Mi foto
Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

lunes, 30 de agosto de 2010

Aquí la reseña de Gregorio Muñóz sobre El peor de los pecados

Muchas gracias a Gregorio Muñoz por sus palabras sobre mi libro. El autor es también arquitecto y fotógrafo. Esta reseña se publicó en la revista Siglo Nuevo el sábado 10 de julio de 2010.
El pecado de Angélica
Gregorio Muñoz

“Vos hicisteis al hombre, pero no a su pecado”
Agustín de Hipona
La colección de cuentos de Angélica López Gándara de reciente publicación es más que una confesión. Al recorrer los íntimos laberintos que componen su obra descubrimos una voz que surge de la reflexión sobre lo cotidiano, los conflictos existenciales y la memoria.
Ella misma revela el origen de su sugestivo título remitiéndose a un poema de Borges. Aventura además una clave para una posible interpretación cuando afirma: “Todos vivimos en prosa”. Ciertamente, nuestra existencia no es la de los juglares, ni de los poetas, sino de los seres de palabras fluidas, de la oralidad pura.
Es de igual forma un testimonio de su afición por coleccionar vocablos para desenmascarar la veleidosa condición de las palabras, de su caducidad, de su vigencia, de su corruptible materialidad. También de su obstinación por recuperar un pasado que se muestra como la vuelta al origen después de la expulsión del edén. El retorno a una tierra que solo existe ya en lo imaginario.
El pecado de Angélica no es la falta contra la razón, la verdad o la justicia. Tampoco en el sentido de la hamartia griega y la falta de tino. Menos aún la acepción antigua que se refiere al olvido. Muy lejos de la trasgresión voluntaria es como ella misma lo confiesa sin esperar absolución alguna, la felicidad no lograda. Ese fallido acto que vulnera la existencia humana: la omisión.
Trae la expiación encarnada en los personajes de sus historias. En la soledad de la edad senil; en el aislamiento de la vida urbana; en el abandono de los desposeídos; en la infidelidad y los celos; en el hartazgo de la rutina diaria y las pequeñas desgracias personales; en el vacío nocturno del andén de una terminal de autobuses; en el agotamiento de la jornada diaria como umbral de una noche en blanco.
Una revelación salpicada de musicalidad de personajes en los que la ironía relaciona a Farinelli con la castración de un canino; a la madre de un poeta con Mozart; a Salieri con la mediocridad; a Verdi con la soledad de un inmigrante; a Tschaikovski con la esquiva memoria y a la cumbia con el transporte público.
De igual forma es un mapa de sus rutas literarias: Daudet y el carácter vivencial del texto; Herman Hesse y los demonios internos, la infidelidad y el sicoanálisis; Dickens y la solitaria y reflexiva cocción de un pavo navideño; José Emilio Pacheco con Comala y Telcel; Saúl Rosales con la divinidad y la magia; el Kamasutra, con el pudor y la ciencia ficción; Poe con el insomnio.
Su convicción de mujer contemporánea se refleja en esos mínimos episodios que surgen entre la hora del desayuno y la cena; entre la escuela primaria y el despertar de la vida adolecente; en las aulas de la facultad y los amores primeros; en los vericuetos de la vida profesional entre diagnósticos y ensayos. Las cavilaciones de la vida diaria elevadas a las alturas del lenguaje como un diálogo consigo misma.
No es difícil así imaginar a la autora oculta tras la construcción de cada uno de los cuentos de la colección que hoy pone en nuestras manos. Soledad, tristeza, cuitas. Reflejos de la vida diaria salpicados de humor. Relatos de espacios generosos que nos llevan por calles infinitas, por campanario fatales, por los reductos del crimen de las azoteas.
Angélica con sus treintaiocho relatos reunido bajo el título “El peor de los pecados” nos redime del olvido y del silencio. Nos rescata de la soledad y la ignominia. Es una confesión que al tiempo de hacernos partícipes del crimen de escribir, nos exorciza y nos absuelve en el acto purificante de la lectura.
Desde mi perspectiva de lector los recorro con avidez deseando que más que el final de un viaje, sean solamente un alto en el camino de una marcha larga y fecunda.
Correo electrónico: gregoriomunozcampos@hotmail.com

domingo, 22 de agosto de 2010

LA HABITACIÓN DE VIRGINIA


El rostro de la escritora inglesa Virginia Woolf (1882-1941) recuerda al del irlandés Oscar Wilde (1854-1900). Dos grandes escritores de facies alargada, aires de aristócratas, mirada desdeñosa de párpados caídos y vestimenta elegante. Los dos casados, pero que igualmente mantuvieron relaciones amorosas con personas de su mismo sexo.
Virginia Woolf publicó en 1929 La habitación propia, escrito a partir de una serie de conferencias que la autora dictó a propósito de “La mujer y la novela”. Al inicio de la lectura se tiene la impresión de que se trata de una novela pero conforme caminan las palabras se va encontrando el ensayo. Entonces se puede decir que se trata de un “ensayo novelado”. Inicia con una descripción de su entorno y reflexiona sobre cómo surge el proceso creativo. Así, señala que en la imaginación se pescan pensamientos y que en ocasiones hay que regresarlos al estanque para dejarlos crecer y madurar. Expresa que a veces no es posible pescar nada aunque se presente la belleza del mundo con sus dos filos: “uno de risa y otro de angustia partiéndonos el corazón en dos”.
Una habitación propia es un texto que a primera vista nos lleva a la reflexión sobre las mujeres que escriben. Habla de la necesidad de las escritoras de poseer precisamente un espacio propio, libertad y dinero, pues asegura que: “hay que tener quinientas libras al año y una habitación con cerradura para poder escribir novelas y poemas”. Se pregunta sobre el efecto que ejerce la pobreza sobre la escritura; considera que es necesario el dinero para lograr el estado mental del proceso creativo: “es notable el cambio de humor que unos ingresos fijos traen consigo”. Sin embargo sabemos de muchos que han creado en la pobreza. Pero ella insiste en que: “No se puede pensar bien, amar bien, dormir bien, si no se ha cenado bien”.
Virginia Woolf repasa la historia y encuentra que los libros hechos por mujeres, hasta antes del siglo XX, son escasos. Y eso es porque las mujeres han estado cocinando, zurciendo calcetines, y lavando los calzones de los grandes hombres. De ahí que no hayan tenido tiempo para crear.
Lo más valioso del libro Una habitación propia no es porque represente un pequeño reembolso por la herida de género que ha provocado el mundo misógino, no, sino por el hecho de poder apreciar y disfrutar un pensamiento inteligente como el de Virginia Woolf. La conclusión que logro al terminar de leer este ensayo es que el escritor(a) está obligado a imaginar, sí, pero también está obligado a la sensatez. Que el inventor de historias se percate de la necesidad de alejarse de sí mismo. Con esta lectura me queda claro que aquel narrador que ha reconocido sus propias carencias, frustraciones, debilidades, fobias o filias, y que logró manejarlas con la mayor conciencia posible ha hecho obras valiosas. De lo contrario en la página solamente quedarán los arrebatos de un ser impulsivo. Y quizá alguien podrá tener sólo “un cuarto compartido” y a pesar de ello plasmar su imaginación.
La vida de Virginia Woolf terminó flotando en el frenesí de la locura. Antes de morir escribió una carta para su esposo Leonard Woolf: el hombre que la protegió y la amo más allá del sexo. Con fecha de un 28 de marzo de 1941 le dijo:
Querido:
Estoy segura de que, de nuevo, me vuelvo loca. Creo que no puedo superar otra de aquellas terribles temporadas. No voy a curarme en esta ocasión. He empezado a oír voces y no me puedo concentrar. Por lo tanto, estoy haciendo lo que me parece mejor. Tú me has dado la mayor felicidad posible. Has sido en todo momento lo que uno puede ser. No creo que dos personas hayan sido más felices hasta el momento que sobrevino esta terrible enfermedad. No puedo luchar por más tiempo...
Se hundió en el río Ouse. A la edad de 59 años la artista decidió el momento de perder su cuerpo. Por fortuna nos quedaron sus brillantes novelas, ensayos, cuentos, biografías y su diario.

lunes, 16 de agosto de 2010

RESEÑA DE FIDENCIO TREVIÑO SOBRE EL PEOR...

Agradezco mucho al escritor Fidencio Treviño Maldonado por sus palabras sobre mi libro en la revista Edúkte. Aquí el enlace. Página 13 http://www.sincensura.com.mx/pdf/edukt_39.pdf

domingo, 8 de agosto de 2010

REPARTIDORES DE DIOS



En el verano lagunero el cielo y el mundo se derriten. Le damos probaditas al infierno y cuando creemos que todo es azul el rojo nos golpea con fuerza. La Laguna en rojo. Rojo que no te quiero rojo, que no te quiero rojo coagulado.
En estos días de apariencia ordinaria; quisieron venderme a Dios. No era la primera vez que alguien intentaba convencerme de tal adquisición. Recuerdo ver en televisión a un extraño con acento portugués y perfecto español gritando: “Pare de sufrir”. Vienen a mis recuerdos los jóvenes en bicicleta con sus pantalones azul marino y sus camisas blanco Mormón. De aquéllos, se dice que siempre uno se llama Walter; del otro no me acuerdo cuál nombre lleva (porque no usan su verdadero nombre). La memoria también trae las pláticas de amigas sobre las asociaciones religiosas donde hacen sanaciones, los feligreses entran en trance y hablan en lenguas. Y ellas, las mujeres que van en pareja casa por casa caminando hacía la salvación: “Necesita conocer las sagradas escrituras, conviértase, hágase testigo de Jehová. Sálvese porque estamos viviendo los últimos tiempos”. Han tocado a mi puerta un sinfín de veces y siempre encuentran la negativa desde mi comodidad: un grito de no gracias, otro día será, estoy muy ocupada, disculpe pero no…
Sin embargo no habría yo de ser libre del ofrecimiento teológico. Llegué a casa después de una caminata y vi a dos mujeres con sombrilla allí en la puerta, con vestidos de colores opacos que les llegaban casi a los tobillos, con el pelo recogido y en las manos algunas revistas que gritaban en el titulo ¡Despertad! y La Atalaya. Y ahora, ¿qué les diría?: “Sí, también soy su hermana, creo en Dios, es sólo que si necesito una transfusión de sangre quiero que me la pongan, soy su hermana pero no me gusta esa ropa de vestidos largos, me gusta maquillarme y contradecirle a mi esposo cuando no estoy de acuerdo. Además eso de que estamos en los últimos tiempos no lo sé, pero tampoco lo recuerdo en el insomnio. Queridas Atalayas déjenme en paz con mis creencias llenas de dudas. Dudas eso sí. A mí nadie me ha vendido a Dios. Nací teniendo fe en Él. Supongo que se trata de algo como lo que expresó José Saramago cuando dijo que él era un “comunista hormonal”, así, yo soy una “creyente hormonal”. Entonces quise hacerme mensa y no llegar a mi casa pero el sol ya pegaba fuerte y pensé en escucharlas y darles por su lado. Les contesté que sí, que conocía la palabra de Dios. Que Jehová nos haría salvos, que es malo transfundirse sangre (cuando está contaminada), que hay que obedecer las sagradas escrituras y que estamos viviendo los últimos tiempos. Que en oración me he entregado a la voluntad de Dios, que me sé más o menos los mandamientos de la palabra de Dios: Amarás a Dios por sobre todas las cosas. No tomarás el nombre de Dios en vano. Santificarás las fiestas. Honrarás a tu padre y a tu madre. No matarás. No cometerás actos impuros. No hurtarás. No dirás falso testimonio ni mentiras. No consentirás pensamientos ni deseos impuros. No codiciarás los bienes ajenos. Y que me tenía que ir porque tenía mucho trabajo.
“Espere un poco”, me dijeron, y soltaron una retahíla de citas bíblicas de memoria que no las recuerdo con exactitud pero que se parecían a las que están en su página de Internet: “Para ser amigo de Dios, tiene que adquirir un buen conocimiento de la verdad bíblica (1 Timoteo 2:3, 4), poner fe en las cosas que ha aprendido (Hebreos 11:6), arrepentirse de sus pecados (Hechos 17:30, 31) y volverse de su proceder anterior en la vida. (Hechos 3:19) Luego su amor a Dios debería motivarlo a dedicarse a él. Eso quiere decir que, en privado, mediante una oración personal usted le dice a Dios que se entrega a él para hacer su voluntad. (Mateo 16:24).
En verdad me tengo que ir, disculpen, debo de ir a mi grupo de oración ─pequé mintiendo─ Extrañadas, me ofrecieron las revistas a 10 pesos cada una, les dije que no tenía dinero. Me las regalaron. Y pensé: “¡Aleluya! Sanseacabó”.