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Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

domingo, 25 de julio de 2010

VECINO VIGILANTE

Me he dado cuenta que en ocasiones me irrita escuchar a las personas cuando hablan de la violencia que estamos viviendo en la Comarca Lagunera y en todo país. Hay días en los que siento que me lastima y evito leer las notas rojas o le cambio al noticiero de la televisión. Mi mente, mis ojos, mis oídos están fatigados de ver y oír sobre tanta sangre. No sé por qué me sucede eso si yo misma no puedo evitar expresar opiniones sobre el tema. Algo pasa; tengo la sensación de que si soy la que trae a la plática dichos acontecimientos es como si me exorcizara o alejara de la inseguridad, en cambio, cuando es otro quien lo habla siento que me acerca más. Sin embargo hay momentos en que resulta inevitable que nuestros espacios de convivencia se llenen irremediablemente de queja y, sobre todo, de preocupación. Les contaré una anécdota sobre una cara más de la inseguridad: El robo a casa-habitación, que se ha vuelto cada vez más frecuente. Los crímenes más crueles hacen que se desaten otros que no por ser puramente materiales, son menos preocupantes. Es decir, el delincuente no organizado o medianamente organizado aprovecha que las autoridades son rebasadas por los secuestros y asesinatos, entonces, otro tipo de maleantes, en su laxa moral, se dedican a robar casa por casa. Las técnicas de detección de hogares vacíos comienzan por ir tocando a cada uno y verificar si no hay nadie. Lo hacen en repetidas ocasiones; preguntan si se desea que se haga algún trabajo o cualquier tontería. Sé de un hombre joven que anda pidiendo 20 pesos y que se enoja si no se le dan, pero al parecer su interés principal es saber si hay personas o no en la vivienda.
Cierta tarde iba a salir de mi casa para ir a la tienda, pero al asomarme a la calle vi que había muchos policías corriendo y hablando por radio. ”Algo pasó, algo está pasando o algo va a pasar”, me dije. Así, ¿a quién se le puede ocurrir salir de su casa? Esperé y en un rato más vino mi vecina a preguntarme si no había visto alguna camioneta o a alguien extraño en su casa (enfrente de la mía) porque le habían robado sus televisores, joyería y otras cosas. La casa estuvo sola de 4:30 a 6 de la tarde. A los ladrones no les importó que nuestra calle fuera una de las más transitadas de la colonia, ni les impidió que fuera pleno día. Sentí pena de no poder ser de ayuda, pues de haber coincidido en mi salida y percatarme del robo, habría llamado a la policía. No fui útil para mis vecinos. Además, cuando los robos son tan cercanos a nosotros, irremediablemente sentimos como una agresión anticipada. ¿Quién sigue? Sí, porque hace algunos meses también a mis vecinos de a lado les ocurrió lo mismo (aun teniendo un circuito de seguridad). Definitivamente todo eso hace que se esté en constante alerta y temor.
Tantos robos a casas han hecho que la convivencia con las personas que nos prestan servicios se haga de desconfianza porque surgen las conclusiones: ¿Quién fue? Y la respuesta natural es: alguien que sabía los horarios de salida de quienes viven allí o los albañiles o los que fueron a componer los aparatos de aire, el plomero, etcétera. Surgen muchos sospechosos.
Por eso tenemos que estar más en contacto con los vecinos. Sí, que nos ayudemos unos a otros para comunicarnos cuando veamos algo sospechoso. Aunque como me decía una amiga, es que mi vecino es ya en sí un sospechoso. Pero creo que la mayoría tenemos vecinos confiables. Aun así tengo esperanza en que los problemas de inseguridad que estamos viviendo se autolimiten como pasa con las ratas de campo: Cuando hay cosecha se reproducen sin medida, pero luego, al terminar la cosecha, se vuelven caníbales, se comen unas a otras y la sobrepoblación termina y así las ratas siguen viviendo, pero de una manera funcional para el ecosistema.

martes, 13 de julio de 2010

HABLA DE LO QUE SABES

Una versión encogida de esta reseña salió publicada el sábado 10 de julio en la revista Siglo Nuevo. Aquí la versión completa
El libro Habla de lo que sabes, de Geney Beltrán Félix, es una imagen contemporánea plasmada en alta definición. Es la manifestación del artista que demuestra que la bajeza humana fragmenta las emociones y obnubila la conciencia, pero que puede ser útil como alimento para el arte.
Beltrán Félix nos presenta una obra de diez cuentos forrados con un retrato que avisa, para que sepamos, de lo que va a hablar. La primera visión del lector será un recordatorio a la intimidación: un cráneo descarnado, incompleto (pues le falta la mandíbula) trepanado por un clavo. Todo habrá de entrar al cerebro, aunque sea por la fuerza -grita la portada-. Así, desde el contacto externo inicia la invención de una atmósfera agresiva y en ocasiones sofocante. Igualmente, para dejar claro cuál será el manejo de su prosa, encontramos que la dedicatoria puede ser una advertencia: “Para Andrea y Osvaldo, que viven antes del futuro”, y desde allí suponemos que se trata de un escritor provocador que mueve al lector a la duda: ¿Cuándo o dónde viven? ¿Qué es lo que se encuentra antes del futuro? Tal vez el presente, pero expresarlo así sería una ocurrencia simple. En cambio el escritor prefiere la ruta de las ideas indirectas, del trayecto elaborado. Reta al espectador de sus historias creando imágenes delirantes que, sin embargo, las reconocemos como familiares, como cotidianas. Por ello se antoja contagiosa la angustia o la locura de los protagonistas.
Allí, en la ciudad o celda, deambula un contador al que le han sustituido todo y tenemos la sensación de haber visto un muerto que se quedó después de morir, porque el secuestro se ha de perpetuar más allá del último aliento. Un muerto que no puede huir porque le angustia el futuro insalvable de su hijo: “¿Es todo una trampa? Tal vez lo quieran secuestrar. Cree ver la imagen de su hijo en un crucero, lavando parabrisas a raíz de la muerte del padre asesinado al no haber tenido Ingrid dinero para el rescate. Traga saliva”. Pero la sobrevivencia a su propia muerte dura un día: “Al amanecer es ya sólo un cadáver, contraído el rostro en una mueca de fijos gestos asustados”.
“Keppel Croft” es un lugar en Canadá y es una mujer; es una “muchacha de aire detrás de la cortina”, es la imaginación necesaria para poder soportar el hastío de la rutina desgastada y exasperante de la ciudad, de su mujer y de “las aventuras anodinas de ambos”. Le sirve para soportar las calles con las fotografías de los políticos en los postes de “una ciudad que se niega a envejecer”. De manera que le es mejor –en vísperas de navidad– quedarse en casa y hacer el amor hasta que su sueño quede sepultado en la nieve, pese a que mirando a través de su ventana se imponga la frialdad de un escenario sin nieve.
En su primer libro de cuentos, Beltrán Félix nos lleva a visitar los lugares más sórdidos que existen y que se sitúan dentro de la mente humana. En su cuento “Anoche soñé que volaba”, escuchamos los pensamientos de Joaquín, él, que quiso no ser el naco que es y no haber dejado la prepa por güevón y burro y desmadroso. Joaquín maldiciendo a su hermana Celia y tocándola incestuosamente y vendiéndola por una pistola. Celia en la fascinación por el retrete. Muchacha drogada que en la inconsciencia acepta el ultraje. Ultraje que desde niña recibió. Joaquín, el cajerillo del Superama, viendo a la joven rica, superflua y hermosa que despierta en él el retorno a la caverna, al primitivismo. Porque mientras repite una vez más: “Encontró todo lo que buscaba” o “gracias, vuelva pronto”, se va transformando en asesino. Y convertido en homicida experimenta, por fin, el poder de la libertad. El crimen lo libera, por lo tanto lo engrandece. Sueña que vuela porque desde arriba todo se ve pequeño.
“En un mundo de extraños” o “departamento tomado” como diríamos con el irremediablemente recuerdo de Julio Cortázar. Nada es propio, nada es privado, todo es rentado y público. Lo único propio y privado será el dolor y la salida débil de gritar groserías y maldiciones. Habla de lo que sabes narra también la historia un esquizofrénico: Porfirio, el maestro que lee una novela de Navobokov y poemas de Browning, mientras ríe cuando “alguien lo espiaba y lo hostigaba a todas horas”. Y por eso quizá, sólo quizá, su amigo lo asesina casi con ternura.
Beltrán Félix presenta cuadros de mujeres humilladas y despreciadas por el abuelo, por el padre, por el hermano, por el júnior amante ocasional, o por el marido borracho. En “Hondonada” o la fragmentación del individuo, observamos cómo la percepción del otro cambia la percepción propia. El último cuento titulado “El cuerpo de Sicrano”, es la historia de un cartero novelista que hace entregas de sus textos a la joven que espera cartas y el regalo de un corazón para que se lo trasplanten. Es precisamente en esta historia donde el manejo regresivo de la cronología, el perfil sicológico de los personajes y las voces narrativas, nos hacen pensar que estamos ante la semilla a punto de germinar de un novelista.
En este libro de cuentos Geney Beltrán Félix, como decía en un inicio, se hace presente una especial capacidad para crear atmósferas. Toda la arquitectura del libro está hecha para que lo retratado haga sentir al lector que está involucrado; que es culpable.