Mi foto
Nació en Francisco I. Madero, Dgo. El peor de los pecados es su primer libro de cuentos.Ha recibido el Premio Estatal de Periodismo Cultural “Armando Fuentes Aguirre” en los años 2000 y 2015 y el Premio Estatal de Periodismo de Coahuila, 2016 y 2017. Escribe cuento y ensayo. Es colaboradora regular del periódico El Siglo de Torreón. Su entrevista con Elena Poniatowska fue traducida al griego y publicada en la revista Koralli de Atenas. Ha publicado en diversas revistas nacionales y libros colectivos. Perteneció al taller literario de Saúl Rosales; es médica egresada de la Facultad de Medicina de Torreón, UA de C. y estudió la Maestría en Apreciación y Creación Literaria en Casa Lamm en la Ciudad de México.

sábado, 24 de octubre de 2009

Notas desconcertantes sobre la Camerata

Este artículo se publicó en El Siglo de Torreón en la columna "Las Laguneras opinan" pero por un error viene firmado por la Sra. Lucrecia Martínez. En cambio se me adjudicó el texto de la señora Lucrecia "Nava, uno en la Cámara, otro en los medios".




En la versión digital están correctos los nombres




Considero desatinado el artículo que apareció en el más reciente número de la revista Intermezzo que se titula “Tres lustros de la Camerata de Coahuila”, porque ha cuestionado lealtades. Incluso para mí ha sido muy difícil manejar la necesidad que tengo de contradecir conceptos que vienen de personas que, debo reconocer, han hecho una gran aportación a la difusión cultural de La Laguna. Pero realmente el texto me pareció injusto, por eso no pude sofocar mi opinión y decidí expresarla.
En varias ocasiones he colaborado para la revista Intermezzo; la última vez que lo hice fue en el número 21. Me habían dicho que se hablaría sobre el 15 aniversario de la Camerata de Coahuila, por lo que creí que era un festejo para la cumpleañera, pero no fue del todo así. El artículo “Tres lustros de la Camerata de Coahuila” presenta, según entendí, un recuento de los aciertos y errores de la orquesta. No obstante, el texto es desconcertante y confuso, porque contradice sus propias afirmaciones. Las cualidades que allí se le reconocen a la Camerata en seguida son anuladas por los defectos que ven en la agrupación. Un ejemplo de la argumentación contradictoria es que en los primeros párrafos se resalta la gran labor del maestro Ramón Shade y su relevante papel en el desarrollo de la orquesta, sin embargo, a continuación se afirma que ésta tiene elementos que “cuentan apenas con una preparación precaria, muchas veces deficiente y mediocre”. ¿Cómo sería posible que el maestro Shade, con la formación que tiene, pudiera traicionarse a sí mismo contratando a músicos que no pasan una selección rigurosa, si es a él a quien más debemos en el desarrollo de la orquesta? Parece demasiado incongruente. Simplemente se contradicen, como lo hacen al expresar: “Algunas temporadas (la Camerata) aparece con una técnica pulida y radiante, mientras que en otras suena desafinada, descuadrada y con un sonido pastoso”. Tales sentencias harían pensar que se trata de dos orquestas distintas. ¿Qué critico se atrevería a afirmar que toda una temporada desafinó y otra se oyó radiante y con técnica pulida?, ¿cómo es posible que los músicos que son malos intérpretes se transformen en buenos de una temporada a otra? Desde luego, hay conciertos mejores que otros, pero mencionen una orquesta a la que no le suceda esto. Igualmente todas las instituciones musicales cuentan con artistas que tienen diferentes capacidades interpretativas, por ello aparecen dispuestos jerárquicamente en el escenario. Se quejan de la repetición de los programas; afirman que han tocado mucho Las cuatro estaciones de Vivaldi, pero por otra parte señalan que cuando Tatul Yeghiazarián ejecutó esta obra como solista, se trató de un concierto memorable. Por fin, ¿se pueden o no repetir algunas obras? A veces es acertado volver a tocarlas, sobre todo si el público las disfruta. Se sabe que todas las orquestas repiten su repertorio, con más razón en Torreón, donde existe siempre gente nueva o que no siempre acude. Es decir, no todos somos público cautivo.
A nuestra ciudad no se le puede comparar con otras como Berlín, que cuenta con la mejor -para muchos- filarmónica de mundo, (para otros la mejor del mundo es la de Viena), ¿Cuántas grandes orquestas de música clásica tiene Berlín? Tal vez seis o siete. ¿Cuántas cameratas, cuartetos, tríos, dúos? Quizá entre todos los grupos sumen 50 ó 60, quién sabe. Aquí solamente tenemos una orquesta capaz de acompañar a solistas de reconocimiento internacional, una Camerata para todo un Estado y parte de otro. Una institución que ha tenido que luchar no sólo por lo económico, sino contra detractores que, no sabemos porqué, reniegan de su existencia; ha tenido que presentarse ante un público que no estaba acostumbrado a la música clásica, un público que al principio, en pleno concierto, abría latas de refresco, comía papas fritas, hablaba y tomaba fotos con flash sin ninguna consideración. Se ha caminado poco a poco para revertir todo esto.
Las ideas tan generales y contradictorias que se plantearon en Intermezzo me hicieron recordar que hace algún tiempo estuve expuesta a comentarios muy parecidos a los que esta vez se manifestaron: “La orquesta anda mal”. “Hay muchas deficiencias técnicas”. “Sólo cuando tal o cual solista se presenta está fabulosa”, etcétera. Estos juicios venían de personas conocedoras, pero no creí mucho en sus apreciaciones porque consideré que en aquellos casos las percepciones estaban contaminadas de cierta frustración personal. De todas maneras pensé que sería bueno solicitar a otros artistas una opinión, para mí más importante. Así, tuve la oportunidad de entrevistar a Jorge Federico Osorio (el más reconocido pianista mexicano), al que le pregunté cuáles deficiencias veía en la Camerata, a lo que contestó un poco extrañado: “Ustedes son muy afortunados de tener una orquesta con una gran calidad interpretativa.. Hay muy pocas en México como ésta. En verdad deben hacer todo para apoyarla”. Tiempo después entrevisté a Carlos Prieto (chelista con gran reconocimiento internacional) y luego a Horacio Franco (flautista de pico, para muchos el mejor del mundo), a quienes les insistí con la misma pregunta, y todos respondieron en el mismo sentido que Osorio. Asimismo recuerdo a uno de los mejores tenores del mundo, Ramón Vargas, quien al final de un aria se volvió hacia el público para decirnos que ninguna orquesta en el mundo había logrado acompañarlo tan bien, y en otra de sus presentaciones de nuevo nos felicitó por tener una excelente orquesta. Creo que la crítica es sana, siempre y cuando ésta sea clara y justa; que señale defectos específicos cuando haya qué señalarlos.
Con frecuencia al arte se le atribuyen responsabilidades que no tiene; el arte puede atenuar el sufrimiento en tiempos de crisis, pero no será éste el que resuelva los problemas, no es ése su papel. Al final del artículo hacen una alegoría por demás exagerada, que pareciera querer amortiguar las descalificaciones: “Hoy los polacos hablan de un Szering y los rusos de un Shostakovich que los hicieron fuertes y capaces de resistir guerras y magnicidios, por qué no permitirnos el lujo de que en 50 años La Laguna se jacte de gritar a los cuatro vientos que si se logró salir de una crisis de valores fue gracias a la Camerata”. Los polacos deberían hablar también de Ignacy Jan Paderewski, ese gran pianista, compositor y político que luchó por la independencia de Polonia y que llegó a ser Primer Ministro de su país, pero fue su discurso político el que hizo cambios, no su música, aunque también era buena. Además generalizan diciendo que los rusos soportaron la guerra gracias a Shostakovich; a lo lejos suena muy romántico, pero la verdad es que la mayoría de los rusos no lo valoraron en su tiempo. Darle a la Camerata la tarea de que nos salve de la crisis de valores en que vivimos es un absurdo superlativo. Nos conformamos con menos: con que la dejen trabajar, que sigamos disfrutando de su arte y que nuestro gobierno la apoye y así podamos seguir yendo los viernes a un concierto que algunas veces nos cautivará y otras no tanto, y ese vez servirá para reafirmar nuestros gustos.

sábado, 17 de octubre de 2009

¡Guau!





Lo he decidido, me someteré a una remodelación cerebral completa. He pasado noches enteras pensando en cómo encontrar un efectivo paquete o programa que ofrezca un económico rediseño neuronal. Y es que ya estoy realmente cansada de ver el gran deterioro cerebral al que estoy sometida a cada paso, a cada imagen. Fue primero en mí que descubrí tal descomposición, pero luego observé varios espejos. Fue el descubrimiento personal lo que me permitió que viera que los otros igualmente van en decadencia. Confieso que la chispa que provocó el incendio fue el día que me di cuenta que yo también había comenzado a ladrar, ¡imagínese! Desde luego no tengo nada en contra del lenguaje perruno, al contrario, cuando son moderados y afables quiero a los perros, no así cuando ladran por todo. Sin embargo, mi afecto hacia ellos no llega a las alturas de querer robarles el lenguaje. Pero sí, admito, con vergüenza, que más de una vez los he imitado. Recuerdo: me contaban no sé qué suceso supuestamente extraordinario, y yo contesté con un ¡guau! ¡Qué vergüenza! Créame, esto ya se está volviendo una epidemia. Lo raro es yo no me contagié de los canes sino de las personas, y, desde luego, de la televisión. Porque hasta en los programas culturales de televisión no falta el sorprendido que se pone a ladrar una y otra vez. Hace unos días, en un noticiero, una mujer indígena hablaba de un parque ecológico de una manera tan elocuente y sabihonda que de momento me llené de un orgullo ajeno, mismo que no duró gran cosa porque se cayó al momento en que aquélla no supo manifestar la gran satisfacción que el proyecto le provocaba más que con repetidos ¡guau!
Porque por sus ladridos los conoceréis, por la repetición de frases tontas, por hablar babosamente en tercer persona de sí mismas, y por los anuncios fallidamente alambicados de Peña Nieto, por los chismes que no pedí, por la envidia que mueve montañas, por todo lo que nos vuelve menos propositivos; por todo ello, busco el paquete económico de remodelación cerebral, uno que evite la carrera a la regresión del animalismo. Busco que no se fortalezca la teoría de la involución que decía Nietzsche: “del hombre al chango” o “del hombre al perro”.
¿Por qué la gente se enorgullece de tener sangre Azteca? Esos salvajes, esos bárbaros. Si pudiera escoger, elegiría a los Mayas. Pero está claro, dicen, nuestra sangre es Azteca: una cabeza; un trofeo. Pero hoy no estoy para elucubraciones históricas, lo único que quiero es dejar de escuchar tanto guau. ¿O qué?, al rato estaremos maullando, graznando, gruñendo o piando. El guau es una tara más que nos contagiaron los gringos, porque de allá viene eso de ladrar; no saben cómo expresar asombro, agrado o aceptación, sino con un ¡wow!, como ellos lo escriben.
¿Alguien sabe cómo hacer para que en mi testa no entre tanta estupidez, o al menos que una vez que la basura esté dentro de la cholla, ésta se pueda desterrar, o descerebrar? Ojalá tuviera un experto en Feng Shui, uno que diga el lugar exacto en que deben ir los espejos para que no me identifique con cualquier idiota. Sí, que me diga en qué sitio se deben colocar las entradas de luz para que en el cerebro ésta sea real y efectiva. Que sugiera dónde colocar el mobiliario hecho sesos, es decir, las imágenes de personas y las actividades; que las coloque de tal manera que dejen espacios amplios para que no se obstruya el movimiento de ideas. Quizá también debería ocupar los servicios de un sicoanalista para que eche de mi coco todo el polvo añejo y que me deje libre de taradeces que me tienen enmantecada en ciertas ideas. Alguien me sugirió la contratación de un motivador profesional, pero lo deseché. Creo que me caen mal por payasos y megalómanos.
Aunque pensándolo bien, y ya que no tengo dinero para contratar a tanto especialista que me rehaga la sesera, lo intentaré sola, con la misma alma de siempre y, por supuesto, sin decir ¡guau!

viernes, 9 de octubre de 2009

Hertha Müller




De 102 Premios Nobel de Literatura que se han otorgado, es la rumano-alemana Hertha Müller (1953) la 12a. mujer en ganarlo. Le anteceden:
  • Selma Lagerlöf (1909)Suecia, 1858-1940
  • Grazia Deledda (1926)Italia, 1871-1936
  • Sigrid Undset (1928)Noruega, 1882-1949
  • Pearl S. Buck (1938)EEUU, 1892-1973
  • Gabriela Mistral (1945)Chile, 1889-1967
  • Nelly Sachs (1966)Alemania, 1891-1970
  • Nadine Gordimer (1991),Sudáfrica, 1923
  • Toni Morrison (1993),EEUU, 1931
  • Wislawa Szymborska, (1996) Polonia 1923
  • Elfriede Jelinek (2004)Austria, 1946

  • Doris Lessing (2007)Irán, 1919

domingo, 4 de octubre de 2009

Una tarde con Liszt


Aquí, el video de la obra más conocida de Franz Liszt: "Rapsodia húngara no.2" https://www.youtube.com/watch?v=VT2llVyPmHg con dos grandes intérpretes; Tom y Jerry. Enseguida, una pintura entrañable: "Una tarde con Liszt", después una descripción subjetiva de dicha obra

En las primeras páginas del libro Classical composers de Peter Gammond, se encuentra la imagen de una pintura excepcional titulada "Una tarde con Liszt". En 1840 el pintor Josef Danhauser captó con fidelidad una escena que para quien ama el arte, resulta entrañable. La National Gallery de Berlín, en Alemania, alberga esta obra en la que aparecen reunidos importantes artistas del siglo XIX.
En las tardes parisinas, el pianista y compositor húngaro Franz Liszt invitaba a sus amigos a su casa. En el retrato, el autor de las Rapsodias húngaras ofrece a sus acompañantes un recital de piano. Aunque más bien pareciera estar tocando sólo para Beethoven, representado allí en un busto colocado frente a él. La actitud de Liszt parece de veneración: “Yo he recibido el beso de Beethoven”, dijo alguna vez, y era cierto, pues un día el autor de La Quinta Sinfonía fue invitado a escuchar tocar a un niño pianista llamado Franz Liszt. Fue aquella vez que el maestro cabeza de león emocionado besó la frente del pequeño artista (recordemos que Beethoven comenzó a perder la audición en forma progresiva a los 30 años de edad).
A espaldas de Liszt, sentados, vemos al escritor francés Alejandro Dumas, aunque también se cree que podría ser el escritor Alfred De Musset. Dumas es autor de El conde de Monte Cristo, Los tres mosqueteros y Veinte años después. Entonces es verdad que: “no es lo mismo los tres mosqueteros que veinte años después”, no es lo mismo, pero es la continuación escrita sólo un año más tarde. Este mosquetero fue padre de otro narrador del mismo nombre: Alejandro Dumas hijo, autor de La dama de las camelias, novela que se convirtió en ópera gracias a Verdi con La Traviata. Allí se habla de una joven muy hermosa, de muy ligera moral y tuberculosa. Se trata de Margarita Gautier, la que se adornaba con camelias blancas veinticinco días del mes y con camelias rojas los cinco días restantes. En el libro no lo dice, pero seguro que era una manera elegante de prevenir a sus novios: “Que nadie me moleste porque estoy en mis días”.
Sentada también, encontramos a la novelista francesa Aurore Dupin, mejor conocida como George Sand, la mujer que llevaba bien puestos los pantalones –de hecho, la primera que los usó–; amante de Frédéric Chopin (muerto de tuberculosis), de Alejandro Dumas y de Alfred De Musset, entre otros. De allí que surja la duda de quién es el que está cerca de ella en el retrato: De Musset o Dumas. Alfred De Musset fue un escritor francés que murió de sífilis. En medicina es conocido porque lleva su nombre el “Signo de De Musset” que se presenta en personas con sífilis terciaria y que consiste en un movimiento constante de la cabeza, como diciendo sí, y corresponde a una lesión ―insuficiencia― aórtica.
Enseguida vemos a Víctor Hugo, de pie, con libro en mano y mirada perdida; sí, aquél de Los miserables, la novela en la que se conoce a Jean Valjean ―el hombre cuerdo más generoso que he leído―, una obra muy conmovedora. Recordemos: Víctor Hugo envió en 1867 una carta al presidente Benito Juárez donde le solicitaba que no ejecutara a Maximiliano de Habsburgo. El literato escribió en su petición: “…a esos verdugos obedecidos por la muerte, a esos emperadores que con tanta facilidad hacen cortar la cabeza de un hombre, ¡demuéstreles cómo se perdona la cabeza de un emperador! Por encima de todos los códigos monárquicos chorreados de sangre, abra usted la ley de luz, y, a la mitad de la más sagrada de las páginas del libro supremo, que se vea el dedo de la República posarse sobre este mandamiento de Dios: No matarás”. Pero en ese tiempo las cartas tardaban meses en llegar a su destino –lástima, no existía el correo electrónico– y la solicitud llegó después del fusilamiento del esposo de Carlota.
De pie también aparecen dos italianos: el flaco y caprichoso Paganini, quien aparece abrazado por el gordo y operístico Rossini. Niccolo Paganini, el músico que exaltó la individualidad y el exhibicionismo en las interpretaciones. Un gran artista del que decían tenía pacto con el diablo, virtuoso compositor y violinista –también buen guitarrista–. Su aspecto era poco agraciado, tenía cara de pocos dientes y cuerpo hecho de casi puros huesos, no obstante, las mujeres se perdían por él y en él. Su más famosa obra es La Campanella concebida para violín y transcrita por Liszt al piano.
Gioacchino Rossini pasó a la historia como un genio flojo y tragón, un hedonista. Aún así, Rossini escribió en trece días El barbero de Sevilla, una de las óperas más representadas en el mundo: ¡Fígaro, Fígaro, Fígaro…! Curiosamente en esos trece días Rossini no se rasuró. Este goloso compositor era un hombre de asombrosa memoria, a los quince años prometió a una soprano, amiga suya, la partitura de un aria. Para conseguirla acudió al jefe de la compañía, quien también era el tenor principal de esa ópera y le negó la copia, fue entonces con el bibliotecario y la negativa se repitió. Entonces decidió asistir al teatro y de oído transcribió la partitura para piano de la pieza que quería su amiga. El tenor pensó que el bibliotecario lo había traicionado, pero el joven músico desmintió esta hipótesis afirmando que si le dieran oportunidad de ir tres veces a la ópera, copiaría toda la obra.
Por último, sentada en el piso apreciamos a la esposa de Liszt, Maria d’Agoult, quien fuera madre de Cósima, la futura esposa de Wagner –el amargoso y genial músico que sería a su vez yerno de Liszt–. Allí, en la pintura Una tarde con Liszt, encontramos grandes genios reunidos, todos ellos darían mucho de que hablar en su época, y aún después de ella.