicaciones, pues la mayoría no comprendemos “La teoría de la relatividad” de Einstein (que relaciona tiempo, materia, energía y espacio) o “El efecto fotoeléctrico” (que le hizo ganar el premio Nobel a Einstein en 1921). Muchos conocimientos científicos no podemos vislumbrarlos; las dimensiones de dichos pensamientos las conocen unos cuantos, y sin embargo ese misterio es el que nos hace reverenciarlos. Por eso Einstein, que desentrañó muchos secretos de la ciencia, es el científico más famoso de la historia. Y famosa también su ecuación: E = Mc2
Albert Einstein nació en Ulm, Alemania, cerca de Munich, en 1879. Descubrió a temprana edad la obra de su compatriota, el escritor Johann Wolfgang von Goethe. Alimentó sus pensamientos con la música de Mozart, Beethoven y Bach. Para muchos que consideraban que desde niño padecía “una estupidez consumada”, fue una sorpresa el descubrimiento de sus teorías.
A pesar de su inteligencia, Einstein no alcanzaba a comprender por qué tanta gente acudía a sus conferencias para venerarlo, al punto que lo incómodaba. ¿Por qué acudían, si la mayoría de las personas no entendía las fórmulas que explicaba? Le hacían múltiples obsequios. Muchas veces los devolvió, como cuando le regalaron un violín Guarnerius valuado en 30,000 dólares. Él se disculpó: “Este instrumento debe ser tocado por un verdadero artista. Le ruego me perdone, estoy tan acostumbrado a mi viejo violín”.
El judío que decía: “La ciencia sin la religión es renga, la religión sin la ciencia es ciega", o "La imaginación es más importante que el conocimiento”, fue perseguido por los nazis en la Segunda Guerra Mundial. Tuvo cuatro nacionalidades: alemana, suiza, checa y estadounidense.
Murió a los setenta y seis años en 1955 en los Estados Unidos. Sus últimas palabras fueron en el idioma alemán y la enfermera que lo cuidaba no las entendió. Se perdieron.

sábado, 3 de septiembre de 2011

SIN LUGAR PARA EL 13


Salgo de mí para ver alrededor. Mis sentidos lo reciben todo. Frente a mí, un hombre barbado que juzgo peculiar. Pienso que se parece al padre Chinchachoma, es rubicundo y rollizo (no pude escribir gordo y colorado). Él está peinado con un extraño chongo, lee un libro de título Elogio del desequilibrio que me recordó al Elogio de la locura de Erasmo de Rotterdam. Mis ojos giran un poco y ven a una joven que lee una novela del francés Marc Levy, no alcanzo a ver el nombre de la obra. Una señora lee Vanidades. A lado mío, un señor muy conocido (por mí) pasa sus ojos por un Tratado sobre la metafísica y la risa del francés Henri Bergson. Otros están con sus teléfonos celulares o Laptops. Nadie interactúa con los demás, excepto un niño que está estrenando pasos y monosílabos, llega y jala la ropa de quien puede, la mamá de sonrisa joven se disculpa y los entretenidos con los objetos fugazmente fingen interés.
En la sala se oye la voz eterna, con el acento de siempre. Por fin se anuncia el momento de abordar el avión Torreón-México que estaba programado para media hora antes. Es un avión muy pequeño las hileras de tres asientos llegan hasta el 15, pero eso es falso pues no existe el número 13. Superstición. Después me encuentro en un hotel, también supersticioso porque el elevador llega al piso 14 pero sólo tiene 13. Es decir, el 14 es en realidad el 13. De todos modos se quedaron en el número de la “mala suerte”.
Una ráfaga de tiempo me envuelve y junto con algo de inconsciencia me dejo llevar adonde me lleven. Antes de subir a un camión turístico, una joven me entrega una tarjeta asegurando que llamando a un número telefónico me dirán gratuitamente el horóscopo. “Envía un mensaje al 3337 y guarda esta tarjeta en tu billetera para que el amor, el dinero y la salud no falten en tu hogar”. Leo y considero que, ese día, tengo buena estrella con las fuerzas ocultas que guían mi destino.
Un cielo oscuro pretende quitarme la placidez que me trae el ver el Zócalo de la ciudad de México con personas que queman incienso y hacen rituales de limpieza del futuro. Con plantas golpetean ligeramente a los que desean mejor fortuna. Es de tarde y estoy en el segundo piso del autobús sin techo. Comienza a llover de manera frenética. Al parecer, al caernos el agua con ropa puesta se hace la diferencia entre un baño y una ligera tragicomedia, ¿será la desnudez lo que trastoca todo? Bueno, tal vez la temperatura del agua influya para que los de arriba busquen cobijo en los asientos de adentro. Espero, soy la última en bajar y adentro veo una mole hecha de gente. Al final del camión se ve un espacio, pero es casi imposible llegar hasta aquel solitario rincón. Me atrevo. Cierro los ojos. Camino. En el trayecto por momentos siento que no podré avanzar más y que moriré asfixiada entre carnes. Finalmente salgo de ese pantano humano. Logro respirar. Obtengo un lugar holgado dentro del transporte turístico con masaje y aromaterapia previos.
Bajo del autobús en un centro comercial que se llama Antara, me pregunto si sería sinónimo de zampoña, el instrumento de viento. El lugar sí parece hecho de viento. Adentro llueve pero se puede ver llover sin mojarse. Allí, veo la televisión que exhibe el partido final de futbol México-Uruguay; es el mundial sub 17. Al lado se encuentran tres muchachos rubios y judíos que traen en su cabeza una yamaka o kipá ¿Serán mexicanos? Enseguida se escuchan sus gritos con palabras, casi todas, iniciadas con p: “Metiste la pata, pend…, pin…, pocamad, pu…” Mexicanos. Ya casi es otro día y por Reforma, cerca del Ángel de la Independencia, pasa un desfile que festeja el triunfo de la selección sub17 cada cinco pasos que avanzan gritan ¡Fua! Una estupidez tan grande necesariamente causa risa. Después llego al hotel de 13 pisos, que dejaré un día 13 a las 13 horas. Quizá es mi número de suerte, pero como siempre he creído que no soy supersticiosa, me voy olvidando del número. Mejor le pido al señor muy conocido (por mí) que me preste su libro de metafísica, ya que eso es otra cosa.

MUERTE POR CAUSAS LEGALES

Me llaman la atención los defensores de los derechos humanos que protegen a los criminales para tratar de evitar que sean ejecutados de acuerdo a lo que dicta la ley en algunas partes del mundo. Especialmente me sorprende que existan personas que no quieren que sufra quien segó la vida (con todas las agravantes de la ley) de un inocente. Las víctimas se encuentran sin ninguna oportunidad y los criminales con muchos años para defenderse como fue el caso del mexicano Humberto Leal, de 38 años que fue ejecutado, 17 años después de que fue encontrado culpable, con la inyección letal en julio pasado en Huntsville, Texas por matar y violar a una jovencita de 16 años.
Sin embargo, aunque es muy difícil mantener una postura radical en cuanto a la pena de muerte, personalmente no podría defender a alguien que asesinó y violó a una niña, porque al imaginar su dolor y él de su familia inevitablemente me solidarizo con ellos. En cambio no puedo sentir compasión por un asesino al que se le aplicó anestesia y después sin que él estuviera consciente se le inyectó cloruro de potasio para provocarle paro cardiorrespiratorio. Así que si comparamos la muerte de la víctima con la del victimario, la del último, se puede decir, fue una buena muerte.
A continuación una muestra de lo que escucharemos una y otra vez de defensores y detractores de la pena de capital. Para cada argumento a favor existe uno en contra.
A favor: Los que defienden la aplicación de la pena de muerte sustentan su convicción diciendo que en países como Estados Unidos es aplicada.
En contra: El ataque a esta idea es fácil: “Estadísticamente está comprobado que la pena de muerte no ha disminuido, en ningún país, la criminalidad”.
A favor: El alegato continúa al presentar los casos de criminales mexicanos que siguen delinquiendo dentro de las cárceles y de los muchos reos que escapan de los reclusorios. De manera que si existiera la pena capital, en este caso sí disminuiría la criminalidad.
En contra: La corrupción que existe en nuestro país dejaría a muchos culpables libres y mataría a muchos inocentes.
A favor: El Estado gasta demasiado dinero en la manutención de los criminales.
En contra: La ejecución de criminales también es un gasto cuantioso, ya que para al gobierno no es gratuito contraponerse a años y años de largas jornadas que imponen los abogados defensores para salvar a alguien de la inyección letal, silla eléctrica, la horca o el fusilamiento. Además hay que construir salas de muerte, paredones y patíbulos, y contratar verdugos.
A favor: Se habla religiosamente, se cita a La Biblia que sugiere la pena de muerte en el Génesis, Éxodo, Levítico y Deuteronomio. Ejemplo: “Asimismo el hombre que hiere de muerte a cualquier persona, que sufra la muerte” Levítico 24:17.
En contra: De la Biblia es también el quinto mandamiento: “No matarás”. Y si el Antiguo Testamento admite la ley: “Ojo por ojo, diente por diente”, la venida de Cristo terminó con ello, y aunque eso de poner la otra mejilla es demasiado, sí invita a perdonar.
A favor: Que la gente decida por medio de plebiscitos si quiere o no que mueran los que asesinan y secuestran a sus familiares.
En contra: No se pueden establecer leyes generadas por el rencor y la venganza porque no nos llevará a ser una sociedad madura y sana. No son las emociones de un pueblo las que deben motivar a los legisladores para promover leyes, sino los datos fríos que traigan el mayor beneficio social.
No hay razones religiosas sociales, morales y económicas a favor o en contra de la pena de muerte que posean una verdad totalmente convincente. Lo triste, es que en nuestro país la mayoría de los criminales ni siquiera pisan la cárcel; la impunidad y la corrupción es el más grave problema. Modificar la ley para aceptar la pena capital en estos momentos de inestabilidad nacional, es realmente peligroso.

domingo, 14 de agosto de 2011

MALDITO SCHOPENHAUER



Me pregunto quién habrá dicho por primera vez la frase “hijo de su tiempo” pues se ha vuelto un lugar común. Es frecuente oír o leer esa frase en referencia, casi siempre, a grandes personajes de la historia. Se utiliza para explicar la obra o la personalidad de los hombres, pero nunca he visto que lo digan de una mujer. Jamás se ha dicho “sor Juana Inés de la Cruz era una hija de su tiempo”, sino que, sin excepción, aseguran que se adelantó a su tiempo. De cualquier forma la Décima Musa siempre fue una despadrada y desmadrada. Supongo que las mujeres brillantes para muchos son unas hijas de la palabra esa (amanecí puritana y no quiero escribirla) que tan bien describió Octavio Paz en El laberinto de la soledad. Pero la expresión “hijo de su tiempo” no define a nadie, ya que todos somos hijos de nuestro tiempo; inevitablemente estamos influenciados por la época que vivimos. Solamente que en cada época existen los genios, que son los menos; los inteligentes, que son los pocos; y los demás. Los genios cambian el mundo, los inteligentes difunden ese cambio y los demás, simplemente, lo seguimos.
Todo esto porque quienes quieren explicar la profunda misoginia de Arthur Schopenhauer dicen “es de entender, era un hijo de su tiempo” pero cuando las mujeres lo leemos y vemos lo que él creía de nosotras, en la mente sólo surgen exclamaciones maledicentes que aluden a la maternidad del filósofo alemán. Viene una necesidad de maldecir al viejo patilludo que seguramente se sentaba a leer a Platón o a Spinoza apoyando sus brazos en su panza y se la pasaba feliz en su glorioso pesimismo. Imagino que en esa postura concebía también las conclusiones filosóficas que han revolucionado el pensamiento. Pero este hombre al ver demasiado hacía adentro no se fijó que para que él estuviera cavilando cómodamente, había a su alrededor mujeres inteligentes que, con todo y el mal carácter que tenía, lo amaban y le acercaban la cazuela del puchero. (Desde luego, hacer la comida de la familia es una actividad generalmente poco valorada comparada con el descubrimiento de los misterios de la vida).
Hay mucho que aprender del filósofo alemán Arthur Schopenhauer (1788-1860). El también estudiante de medicina podría parecer simple al definir el amor: “… no se trata más que de una cosa muy sencilla: de que cada macho se ayunte con su hembra”. Él consideraba que el único fin de la unión hombre-mujer era la procreación, opinaba que el amor era un acto en pro de la especie y no del individuo. Afirmaba que la mujer no tenía inteligencia y que pagaba su deuda a la vida no con acción sino con sufrimiento, ello está escrito en los libros El amor y otras pasiones y en El amor, las mujeres y la muerte, que casi son la misma obra; cuestión de editoriales, supongo.
Asimismo, Schopenhauer en su ensayo Aforismos sobre el arte de vivir (que últimamente he citado mucho) hace una aleccionadora división ontológica de lo que somos, de lo que tenemos y de lo que representamos. Lo que somos se trata de la inteligencia y de los atributos físicos que recibimos de la naturaleza. Lo que tenemos se refiere a los medios materiales que poseemos y que nos permiten en fácil o difícil medida sobrellevar la vida. Y lo que representamos que tiene que ver con lo que los demás creen de nosotros y lo que somos para ellos. Para Schopenhauer lo que representamos debería de ser lo menos valioso en nuestra vida y lo que realmente debería pesar es lo que somos, pues asegura que la inteligencia es lo más grande que el ser humano puede poseer. Así, si creemos que dos cabezas piensan más que una, él nos dejará claro que “ni cien tontos reunidos valen lo que un hombre inteligente”. Igualmente asegura que la felicidad consiste más en la ausencia del dolor que en la búsqueda del placer porque el placer, por lo general, trae desgracias. Hasta aquí una pequeña y simple entrada al banquete que es Arthur Schopenhauer, aunque el malo, maldito, haya dicho que las mujeres éramos tontas.

martes, 2 de agosto de 2011

ELISEO ALBERTO: UNA MIRADA EN EL EXILIO

Rosa Gámez, Eliseo Alberto, Angélica López Gándara, Magda Madero
En junio del 2004 asistí al Icocult a un curso de "Carpintería Literaria", el maestro era el novelista cubano Eliseo Alberto. Entonces él me provocó el siguiente texto que publico para recordarlo. Ayer me enteré que murió el domingo pasado por complicaciones respiratorias después de un trasplante de riñon. Adiós a Eliseo Alberto "Lichi" . (En la fotografía, de izquierda a derecha: Rosa Gámez, Eliseo Alberto, Angélica López y Magda Madero.)


Visto desde fuera Eliseo Alberto es un hombre alto, robusto, de piel blanca y pelo entrecano. Lleva un rostro alegre aún cuando no sonríe. Es un hombre sencillo y de buen humor. Llama la atención su mirada, sus ojos parecen estar viendo siempre a la lejanía, como si su mirada no topara con nada. Pero Lichi, como le dicen sus amigos, también se deja ver por dentro, muestra su corazón y su cerebro a través de la palabra. Eliseo Alberto es poeta. Aunque asegura que renunció a la poesía “Soy hijo de Eliseo Diego un gran poeta cubano, al que descubrí como escritor cuando encontré un libro en el que el autor se llamaba como nosotros, entonces supe que mi padre era poeta. Dejé de escribir poesía porque soy hijo de él. Y verdad qué no hay un Pablo Neruda júnior o un César Vallejo hijo. Escribo novelas, mi padre nunca escribió una, así evito las comparaciones”. Aunque el escritor miente al decir que no hace poesía, pues sí la escribe, sólo que la expresa en prosa y no en verso.
Eliseo, trata de explicar a los poetas y sin intención se explica a sí mismo: “Un poeta es aquel que ve lo que los demás no ven, él que ve en unos zapatos viejos los caminos que han recorrido, o la vaca que fueron algún día. El poeta es él que observa la mosca en la pared (recuerda el cuento de La Bella durmiente donde la vida se detuvo aun para una mosca). Los poetas son grandes, los demás somos escritores menores, son grandes porque además en vida se mueren de hambre, y ya muertos, la mayoría vuelve a morir de olvido. Los políticos deberían homenajear a los poetas, a los buenos y a los malos”. Y asegura que todos los políticos le caen mal, incluso los buenos.
Al escritor cubano se le dobla la voz cuando habla de su padre “Yo me emociono cuando hablo de mi padre y lloró. Hay que darse el lujo de llorar en publico”. Así lee un capítulo de su libro inédito La novela de mi padre que se trata, en parte, de un relato que escribió su padre sobre un hombre que murió mientras dormía. Es convocado por los sueños de sus seres queridos y
allí, en los sueños de quienes lo añoran se entera de su propia muerte y de cuánto lo querían parientes y amigos. Igual que Eliseo Diego que también murió mientras dormía. Aunque Eliseo Diego murió tres veces: la primera; un infarto que lo mató solo un poco, la segunda; un paro cardíaco del que una enfermera negra y enorme lo salvó haciendo maniobras de resucitación mientras decretaba “Usted no se va morir”. Esa vez dejó la recomendación de que quisieran mucho a su madre y a la Patria. La tercera sí lo venció, aunque unas horas antes escribió “Yo estoy muerto, pero muerto de risa”. Y siempre le quedará interrogante la última frase que le dijo su padre “Vete al carajo hijo” la interrogación de la única vez que su padre lo mando al carajo. “Eliseo Diego huyó hacia dentro, pues la muerte es sólo una forma distinta de estar vivo”. Lichi nos convida de su sensibilidad. Después, al leer un capítulo de su libro La eternidad por fin comienza un lunes, los ojos se le ahogan. Entonces alguien busca pañuelos, nadie trae. Luego una alumna desenrolla un trozo de papel sanitario y lo ofrece al maestro, él lo toma y sin inhibición seca sus ojos.
Éramos veinticinco alumnos en el curso de Carpintería literaria del Icocult. El novelista nos regaló algunos trucos para la escritura y presentó parte de su trabajo como guionista de cine con la película Guantanamera. Su acento y su emoción cubana a veces perdían las palabras, por eso le trajeron un micrófono y el poeta recordó el día que le entregaron el premio Alfaguara por su novela Caracol Beach. Platicó que frente a los reyes de España y del presidente Aznar dijo “Es muy peligroso darle un micrófono a un cubano pues puede pasarse 45 años hablando”. Enseguida alguien le cuestionó sobre lo motivos que tuvo para dejar Cuba. “Buena pregunta” contestó de inicio. Aunque sabemos que esa no es ni buena, ni mala pregunta, es, la curiosidad obligada. Pero él contesta que es buena pregunta como para tener serenidad al hablar del exilio. Porque el exilio es herida, nunca cicatriz. Porque el destierro se compone de dos dolores: uno que se va añejando y otro nuevo que surge cada vez que la palabra lo recrea. Sin embargo el dolor parece volverse fuerza y expresa “Yo no dejé Cuba, Cuba me dejó a mí. Vine a México invitado por García Márquez a hacer una serie de televisión. Mientras, se publicaba mi novela Informe contra mi mismo, que habla, entre otras cosas, de que en Cuba era muy frecuente que el gobierno pidiera informes sobre los propios familiares. Por ejemplo, a mí me pidieron el informe sobre mi padre. Lo que hacía, quién lo visitaba, etcétera. No les importaba lo que yo dijera de él, sino que me convirtiera en traidor, en miserable. Un día recibí una llamada de la embajada cubana que me transformo en exiliado. No puedo viajar a Cuba. Una vez me dieron permiso de ir con la condición de no estar en actos públicos como ir al cine. Mis libros están prohibidos allá, no tengo lectores naturales”. Habla la nostalgia y nuevamente, como dice él, es responsable del grito pero no del eco.
Eliseo Alberto nació en 1951 en un pueblo cubano llamado Arroyo Naranjo, donde no hay arroyos, ni naranjos. Él, en poco tiempo nos regaló un montón de enseñanzas, de momentos risueños y de emociones.

sábado, 9 de julio de 2011

SOBRE EL HONOR SEXUAL

Una versión, ligeramente encogida, del siguiente artículo se publicó hoy en la revista Siglo Nuevo


El placer no es sino un sueño, el dolor es real.Voltaire
Cada vez son más frecuentes las noticias sobre escándalos sexuales. Uno de los más grandes sucedió en 1998 cuando se descubrió que el presidente de los Estados Unidos, William Clinton, había tenido “relaciones inapropiadas” con Mónica Lewinsky, una joven becaria de la Casa Blanca que realizaba ciertas prácticas orales que no ayudaron a que fuera salva la parte del presidente. Guardó el vestido rojo con la evidencia almidonada con genes presidenciales. Después, volvió a abrir la boca y todos nos enteramos de las minucias, y, mágicamente, ella se trasformó en una chica adinerada. Finalmente, al igual que Clinton, Lewinsky no pudo disimular el peso del deshonor.
Otro caso es el del expresidente del Fondo Monetario Internacional, Dominique Strauss-Kahn quien fue acusado de intento de violación por una camarera de hotel. No sabemos en qué condiciones sucedió y si su enemigo político, Nicolas Sarkozi, presidente de Francia (reconociendo a otro gallo como él) tejió la red en la que cayó. Del proceso resultó la exhibición del viejo Dominique como un degenerado, la ganancia política de Sarkozi y una indemnización económica extraordinaria para la camarera que dejará de serlo, conservando su reputación.
Quizá el suceso más desastroso ha sido el de la sirvienta que se almorzaba al Terminator. Arnold Schwarzenegger, casado, actor y exgobernador de California, tuvo un hijo con su empleada doméstica que igualmente era casada. Al Governator le llegó tarde la comprensión de que hay códigos éticos que no se pueden quebrantar aunque seas Terminator y vengas del futuro. Si lo haces, irremediablemente saldrás malherido: perdió familia y proyectos de trabajo. Se volvió la burla de todos y tendrá que dar tres cuartas partes de su fortuna. Todavía hay personas que se preguntan por qué se involucró con una mujer tan poco agraciada física e intelectualmente. Es fácil, lo hizo porque tenía deseos y allí en su casa deambulaban dos enormes senos disponibles. Satisfizo el instinto. Se comprobó la teoría invertida de Darwin: Descendemos al (no del) mono. El animal surgió y no importó que la mujer no fuera bonita; no la quería para llevarla a cenar a un restaurante, o para que lo acompañara a la alfombra roja. Tampoco era relevante su inteligencia; no iba discutir con ella sobre política interna: se trataba de sexo. La sirvienta recibirá muchos millones de dólares por su hijo. Ella ganó, la casa perdió. La conclusión de todo esto es que no importa qué tan bajo te encuentres en la escala social, siempre habrá una forma fácil y sucia de ascender, y no importa qué tan alta sea la cumbre en la que vivas, siempre podrás caer al fango; "A la cumbre más alta le cae el rayo".
Está reflexión me llegó al estar leyendo al filósofo alemán Arthur Schopenhauer que asegura que el honor sexual del hombre casi no interesa, en cambio dice que para la mujer lo es todo. De la casada inmoral señala: “La adúltera pierde, debido a su burda falta de palabra y engaño, no sólo el honor sexual, sino el civil (…) la adúltera no recuperará el honor ni aun después de haberse divorciado”. Pero si Schopenhauer viviera y observara a estas mujeres obteniendo magnas ganancias económicas y viera cómo estos señores han sido humillados y cómo han sufrido el deshonor sexual, se replantearía el hecho de que para los hombres el honor sexual sí importa.
El escritor francés Gustav Flaubert escribió una carta para un amigo donde le decía que las mujeres casadas se aburrían demasiado y que por eso algunas eran infieles, pero que generalmente “confundían corazón con culo”, decían que estaban enamoradas para no sentirse livianas pero que al igual que los hombres necesitaban de aventuras, y lo hacían por placer. Al parecer los hombres tienen más claro cuando lo que los mueve a tener sexo se encuentra a 50 centímetros abajo de su corazón. Pero, ¿qué pasaría si María Shriver, esposa de Schwarzenegger, hubiera tenido un hijo con un jardinero latino, asoleado y con paño en los cachetes? Eso ni siquiera cabe en la imaginación.
Según el diccionario, el honor es la cualidad que lleva a una persona a comportarse de acuerdo con las normas sociales y morales que se consideran apropiadas. Pero el honor no tiene que ver sólo con lo que los demás piensen de nuestra conducta sino con lo que cada quien piensa de sí mismo. De allí, que una vez que se ha perdido el honor sea imposible recuperarlo. Éste es un recurso no renovable.

miércoles, 6 de julio de 2011

¿CLONES TERRORISTAS?

Reconozco que sentí curiosidad por ver el cadáver de Bin Laden por televisión. Creo que fue un fenómeno de morbo colectivo. El causante de la tragedia de las torres gemelas del 11 de septiembre del 2001 era el hombre más buscado sobre la faz de la tierra y debajo de ésta. Me pareció extraño que dijeran que su cuerpo había sido arrojado al mar. Por eso me quedé pensando si la desaparición de los restos del terrorista no tenía que ver también con el hecho de que quisieran evitar que se conservara su material genético, por aquello de las clonaciones. Aunque, desde luego la idea parece disparatada o de ciencia ficción, pero tal vez no estemos tan lejos de Los niños del Brasil, aquella película donde clonaban a cientos de Hitler. Esto me llevó a recordar el libro El cabello de Beethoven de Russel Martín quien menciona que al morir Ludwing van Beethoven (genio de la música clásica, conocido además porque desde los 30 años comenzó a padecer sordera) le fueron arrancados varios mechones de su pelo para guardarlos como recuerdo. Algunos de estos cabellos contenían fragmentos de piel. En 1994 en subasta de la casa Sotheby´s una de estas muestras fue comprada por dos estadounidenses fanáticos del maestro. La importancia de este hecho radica en que al encontrarse material genético en la piel del músico, en teoría, sería posible determinar las causas de su muerte y sordera. Y aunque actualmente la clonación se ha hecho sólo a partir de células vivas, si se toma en cuenta que el material genético no muere, no sabemos a qué distancia estamos de clonar humanos muertos. Quién sabe qué revoluciones les toquen vivir a nuestros hijos o nietos. Se dirá como ahora, ¿quién lo hubiera imaginado? ¿Julio Verne? ¿Aldous Huxley?
Clon proviene del griego Klon que significa renuevo y se utiliza para designar a un organismo obtenido asexualmente; es la réplica exacta de un original. Hasta donde se sabe sólo se han clonado mamíferos. La más famosa: la oveja Dolly. En la ciudad de Houston Texas una pareja de esposos pagó a la Universidad de Texas 2.3 millones de dólares para que le hicieran una réplica exacta de su mascota; una perra Collie de 11 años de edad que comenzó a tener achaques de la vejez.
Así, nos encontramos en el gran debate de la clonación donde muchos están de acuerdo y otros no. Los científicos a favor prometen a través de este procedimiento vidas más largas y mejores. De acuerdo a encuestas la mayoría de las personas no desean tener un repuesto de su cuerpo en un congelador, sin embargo se declaran a favor de su uso para fines terapéuticos. Todavía no se han clonado órganos aislados, que sería lo ideal para personas que necesiten un trasplante de hígado, o de cualquier órgano, por ejemplo. Ahora mismo sólo se hacen clonaciones de cuerpos completos, y es necesario el implante de las células clonadas en un útero, no es posible desarrollar un ser vivo completo en un laboratorio. Algunos han propuesto crear seres humanos anencéfalos, es decir sin cabeza para no tener la disyuntiva de si se les deja vivir o no. Mostrar estos pensamientos resulta monstruoso, ¿qué mujer se quiere prestar para un embarazo de este tipo? Quizá más de las que pensamos, pues el dinero remueve genes y conciencias.
Ignoramos demasiado sobre el manejo de la ingeniería genética. Además, muchas repercusiones también son desconocidas por los mismos científicos, por ejemplo: se ha encontrado que los mamíferos clonados como la oveja Dolly envejecen más rápido, ya que a la célula madre (de la que se clonó), ya había echado andar su reloj biológico.
Irremediablemente se vienen las preguntas sobre si la existencia del alma y el espíritu son consecuencia de la materia vida o no. Para los que somos creyentes en Dios, y para la convicción de cualquier religión existe la idea de que la vida trasciende a la materia, al cuerpo; “vida después de la vida”. El misterio continuará.

lunes, 13 de junio de 2011

MIS INSTRUCCIONES PARA TENDER UNA CAMA

Mientras tendía la cama, vino a mi mente el filósofo alemán Arthur Schopenhauer. Él, en su libro Aforismos sobre el arte de vivir, asegura que la mayoría de las personas vivimos entre el tedio y el dolor. Así que, de acuerdo a él, cuando no estamos ocupados en sufrir, simplemente nos aburrimos. Al parecer los únicos que se salvan son los que son capaces de disfrutar de la soledad y que tiene una imaginación extraordinaria. Sin embargo, creo que todos pasamos por momentos en los que estamos en una especie de anestesia superficial que no permite ni el hastío ni el dolor. Existen períodos en el cerebro que no necesitan de ninguna pasión o aversión para realizar actividades aparentemente intrascendentes como tender o “hacer” la cama. Por eso me pregunté qué experimentaba mientras alisaba las sábanas de mi cama ¿dolor o tedio?, y encontré que me sentía absolutamente en la nada.
Alguna vez alguien me comentó sobre un texto que se titulaba “Instrucciones sobre cómo tender la cama” no recuerdo al autor pero buscando en Internet me topé con muchos artículos que se referían al tema. Me sorprendió que existiera quien se tomara en serio dichas instrucciones. Es decir, no eran una creación literaria sobre el arte de colocar bien las sábanas, cobijas y colchas, sino que realmente enseñaban paso a paso a cómo hacerlo. Por supuesto, me pareció absurdo. Era como si quisieran enseñar a quitarle la cáscara a una naranja y luego a cómo comerla. Pero luego recordé esas películas de militares o de internados en donde tender una cama es un ritual con un método estricto. Entonces llegué a la conclusión de que tender camas en forma repetida durante ocho horas era una de las actividades que, en esta vida y en cualquier otra, no me gustaría hacer. Ser recamarera de hotel me parece un trabajo muy difícil, eso de extender y sacudir sábanas en donde se concentran fluidos y pelos desconocidos: me dan náuseas. Pienso también en lo que se puede observar mientras se tiende una cama dependiendo de si es individual, matrimonial, king size, o queen size. Las camas en orden o desorden revelan demasiado. (En el pasado únicamente había tallas individuales o matrimoniales, y hace muchos años un petate familiar era bueno; por las mañanas habría que enrollarlo y ya). Es curioso darse cuenta que las personas que tienen una cama grande nunca duerman en el centro de ésta, siempre lo hacen en uno de los lados. En las que son de dos personas, y si el colchón es viejo o de esos modernos que no se pueden voltear pero que son de los más confortables, se encuentran inevitablemente dos depresiones a cada lado. La profundidad de los hoyos en el colchón da la idea de las horas cama de los durmientes pero sobre todo descubre el tonelaje de éstos que es directamente proporcional: a mayor volumen y peso, mayor la cuna.
En la cama se pasa, en el mejor de los casos, la tercera parte de la vida: se duerme, se ve televisión, se tiene sexo, se hace el amor, se sueña en seco o en mojado. Se come, es estancia de enfermedades y del origen de las ideas. Las parejas se cuentan cuentos y a veces los papás se los cuentan a los niños, quienes en ocasiones derraman líquidos uréicos tibios que les provocan frío. De manera que la tendida de la cama es importante porque si está en desorden produce desorden también en la conducta. Mis instrucciones son: ponga una sábana sobre la otra si hace frío que sea de franela (agregue cobijas). Si tiene calor use telas de algodón, no utilice seda o satín; son incómodas, se resbalan y hasta usted se puede caer de la cama. A mi caen mal los edredones con rodapié porque se dificulta colocarlos sobre el box spring. No guardo las orillas de la sábana debajo del colchón porque gusto de sentir libertad en las piernas. Y aunque se vean bonitos me parece fútil poner muchos cojines o almohadas. Se recomienda cambio de ropa de cama cada semana. Sacuda bien la cama por aquello de los ácaros, pulgas, oxiurus y pelos. Lo dicho, no siento ni dolor ni aburrimiento al tender una cama.

domingo, 29 de mayo de 2011

POSTALES MICHOACANAS



Nunca había viajado al estado de Michoacán, sin embargo guardaba imágenes que hablaban de él. Mis postales recordaban el terror y la maravilla. Por eso, para una imagen de “La familia”, secuestradora y matona, tenía un retrato con miles de mariposas monarca. A los heridos por el bombazo de Morelia del 15 de septiembre del 2008 los borraba con la placidez de los pescadores de Janitzio en sus embarcaciones mariposa. Para el “michoacanazo”, aquel circo en donde se encarceló temporalmente a funcionarios de gobierno, estaba la Danza de los viejitos. Para la amargura de saber que el medio hermano del gobernador Godoy era narco, servía el ate de membrillo. Idealmente era mejor fijarse en los colores y la magia del árbol de la vida, aunque, irónicamente, le rinda culto a la muerte.
Después de mi peor día de una enfermedad gastrointestinal, no pude, o no quise, evadir un viaje a Morelia, Michoacán. El traslado sucedió sin nada extraordinario con los obligados cacahuates japoneses signo, ahora, del viajero del aire. Así, antes de subir al avión revolvieron mi ropa y me obligaron a comprar por 25 pesos una bolsilla de plástico transparente para guardar allí una pequeña crema humectante. Al llegar a la ciudad me llamaron “acompañante” (acompañé a mi esposo a un congreso). Me informaron que había un programa de actividades para los sinquehacer. Al día siguiente subimos a un camión en donde un guía de turistas, bautizado como Francisco pidió que le dijéramos Pancho, explicó que el recorrido a la ciudad de Pátzcuaro tardaría aproximadamente 40 minutos y que iríamos también a un lugar llamado Quiroga; un centro artesanal. Pancho explicó que Vasco de Quiroga o “Tata” Vasco había sido el primer obispo de Morelia y que aunque en España se había destacado por ser un duro inquisidor, al llegar a México, a mediados del siglo XVI, se convirtió en protector de los indígenas que pertenecían a la etnia purépecha, a la que los españoles llamaron tarasca, que significa monstruo mitológico.
Al llegar a Pátzcuaro visitamos la hermosa Basílica donde mora la Virgen de la Salud, hecha de pasta de caña de azúcar. Pancho habló entusiasmado del vestido blanco bordado con hilo de oro y contó que la virgen estaba dentro de un cristal blindado porque hacía unos años un feligrés enojado, había querido destruirla a balazos (aunque ninguna proyectil dio en el blanco) porque al parecer la virgen tuvo a bien no realizarle el milagro pedido. Nos informó que los restos de “Tata” Vasco yacían allí y que estaba en proceso la canonización de tan generoso hombre. Después de allí fuimos a la casa de los once patios que fue fundada en 1742 y que estaba habitada por la orden de las monjas dominicas que fabricaban artesanías y tenían un lugar que era como un sauna con una ventana redonda para que uno que otro curioso se asomara. Luego caminamos por la plaza Vasco de Quiroga y justamente allí comí una nieve superlativamente rica. Caminé junto a altísimos árboles y una gran vegetación que me hizo sentir hipnotizada. Después con los colores de la artesanía de Quiroga me di cuenta que, no en ese momento, no sabía que en México existía una guerra.
Al día siguiente asistimos, al Palacio de Gobierno de Morelia, a una cena a la que llamaron Virreinal. Esto fue una experiencia extraña pero divertida, primero porque la ambientación virreinal, incluía luz de veladora y muchísimo calor. Me compadecí del pobre Virrey Antonio de Mendoza ataviado como tal y del obispo Quiroga con sus dobleces en la túnica y su gran cofia. La cena consistió en puchero gallego (para sudar más), pollo con garbanzo, y de postres; dulces morelianos. Por supuesto, estábamos en el siglo XVI y no había cubiertos. No se nos ocurrió ir al baño porque en la época en que vivíamos no existía el papel sanitario. Vi poco de Michoacán pero fue suficiente para conmoverme. Al regreso para Torreón, en el aeropuerto de la ciudad de México estaban “El loco” Valdés y Sergio Corona. Unos gritaban “Águilas” otros “Chivas”. Claro, también existía el futbol.

lunes, 16 de mayo de 2011

EN EL RINCÓN DE MI RECÁMARA




Estoy en el rincón de mi recámara, me siento enferma; estoy en cama. En el absurdo de mis pensamientos me ilusiono un poco, porque muchos escritores han creado sus mejores obras bajo los influjos del dolor, la fatiga y la desesperanza. Ahí están los sifilíticos: Charles Baudelaire, Guy Maupassat, Lord Byron; James Joyce, Alfonso Daudet; Los tuberculosos: Thomas Mann, Fiodor Dostoyevski, sólo por mencionar algunos. Pero, tenía que ser, la ilusión desaparece, no tarda mucho en llegar la decepción. Ellos tenían enfermedades serias. Además, huelga decirlo, eran genios. En cambio, yo no tengo más que una vulgar infección intestinal y además, también sobra decirlo, no se me ocurren grandes ideas y a veces ni pequeñas..
Además, que nadie me crea eso de que estoy en cama, al menos no por largos períodos; todo mundo sabe cómo son las prisas de las contracciones intestinales. Todos mis males actuales me pasan por comer porquerías. Aunque creí que no lo eran: Fui al cine a ver El discurso del rey y ahora sufro de tartamudez para escribir. Para hablar no tengo problemas, pero no imaginan lo que batallo para articular frases tecleadas. Disfruté de la película al mismo tiempo que me zampaba un yakimechi mixto (arroz con y camarones). ¿A quién se le ocurre comer camarones sin verlos y estando tan absorta? Quién sabe cuántos más estarán igual que yo.
Mi mente divaga sin control: estoy sudando, tengo fiebre, creo que deliro. El flujo de inconciencia aflora y no puedo evitar pensar en los chistes que no me dan risa. No me provocan siquiera una sonrisa los chistes que me contaron hace 30 años, ni la comicidad de “bueno pero no te enojes”, “chusma, chusma”. En este momento sudoroso, pienso que no divierten a nadie. Aunque “como digo una cosa, digo otra”. La repetición de tonterías es altamente adictiva. Lo he comprobado. Igual pasa en la música. No me gusta tampoco el humor inverso, aquél que intenta la ironía. Sí, cuando una persona dice que le gusta mucho algo que en realidad le desagrada. El hecho de decirle flaquitos a los gordos, y todas esas bromas que giran alrededor de ese recurso retórico. No me causa gracia que cuando las personas toman una foto griten: “¡Digan chiz!” es más, me cae bastante mal. Recuerdo (todo en mí en este momento es involuntario) que alguna vez vi una estadística que aseguraba que el 80% de las mujeres mexicanas decían que se habían enamorado y casado con su esposo porque éste las hacía reír. Por supuesto la causa de separación resultaba ser, la razón contraria: “porque las hacía llorar”. Seguramente la risa puede ser un factor muy importante, pero si fuera el más relevante, entonces todas las mujeres nos enamoraríamos de los cómicos.
De cualquier manera, no pienso bien, no estoy bien a pesar del Eskapar y de la Buscapina y de las bebidas hidratantes. Me siento desorientada. Temo que pueda ser tifoidea lo que padezco. Sí es así, tal vez podré escribir mejor o ¿peor? Estoy sola en casa y a mi derecha está una ventana. Puedo ver la palmera que me acompaña desde hace más de tres años y en la que he visto a cinco tórtolas tener diez hijos. Cuatro de las pajarillas habían usado el mismo nido, pero con la helada esa rama se murió y la tórtola actual hizo un nuevo nido. Allí está como las otras; durante tres semanas no se moverá más que por unos minutos para ir a comer, empolla sus dos huevos. Luego saldrán unos pajarillos feos que parecen más un montoncito de paja. A los tres o cuatro días ya toman forma de lo que van a ser. A los quince días, más o menos, los enseñará a volar, primero distancias cortas. Casi todos aprenden el mismo día y se van, y luego viene otra tórtola y así.
Sigo mal y las ideas tontas vienen a mi mente con más frecuencia. De repente tengo frío y tiemblo toda, a pesar de que afuera la temperatura es de 36 grados centígrados de las seis de la tarde. No vuelvo a comer en el cine. No vuelvo. Lo juro. .

viernes, 6 de mayo de 2011

RECETA DE MANZANAS EN CAMISA




Era una tarde cualquiera. Ella se echó en la cama. No podía mover ni un solo dedo. Boca abajo, piernas y brazos extendido. La mosca Tse-Tse le había picado; tenía la enfermedad del sueño, --decía--. Puras mentiras. Era, simplemente, una holgazana más en el universo. Le daba flojera ponerse memoriosa, y, en contra de su voluntad recordó que debía preparar el postre que les había prometido a sus hijos. Tenía que… tenía que… Un ratito, un rato más. Aunque sea diez minutitos. Aletargada, cuando hacía cualquier tarea, por simple que ésta fuera, se dilataba una eternidad. Su madre se lamentaba: “¡Dios mío, pero qué pasó contigo hija mía, de dónde saliste tan perezosa!”. Ella hablaba lentamente: “No soy floja, soy minuciosa”. Todo resultaba demasiado esfuerzo para aquella haragana.
Hay quienes aseguran que la pereza es sinónimo de depresión. ¿Será verdad? Pero, en la depresión no dan ganas de vivir ni existe entusiasmo por nada. Sin embargo, ella poseía mucho entusiasmo por vivir, siempre y cuando esto fuera sin hacer nada. Vivir en posición horizontal y no moverse. Qué alegría cuando le venían los recuerdos de los días de asueto, las mañanas de playa. ¿Estaría deprimida? ¿Sería por eso que al sueño le nombraban la pequeña muerte? Su cuerpo no respondía, quería, pero no podía. ¿No podía? A lo lejos oyó un estruendo. Se preguntó si serían balazos. Últimamente cualquier ruido le parecían disparos de arma de fuego. El día anterior, mientras esperaba en un consultorio médico, vio a un niño de 3 años que jugando decía: ¡Los balazos! ¡Los balazos! ¡Échense al piso! Y mientras eso gritaba, el chiquillo ponía pecho tierra o pecho piso. A la floja se le antojaba también tirarse al piso. Había encontrado, muy contenta, una nueva excusa para no ser puntual: “me tocó balacera”. La gravedad la había vencido; debía de caer.
Pero luego, pareciendo una anciana de 90 años se separó de su cama; dio inició a la bipedestación pesadamente. Arrastrando los pies llegó a la cocina, se lavó las manos. Abrió el recetario de postres y leyó: “Manzanas en camisa”
3 tazas de harina
200 grs. de mantequilla
½ taza de leche condensada
¼ de cucharadita de sal
¼ de taza de agua
6 a 8 manzanas
3 cucharas de mantequilla
Canela molida, la necesaria
1 huevo batido para barnizar
Cerezas las necesarias
Horno precalentado a 200 ºC
Cierna la harina sobre la mesa, forme un hueco en el centro y añada los 200grs de mantequilla, agregue la leche condensada y la sal hasta formar una pasta suave y tersa. Refrigérela 20 minutos. Mientras, pele las manzanas y sáqueles el centro, en ese hueco ponga a cada una un poco de mantequilla, una cuchara de azúcar y canela al gusto. Después de 20 min. Saque la masa y divídala en 6 partes y extienda cada una de ellas. Forre las manzanas con la pasta y barnícelas con el huevo y adorne con las cerezas. Meta al horno en una charola engrasada y enharinada, al servirlas báñelas con el resto de la leche condensada.
Y poco a poco fue perdiendo la apatía, limpió las manzanas, cernió la harina, amasó, olió las manzanas, probó la canela. ¡Ah, después de todo no es tan malo moverse de vez en cuando!. Al terminar la preparación y ver las manzanas cubiertas con la masa que preparó y adornó con las cerezas, exclamó orgullosa: ¡Realmente quedaron perfectas! Las colocó en el horno a 200 centígrados, como expresaba la receta. Ganó entusiasmo, pero éste resultó muy volátil. El desgano volvió a instalarse. Luego se sentó en una silla del antecomedor. No pudo evitarlo y recostó la cabeza en sus brazos cruzados sobre la mesa: se quedó profundamente dormida. La despertó un olor intenso a quemado. Las manzanas en camisa se habían bronceado demasiado. Imposible comerlas. De seguir así, aquella mujer sería una manzana en camisa de fuerza. Bostezó, bostezó. Estaba tan relajada que ni siquiera tuvo fuerzas para manifestar enojo por la frustración de la receta fallida. Se fue a la cama y se quedó otra vez dormida. Soñaba que era un lirón.

lunes, 18 de abril de 2011

SEÑORITA, QUE MI TRABAJO ME HA COSTADO


Hace poco me sorprendí al oír una frase de reclamo que hace mucho tiempo no escuchaba: una mujer que, en mi apreciación, rondaba los 75 años de edad, se indignó cuando la cajera del supermercado le preguntó: ¿Señora, coopera con el redondeo? En respuesta, la mujer mandíbula apretada, espetó: “Dígame señorita por favor. Y no, no voy cooperar”. Luego me pregunté: ¿Qué fue lo que motivó a aquella mujer para informar a una desconocida sobre su vida sexual? Seguramente se sentía orgullosa de su condición. Y es que hasta hace algunos años parecía que las vírgenes maduras eran cubiertas por un halo de pureza ante la sociedad. Actualmente se considera de mínima trascendencia el hecho de que una mujer mayor haya vivido en abstinencia sexual. Aunque, debe de ser difícil caminar la existencia en contra de la naturaleza; acallando los impulsos hormonales. Complicado es, pues, para la mayoría, apegarse al sexto mandamiento, a ese, del no fornicaras (que feo sonido el de esta última palabra). Sí, hace aproximadamente 30 años el vocablo señorita era sinónimo de virginidad y se le adjudicaba a toda persona femenina poseedora de una anatomía que no había sufrido (o disfrutado) de intromisión sexual alguna, o, como expresaba en forma horrenda, mi maestro de medicina legal: “Cuando no había ocurrido un acto en el que se encontrara miembro idóneo en vaso idóneo”. Ahora, en cambio, la integridad de aquel escaso tejido venéreo llamado himen casi no tiene valor, especialmente en el mundo occidental, porque en el medio oriente sí. Allí, los familiares masculinos del recién casado esperan afuera de la recámara nupcial para que el esposo salga a exhibir un pañuelo manchado de sangre, que será un trofeo representante de su honor. Al perder valor la palabra señorita igualmente ha cambiado su significado primigenio. Recuerdo que hace años cuando esperaba mi primer bebé me extrañaba que algunas personas que, a pesar de que yo portaba una senda barriga de preñez, me llamaran señorita. Entonces concluí que esa expresión tenía que ver más con la lozanía de la piel que con la vida sexual. Pero, asimismo ahora, esta voz se utiliza para nombrar varios oficios: secretarias, cajeras, enfermeras, dependientas, etcétera, simplemente las personas les llaman: señoritas, sin importar edad, vida sexual o estado civil. En definitiva el hecho de que en los tiempos modernos alguna mujer mayor sea virgen y reniegue del título de señora respondiendo con la frase: “Dígame señorita, que mi trabajo me ha costado” es una exigencia de reconocimiento para una situación que pareciera una ofrenda a la vida o a la religión. En sí la virginidad es una marca física que da respuesta a una conducta llena de cuestionamientos morales como es la sexualidad. Así, cada época le imprime los grados de importancia de las consecuencias orgánicas de los problemas morales, como son la asociación de la lujuria con enfermedades de trasmisión sexual y la gula con la obesidad, sólo por mencionar algunas. En la literatura hay muchos ejemplos de cómo la virginidad ha sido pretexto hasta de asesinatos, como se expresa en la novela Crónica de una muerte anunciada de Gabriel García Márquez, o en La celestina de Fernando de Rojas donde se habla de los artilugios ancestrales para que la joven parezca ser lo que fue; con zurcidos invisibles o sangre de paloma. (También los ginecólogos realizaban (¿o realizan?) himenoplastías para reparar el “daño”). En seguida les expongo un párrafo de la poesía “La tía Chofi” de Jaime Sabines que habla precisamente de una difunta que nunca conoció varón: Sofía, virgen, antigua, consagrada, / debieron enterrarte de blanco/ en tus nupcias definitivas./ Tú que no conociste caricia de hombre/ y que dejaste que llegaran a tu rostro arrugas antes que besos,/ tú, casta, limpia, sellada,/ debiste llevar azahares tu último día./ Exijo que los ángeles te tomen/ y te conduzcan a la morada de los limpios./ Sofía virgen, vaso transparente, cáliz,/ que la muerte recoja tu cabeza blandamente.

lunes, 4 de abril de 2011

BEETHOVENFEST EN LA SALA NEZAHUATLCÓYOTL






El domingo 13 de febrero se presentó en la Sala Nezahuatlcóyotl de la ciudad de México la Camerata de Coahuila, dirigida por el maestro Ramón Shade, y como solista el pianista coahuilense Alejandro Vela con el Concierto para piano no. 2 y la Sínfonía no. 2 de Beethoven (dentro del programa BeethovenFest). El concierto, ante más de 1000 personas, fue un gran éxito. Allí estuvieron personalidades de la cultural nacional: Pilar Rioja, Sonia Salum, Felipe Garrido, Jorge Federico Osorio, Luz María Puente, Lolo Vigatá, Sergio Kleinburg, Eva María Zuk, Gustavo Rivero, entre otros. Por esta razón solicité al maestro Shade la siguiente entrevista.

--¿Qué tan importante es el recinto para el director?

Es muy importante y tocar en la sala Nezahuatlcóyotl es aún más, porque es un lugar que tiene una magnifica acústica (la Camerata se ha presentado seis veces en el D.F y en este teatro encontramos la mejor acústica), además es un gran escaparate. Había mucha expectativa por saber qué y cómo se hacía música en Coahuila. Además la entrada del público al concierto fue muy buena porque otras orquestas no han tenido esa suerte. Estoy muy satisfecho con este concierto y creo que el público también. Tuvimos que hacer dos encore por el entusiasmo de la audiencia.

--Estamos acostumbrados a oír las sinfonías de Beethoven, y especialmente la Quinta y la Novena, con orquestas muy numerosas, pero, ¿cuál fue la idea original?

A mí me gusta mucho la tercera sinfonía, La heroica es la gran sinfonía, porque es la más enérgica. Beethoven la escribió para una orquesta más pequeña que la Camerata de Coahuila. Aunque en el siglo XIX se hicieron orquestas muy grandes, de 100, de 120 integrantes, pero actualmente tanto la Sinfónica de Viena como la Filarmónica de Berlín, reducen la orquesta para interpretar las sinfonías de Beethoven. Porque tanta masa, por ejemplo, de cuerdas, le resta transparencia al diálogo que hay entre maderas y cuerdas. Así se pueden apreciar mejor los sonidos de cada uno de los instrumentos sin que sean opacados por el exceso de algunos de éstos. Debemos de rescatar el equilibrio que había en el origen. Por eso en Europa se interpreta Beethoven con menos músicos.

--¿Cómo ha visto la evolución del público en La Laguna?

El público, definitivamente ha evolucionado. Ahora la gente sabe cuándo aplaudir, es más puntal, guardan silencio, no entran y salen a cada rato. Pero algo muy importante, exige más de la orquesta que también se ha superado. Asimismo una de las características es que aquí en Torreón tenemos público joven, aunque igualmente tenemos de todas las edades.

--¿Cómo ha afectado la inseguridad a la Camerata?

Esa misma pregunta me la hicieron en casa Lamm en la ciudad de México, porque cuando se oye, Coahuila, Durango, Chihuahua, lugares donde la inseguridad está en lo máximo se piensa que no hay espacio para la cultura, por ejemplo, en Monterrey cambiaron el horario de los conciertos. Aquí, es increíble, el público ha aumentado. Porque el único antídoto contra la violencia es la cultura, no hay de otra. Que alguien sea civilizado, que tenga amabilidad para el otro, que cuide del otro, eso lo da cultura. Difícilmente alguien que escucha música clásica es un asesino. Claro, hay sus excepciones. De cualquier manera no podemos ser rehenes de la inseguridad, así que todo espacio tiene que llenarse y nosotros llenaremos todos los que podamos.

--¿Cuál cree que será el reflejo de la violencia en el arte?

Bueno, realmente a quien afecta más es a los creadores, más que a nosotros que somos recreadores. El efecto de la guerra en Shostakovich o la consecuencia de lo que vivió Mahler es muy evidente en su obra. Lo que nos corresponde es respetar el estilo del creador, no se puede tocar a Richard Strauss como Tchaikovsky. Porque algunos le quieren corregir la plana al genio cambiando sus obras. Se justifican diciendo que las hacen más accesibles, eso no debe ser. Por eso hay que conocer los estilos y las épocas.